Hoy las calles de muchas ciudades españolas se verán invadidas por una marea ciudadana. Esta es lo más importante de momento. La gobernadora de Madrid, obstinada en entender los problemas políticos como cuestiones de orden público y en responder a ellos reprimiendo, ya ha hecho saber que trae a la capital 1.400 policías antidisturbios más. Es de esperar que no para hostigar y agredir a los ciudadanos sino para protegerlos en el ejercicio de sus derechos. Pero con esta señora nunca se sabe. Igual da orden de identificar y, si acaso, detener a un viandante de cada diez. Diezmar la población cívicamente.
Lo anterior puede parecer ridículo, pero no lo es más que la representación política española en su conjunto. Comparece el líder de la derecha con resonancias de caudillo, en medio de la emocionada -y prolongada- ovación de sus seguidores y larga una tirada dividida en tres tiempos: un tumultuoso de ataque a la herencia recibida, un allegro maestoso para celebrar los triunfos propios y un andante para escurrir el bulto respecto a las acusaciones de comportamientos personales ilegales, si no delictivos. Eso y dos desplantes achulapados a la izquierda cerró la función parlamentaria. Acto seguido, la Comisión europea desmentía todos los datos de Rajoy y convertía su triunfo en una derrota peor que la de Zapatero. Y Bárcenas comparecía de nuevo del brazo de un notario en cuyo poder había puesto el muy ladino esos papeles que muestra aquí, oculta allí, niega allá y vuelve a afirmar acullá.
El Bárcenas de la realeza, Torres, hijo del pueblo y socio despechado, insiste en pringar a la Corona en las trapisondas que él y Urdangarin urdieron al parecer so capa de una organización sin ánimo de lucro. Sin ánimo de lucro y el juez les pide una fianza de ocho millones de euros. Es la ruina si no consiguen hacer a la Corona responsable subsidiaria. Por eso el Rey ha decidido morir con ella puesta. En el tira y afloja aparece la infanta Cristina, perteneciente al género de cónyuge ensimismado, al estilo de Ana Mato. Pero Torres tira también de ella hacia abajo, hacia, como de su padre. Así que la infeliz infanta más semeja una Andrómeda encadenada, a punto de ser devorada por el monstruo de una citación judicial.
Los jueces están siendo un bastión de la democracia y el Estado de derecho al mostrar una encomiable independencia. Los justiciables aficionados a valerse de la justicia con fines torticeros ahora se lo piensan dos veces antes de recurrir a sus métodos. El PP prometió convertirse en una máquina despiadada de presentar querellas contra todo mirmidón que osara incluso hacerse eco del infundio de los famosos sobres. Un mes después aún no ha iniciado acción judicial alguna. Ni su presidente, que lo es del gobierno, ha dicho esta boca es mía.
Todas las solemnes explicaciones y aclaraciones que formulan los dirigentes de la derecha se revelan falsas antes de terminar de decirse. Tómese el caso de la situación laboral de Bárcenas. Un día era un desconocido en la sede del PP. Al siguiente no solo era conocido, sino inquilino permanente en esa sede. Al siguiente resultaba que además cobraba por ello. Luego no era seguro si cobraba o no. Después sí lo era pero no se sabía en condición de qué. Igual que el exmarido invisible de Mato, que un día era funcionario del PP, según Floriano y, al siguiente Cospedal lo ponía de patas en la calle como si fuera un becario. ¡Ah! Pero habiéndole pagado un suculento salario con dineros públicos por asesorar desde su domicilio. Esto ya es más que una verbena. Es un circo con payasos y tragasables.
Desde luego, lo más importante, lo más serio que va a pasar hoy es la suma de mareas en las calles. Poco a poco va cuajando un movimiento de insubordinación general que tomará formas de desobediencia civil, frente a un sistema injusto, despótico e inepto. Los gobernantes toman medidas contrarias a la equidad, las imponen por la fuerza de su mayoría absoluta parlamentaria y únicamente cosechan fracasos que luego cargan sobre la espalda de la gente.
(La imagen es una foto de Creative Commons).