dimarts, 12 de febrer del 2013

Basta ya.

Francamente. Francamente. Uno no sabe ya qué decir. La realidad supera siempre la ficción a extremos alucinantes. Por segunda vez este hombre dice no entender su letra. Nadie le ha dicho a raíz de la primera que eso puede sucederle a cualquiera y lo que corresponde, en tal caso, no es decirlo sino mirar el papel, guardárselo en el bolsillo e improvisar un discurso. ¿O no sabe uno improvisar, a pesar de llevar un año gobernando de improvisación en improvisación? ¿Solo sabe uno leer lo que lleva apuntado en la chuleta?

Si el presidente no sabe leer su propia letra, tampoco se entera de dónde consigna las cantidades en la declaración de la renta y en concepto de qué. El "aumento de sueldo" del 27% en época de vacas flacas detectado por la canallesca, siempre con una calculadora al acecho, no era tal sino pluses electorales, en figura recién acuñada por Cospedal y que se abrirá sin duda camino en la llamada "contabilidad creativa". Tienen los tales pluses, además, una función de estímulo psicológico pues se conceden al agraciado a raíz de perder una elecciones, las segundas. ¿Cómo se cobran esos pluses? ¿Quiénes los cobran? ¿Con qué criterios? Fruslerías en un país en donde quién más, quién menos, el personal se lo lleva crudo. Bueno, el personal a partir de cierto nivel.

Rajoy ha desmentido de nuevo sus palabras con sus hechos. Sí ha venido a la política por dinero. Por una real pasta, de esas de directivo de caja de ahorros camino del desastre. Una pastuqui. Pero, claro, como todo el mundo. Ahora resulta que el andoba Urdangarin aligeró al Ayuntamiento de Madrid del peso de 120.000 euros a cambio de nada, lo que tiene su mérito. ¿Quién dijo que la nada es estéril? Los filósofos, siempre en Babia; Urdangarin le saca a la nada 120.000 eurazos. Encima, el entonces alcalde, hoy ministro de Justicia del Reino, ordenó tipificarlos como "donaciones" para que el pobre yerno del Rey no se viera obligado a tributar por ellos. Los Reyes no pechan, caramba; sus familiares, tampoco. Eso lo sabe muy bien el villano Gallardón y le pone remedio con el dinero de los demás. Ignoro si el gobierno considera esta largueza del antiguo baranda madrileño motivo de dimisión. Bueno, no lo ignoro: sé que no. ¿Por qué va a dimitir el ministro de Justicia cuando la de Sanidad sigue en su puesto? Y, claro, no van a dimitir los ministros a pares. Eso es mucho para Rajoy.

Además, todo esto son bagatelas ante la aparición de otro empresario de fuste camino de la crónica de tribunales. Este Arturo Fernández, con su rostro sanguíneo, sirve todos los días cincuenta mil comidas en Madrid. Es el Pantagruel de la Corte. Atiende a la restauración del Parlamento, de la Asamblea de Madrid, de la UGT, también de CCOO (aunque no lo tengo confirmado), es el rey de la concesión, la licencia, la contrata y la subvención. Sus señorías yantan sabrosos menús por un precio menor al que pagan los niños en los colegios por calentar las fiambreras. Este Pantagruel vivaz, al parecer, paga a sus numerosos empleados en B con el fin de ahorrarse unos dinerillos. Como tal empresario sabe llevarse bien con todos pero él de quien es fiel es de su compañera de pupitre, Esperanza Aguirre y seguramente apoyará y, si es necesario, financiará su campaña de Regeneración democrática. También profesa gran amistad por el Rey. Circula por la red una foto en la que se ve a este de caza en compañía de Díaz Ferrán, Jaume Matas y el mentado Fernández, cada uno a su rollo particular que los ha llevado a donde están.

El del Rey no es menudo. El trono se le está convirtiendo en un infierno. Provisto de sus ya inseparables muletas se presenta en Bilbao a aguantar el chaparrón. Trata de que el apache que Dios le dio por yerno no lo arrastre en sus inacababless enjuagues vía la discreta Corinna. Quiere mejorar su imagen en la sociedad y, cuando está en ello, el fiscal pide se imputen varios delitos a tres parientes del Rey (primas lejanas, aclara, nervioso, el País), al parecer relacionadas con la supuesta mafia china de Gao Ping, aunque en el subsector de la llamada trama hebrea.

Los hebreos, los chinos, Pantagruel, el yerno, la Gürtel, Bárcenas, los catalanes, el estado casi insurreccional de la población, la prensa a la contra, los vituperios del exterior, los sobres, la mangancia, el expolio general. El presidente solo cuenta ya con su partido, la policía y la Iglesia.

Y él no entiende su letra.