Juan Manuel Sánchez Gordillo anuncia que habrá más acciones de desobediencia y, en concreto, planea ocupaciones de bancos. Es justo lo que decía en su entrada de ayer Palinuro, que a un acto de desbediencia civil seguirá otro, y otro; y si faltan Gordillos, otros Gordillos seguirán su ejemplo. Es la ventaja que tiene la desobediencia civil pacífica. Cuanto más se cebe el Estado en la represión, cuantos más policías, fiscales, jueces y mazmorras utilice, si la desobediencia ha prendido, nada podrá detenerla porque su fundamento y su motor es un principio moral que nadie, ni los que reprimen ni sus esbirros, se atreven a negar: que no es justo que el gobierno proteja a los ladrones de guante blanco y persiga a los trabajadores y parados cuando hurtan alimentos para que los hambrientos coman. Además de injusto es estúpido pues la desobediencia civil producto de una conciencia crítica, es inexpugnable y capaz de los mayores logros.
A primeros del siglo XX nadie daba un ochavo por la suerte del Mahatma Gandhi. ¿Cómo iba a desafiar -y aun más difícil- vencer un escuálido joven abogaducho hindú al poderoso Imperio británico? ¿Cómo iba aquel abogaducho a conseguir la independencia de un subcontinente frente al imperio sin recurrir a las armas ni la violencia? Gracias a la Satyagraha, la doctrina de la no violencia, la resistencia pasiva, la desobediencia civil que Gandhi había estudiado concienzudamente en sus dos máximos exponentes hasta entonces, Henry David Thoreau y Leon Tolstoy.
¿Cómo podrá un alcalduelo de tres al cuarto, medio visionario, populista, algo tocado, de imposible clasificación en los usos políticos civilizados, resolver la complicada y pavorosa crisis que nos azota¿ ¿Cómo conseguirá este pintoresco personaje al que los señoritos del gobierno miraban con desdén hasta que empezaron a verlo con pavor, restablecer la justicia de forma que se restituya al pueblo sus derechos y sus medios de vida, arrebatados por unos políticos corruptos literalmente a sueldo del capital?
Muy sencillo, mediante la desobediencia civil, la resistencia pasiva, algo cuya superioridad moral ignora el ministro del Interior, que será muy del Opus, pero no sabe distinguir el bien del mal. Quizá por eso se apresta a tipificarla como delito, exactamente igual que hace 2.000 años los Fernández Díaz de Galilea condenaban a Jesús y liberaban a Barrabás que hoy podría llamarse Rato, Botín, etc. Esa evidente superioridad moral de la desobediencia civil, ya se sabe, saca de quicio a Esperanza Aguirre quien, a diferencia de Fernández Díaz, tiene la inteligencia suficiente para intuirla, pero no la entereza ni la honradez de reconocerla.
Sin embargo es muy sencilla y Gordillo lo muestra en toda su simpleza: basta con quebrantar pacífica y públicamente una norma no en beneficio propio sino para denunciar una situación injusta, inhumana, cruel y no rehuir luego el castigo que ese quebrantamiento suponga. Es cosa de regirse por la conciencia y no por el bolsillo, como hace la derecha. Y, en efecto, ahí está Gordillo, esperando que vayan a buscarlo porque, como dice él, es el hombre más localizado de España. Que luego declare o no en los juzgados que lo citan es otra cuestión que el alcalde de Marinaleda consultará con su sindicato. Y hace bien. Hasta esa declaración puede convertirse en un episodio más de su lucha por la justicia.
Una lucha que no es improvisada sino fruto de una reflexión cierta. Gordillo señala de modo rotundo a los responsables de la crisis, los Rato, los Botín en España y denuncia que, en lugar de perseguirlos, el gobierno los protege, ampara e indulta porque es su cómplice. Denuncia que la crisis es una estafa y una excusa para desmantelar el Estado del bienestar, arrebatar sus derechos a los trabajadores y oprimir (más) a las mujeres. Algo que todos pensamos (incluidos quienes así actúan), muy pocos decimos o escribimos y casi nadie cuestiona mediante la acción, como él.
Gordillo es el enemigo público número uno de las clases dominantes, los banqueros que estafan octogenarios; los grandes empresarios que esclavizan la mano de obra; los curas que viven como tales a base de engañar a la gente; los gobernantes lacayos que legislan lo que les ordenan sus amos; los periodistas e intelectuales que difaman y calumnian a quienes luchan por sus derechos. Es un combate muy serio, en el que estamos todos involucrados y, a pesar de todo, Gordillo, que tiene un atisbo de retranca socrática muestra un raro ingenio cuando pone en ridículo al presidente del gobierno quien, entre sus insufribles farfulleos, suele decir que no le gusta lo que hace, pero que no tiene otro remedio. Los mismo afirma Gordillo.
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