Enésima prueba de que no existen las catástrofes naturales. Son catástrofes producidas por la injusticia y mala gestión humanas a causa de algún fenómeno natural. El incendio de Valencia no habría alcanzado las proporciones que tiene si la Generalitat -en prosecución de su política de esquilmar los bienes públicos y expoliar a la población en beneficio de los corruptos- no hubiera reducido estúpidamente los recursos de lucha contra los incendios. Igualmente tampoco lo hubiera hecho si el gobierno de España, en lugar de dedicarse a empobrecer a la población y enriquecer a la iglesia y los bancos, reaccionara con mayor rapidez a estas circunstancias excepcionales en lugar de tardar veinticuatro horas en moverse. No, no hay catástrofes naturales. Hay fenómenos naturales convertidos en catástrofes por la crueldad, la codicia o la imbecilidad del ser humano.
En Valencia la situación es de llorar: decenas de miles de hactáreas calcinadas, miles de personas evacuadas, riquezas naturales y humanas abrasadas, vidas rotas, ruina, desolación. Coincide este drama con la final de la Eurocopa en Kiev. Supuesto que Rajoy -o alguien en su entorno- tenga una capacidad mínima de discernimiento moral, la pregunta es, ¿en dónde debe estar el presidente del gobierno de España?
Y la respuesta es fulminante: en Valencia.
Pero no será lo que suceda. Ya cuando el otro desastre que vivió Rajoy, el del Prestige, agravado al máximo por la fabulosa incompetencia del ministro Cascos, a quien el asunto pilló cazando, en emulación de su modelo Franco, ningún gobernante creyó necesario alterar sus planes (generalmente de jolgorio) por el hundimiento del barco.
Y ahora pasa lo mismo. Un incendio, último broche por ahora de casi veinte años de gobierno del PP en la Comunidad Valenciana caracterizados por la corrupción, el saqueo de los fondos públicos, el empobrecimiento masivo de la población, el fraude, la malversación, el expolio, no conseguirá que el presidente del gobierno altere su propósito de pasar un rato agradable y muy patriótico mientras cientos, miles de sus conciudadanos se abrasan las cejas tratando de atajar un incendio que está devorando el sustento vital de una parte antaño próspera del país.
¿Puede haber alguna duda respecto al deber moral perentorio del gobernante de estar con los que padecen y no con los que se divierten? ¿Puede haberla respecto al de todos los demás ciudadanos? ¿Tan hondo ha calado la enajenación y el encanallamiento moral que la gente haga caso omiso del sufrimiento de sus compatriotas para evadirse con el futbol?
Efectivamente, así es. A la derecha y a la izquierda. Es la condición hispánica.
(La imagen es una foto de Velo Steve, bajo licencia Creative Commons).