Es un estado de emergencia nacional. Por fin se alcanza la situación a todas las fuerzas políticas en la hora veinticinco, como Tomás con las heridas de Cristo. Si no se dan de bruces con la realidad siguen teniendo una idea de esta completamente ilusoria. Cuando Zapatero regresó de Bruselas aquella fatídica noche de mayo de 2010, demudada la color, repentinamente aterrizado en la cruda realidad, los demás, en lugar de entender la situación, descubrieron un flanco más por donde atacarlo sin darle cuartel. La derecha decía ser responsable nata de las políticas de derecha y, por lo tanto, el usurpador Zapatero debía dejar un puesto en el que no daba la talla a quien sí la daba. La izquierda sostenía que la socialdemocracia española se había quitado por fin la careta y mostrado ser lo que era: la fiel aliada del capitalismo neoliberal, con lo cual la única izquierda digna de tal nombre era la que estuviera a la izquierda de la socialdemocracia. Ninguno de los dos percibió la gravedad de la situación. Sus intereses de partido no se lo permitían.
Desde las formulaciones teóricas del neoliberalismo en los años 70 y sobre todo 80 del siglo XX, la hegemonía ideológica conservadora en Occidente ha sido un hecho. El discurso contrario al Estado del bienestar tenía dos rostros pero una sola cabeza. El rostro neoliberal atacaba el Estado del bienestar con criterios económicos, de eficiencia y pura sostenibilidad del modelo. El rostro conservador lo hacía con criterios morales que rechazaban el "falso igualitarismo", la promiscuidad, el relativismo. Las dos caras estaban coronadas por la pedrería victoriana: el orden moral de la sociedad es que cada cual se valga por sí mismo en un contexto de juego limpio. El delito y la pobreza son sinónimos. Los pobres son malos o vagos. Y todo otro discurso de redistribución y justicia social es producto del camino de servidumbre (Hayek) y la envidia igualitaria (Fernández de la Mora). Por cierto, uno de los dos artículos sobre la igualdad publicados en los ochenta en El Faro de Vigo por un joven Rajoy era un comentario al libro de Fernández de la Mora que acababa de publicarse. El discipulo del olvidado maestro está hoy en poder.
La decisión de impago de la Generalitat catalana pone las cosas en sus justos términos. Ya no es hora de más palabras sino de hechos. Y en estos los neoliberales no se andan por las ramas. Si hay que destruir el Estado del bienestar, se empieza por atacar sus partes más débiles, como manda toda estrategia militar, esto es, los enfermos, los niños, las mujeres, los parados, los pensionistas, los dependientes, en resumen, Las bocas inútiles, de Simone de Beauvoir, que dramatizaba un episodio normal en los asedios de ciudades durante las interminables guerras europeas. Las bocas inútiles eran las primeras que se sacrificaban en vistas a prepararse para resistir un largo sitio. No paramos a dar cuenta de los problemas morales de estas decisiones. Basta con señalar que, al plantearse, al hacerlo un gobierno se está reconociendo que la situación es, en efecto, de estado de emergencia.
Una situación con un conflicto económico, político y moral cada vez más explosivo. Desde el comienzo de la crisis la gente ha ido tomando indignada conciencia de dos fenómenos antagónicos y contradictorios. El fenómeno "a" es una crisis incomprensible, imprevisible pero extraordinariamente grave, que puede atacar las bases de nuestra sociedad y para cuya solución se arbitran medidas de austeridad drástica que exigen sacrificios y angustias a millones de gente de abajo; el fenómeno "b" es el hecho de que los sectores causantes de la crisis están beneficiándose de las medidas públicas de rescate y que, además, los delegados ejecutivos y dirigentes individuales que arruinaron sus empresas se llevan compensaciones, pluses, primas, estratosféricos que son un insulto para los millones de parados, de precarios, de mileuristas.
El escándalo de las retribuciones no merecidas de los altos cargos se ha contagiado al que provocan los privilegios de los políticos, otro tema de sensibilidad subida. Es una prueba, además de la eficacia de la ciberpolítica y el poder de las redes. Al principio sus señorías no se dieron por enterados y, por último, el PSOE ha pedido ya a sus antiguos altos cargos que renuncien a la remuneración por cese porque es indefendible. Igual de irritante resulta ser que 63 diputados estén cobrando dietas de desplazamiento ilícitas, pues residen en Madrid de hecho y de derecho. También aquí hubo orden de dar la callada por respuesta pero el ruido de las redes es tal que también ha abierto un frente. De nuevo un diputado socialista, Odón Elorza, ha pedido que los diputados renuncien a esas dietas. Todo esto está muy bien y demuestra que, aunque tarde, los políticos comienzan a reaccionar a la vista del peligro. Si de verdad quieren un reconocimiento público por su actitud, ya solo falta que el señor presidente del gobierno, explique solemnemente en sede parlamentaria cuánto cobra al mes. Hay rumores de que está ingresando por tres conceptos, como presidente del gobierno, como presidente del PP y como registrador de la propiedad en excedencia. Es incomprensible que todavía no se haya aclarado está situación y que ningún diputado haya hecho una pregunta directa al gobierno en este sentido. Es incomprensible e intolerable que el país no sepa cuánto cobra el presidente del gobierno porque este se niega a desvelarlo.
La moralización de la vida pública en la España de la picaresca, con una clase política en buena medida pendiente de los tribunales de justicia, es una necesidad perentoria y tan importante de acometer como las medidas económicas para salir de la crisis. So pena de que se extienda un espíritu populista, antipolítico, fascista.
Y otro día hablamos de las Comunidades Autónomas.