Garzón no es más que un modesto juez. Un hombre nacido en una también modesta familia jiennense que, gracias a su esfuerzo, su voluntad, su vocación, consiguió culminar su anhelo de ser lo que hoy es, juez. Un juez como tantos otros sobre cuyos hombros anónimos pesa la sublime tarea de hacer justicia en España. Un juez modesto a quien las circunstancias dieron la ocasión de decidir sobre cuestiones de enorme importancia para su país y para el mundo entero. Y siempre, unas veces mejor, otras peor, supo estar a la altura de las circunstancias. Nunca se doblegó ni escondió. Su sentido del deber y de la justicia lo llevaron a tomar decisiones que lo enfrentaron a enemigos muy poderosos y que otros quizá hubieran evitado.
Por todo eso, porque es un modesto juez y un hombre cabal, miles de ciudadan@s nos movilizamos en su apoyo y ayer lo mostramos en la calle una vez más. Porque Garzón sí nos representa. Representa aquello por lo que luchamos: decencia, transparencia, justicia, coherencia y valentía. Y eso se lo reconocemos muchos que hemos sido críticos con él. Porque cuando unos valores son atacados en una persona, esa persona representa los valores. Los de quienes buscan justicia al cabo de setenta años, quienes no quieren que la política sea cosa de corruptos, quienes quieren que la judicatura no tenga ideología. Ninguna, y se limite a ser justa y equitativa.
No se me ocurre qué otra personalidad pública podría suscitar este apoyo popular espontáneo, desinteresado, por importante que sea o encumbrada que esté. Los pequeños son grandes.
Igual que los grandes son pequeños. Para comprobarlo basta leer la otra noticia de la portada de Público en la imagen. El apellido Urdangarin aparece peligrosamente cerca del substantivo "trama". De ahí a hablar de "trama Urdangarin" hay un paso. ¡Qué pequeños llegan a ser los grandes! Una trama puede tenerla hoy cualquiera. El Bigotes, por ejemplo.