La triste realidad es que, mientras un jurado popular absuelve a Francisco Camps, el juez Garzón, quien destapó la trama Gürtel de corrupción en una de cuyas dependencias se encuentran los trajes que no se regalaron al President, corre el riesgo de expulsión de la carrera judicial.
La triste realidad es que, mientras decenas de miles de compatriotas, asesinados durante la guerra y la postguerra, yacen en las cunetas y en fosas comunes perdidas por los campos de España, el juez que trató de hacer justicia a las víctimas está procesado bajo la acusación de prevaricar por haber querido investigar los crimenes del franquismo.
La triste realidad es que cuando en varios países se ha podido llevar ante la justicia a los responsables de los crímenes de pasadas dictaduras gracias, entre otras cosas, a la avanzada interpretación del derecho del juez Garzón, él mismo está procesado por haber querido aplicar su doctrina en su propio país.
La triste realidad es que los españoles volvemos a andar por el mundo obligados a explicar por qué nuestra patria se aparta del común sentir de las naciones civilizadas que consiste en repudiar toda dictadura, exigir las responsabilidades penales que correspondan y dar satisfacción a las víctimas.
La triste realidad es que la nación, como siempre, persigue a sus mejores hijos y es condescendiente y hasta aplaude a los que la envilecen.
Que sigue habiendo víctimas, o herederos de ellas, y victimarios, o herederos de ellos.
Que no se ve la democracia como un sistema plural que institucionaliza el conflicto, sino como uno monolítico en el que se impone la victoria y se aniquila la diferencia.
Que aunque el espíritu contemporáneo reclama la secularización del poder político y la separación de la iglesia y el Estado, la iglesia católica tiene una presencia agobiante en las instituciones, en el sistema educativo, en la opinión pública, mediante pronunciamientos permanentes de la jerarquía sobre la legislación, y en los Presupuestos Generales del Estado.
La triste realidad es que este predominio de la iglesia y su jerarquía (cuya intención parece ser volver a evangelizar España) viene de muy antiguo y goza de amplio apoyo incluso entre los sectores que debieran propugnar la secularización y el laicismo; entre los liberales y hasta en la izquierda. Cosa nada insólita. La venerada Constitución de 1812, que tanto se identifica con el nacimiento de la conciencia de la nación española, a su vez, en su artículo 12 proclama solemnemente que: "La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra." La esencia de la nación española es el catolicismo. Y todavía queda camino por desandar pues las otras religiones (las falsas) malviven, pero no están prohibidas.
La triste realidad es que este juez que ha pretendido criminalizar un régimen esencialmente español por ser nacionalcatólico está sentado en el banquillo y su fuerza y su garantía residen en la gente en la calle y en los observadores extranjeros. Como siempre.
(La imagen es una foto de http://www.presidencia.gov.ar/, bajo licencia de Creative Commons).