Si la justicia condena a Garzón, el cielo es el límite.
El increíble proceso a Garzón equivale a un terremoto de la conciencia nacional, si tal cosa existiera. Es algo tan absurdo, tan ajeno a la realidad de las cosas y el sentido común que hace falta haberse pasado los últimos cuarenta años amojamado al amor de los otros cuarenta años de la Dictadura para no darse cuenta.
La cantidad de hechos sorprendentes, únicos, extraños, que confluyen en este caso propician la conclusión de que se trata de una operación de caza y captura no ya solo de un juez, sino de una idea de la justicia, de una forma de entender la función judicial en un mundo globalizado, de una concepción del derecho al servicio de la democracia, de la libertad y de la igualdad ante la ley. No al servicio de la tiranía, de los intereses creados, del privilegio.
La lucha contra las ideas que no se plantea en el terreno de las ideas sino en el de los tribunales, la coacción, la fuerza en definitiva, nunca triunfa a la larga. La primera de Público, como se ve, habla de los crímenes del franquismo. Es decir, considera el franquismo un régimen criminal. Palinuro sostiene que incluso genocida, pues consistió en la persecución y asesinato de sectores enteros de la población por razón de sus convicciones políticas. Obligado es aquí explicar cómo es posible que personas e instituciones asociadas a ese régimen criminal y desde luego, su cabeza visible, Francisco Franco, den nombre a calles, plazas, edificios, tengan monumentos y celebren ceremonias religiosas y civiles. Cómo puede darse que exista una fundación (y, por tanto, en parte sostenida con fonds públicos) dedicada a ensalzar la figura de un dictador criminal.
Hay quien define este juicio como un esperpento y quien lo compara con el caso Dreyfus. Para lo primero le falta gracia y frescura. Para lo segundo le falta el ejército y el socorrido ardid de la traición a la Patria. Desde el momento en que se trata de un procedimiento jurídico, aquí no hay patria que valga y lo que se juzga es una u otra forma de entender la justicia, cosa que no conoce fronteras. Por eso han venido los observadores internacionales. Serán quienes se encarguen de explicar al mundo qué idea tiene de la justicia el Tribunal Supremo español. Y qué idea tiene de la equidad, cosa más grave.