Es tal el predominio gringo en el cine que a veces nos olvidamos de un cine europeo igual o mejor que aquel. Los efectos especiales, las 3D, el gore, el cine indi, las leyendas de género, Oeste, "negro", de guerra, siempre muy actualizados, no son todo en la vida.
The Artist (francesa, de Michel Hazanavicius, 2011) es inclasificable y única. Si acaso como de la familia del cine sobre el cine, algo así como las genialidades del teatro en el teatro o la novela en la novela. Pero rompe el molde. Hay algunos antecedentes notorios, el más famoso, Sunset Boulevard (Willy Wilder, 1950) que, además, coincide con The Artist en dramatizar el paso del dine mudo al sonoro, los talkies. Hay otros homenajes, aunque más alejados, como Las vacaciones de M. Hulot (Francia, Jacques Tati, 1953) y otras más recientes. Se recordará que en el Rififi (Francia, Jules Dassin, 1958) la larguísima secuencia del robo es muda, sin otro sonido que el de las cosas y las herramientas.
The Artist es mucho más que un homenaje al cine mudo: es una película muda del principio al final, contada (en alguna medida) con las técnicas del cine insonoro, incluidos los escritos intercalados imprescindibles. Es decir, la pelicula se cuenta a sí misma. Los protagonistas, él, el galán consagrado del cine mudo, que responde al abrumador nombre de George Valentin y ella, la principiante, llamada Peppy Miller, con un nombre casi de peli de los Keystone Kops. El actor consagrado que se hunde y la principiante que triunfa en gran medida gracias al consagrado. Habría algún parecido también con la historia (aunque en el teatro) de All About Eve, Todo sobre Eva (Estados Unidos, Manckiewicz, 1950) de no ser porque The Artist, muy en el estilo de las películas mudas, tiene un final almibaradamente feliz.
Pero eso es porque, además de un homenaje, la obra es una película muda. Que hay homenaje y referencia es patente a lo largo de la historia (por cierto, contada elegantísimamente, con un guión de ensueño). El montaje vertiginoso cercano al final, alternando el coche a toda velocidad con el revólver rinde no ya homenaje sino pleitesía al de la caballería del Ku-Klux-Klan y el asalto a la casa en Nacimiento de una Nación (Estados Unidos, Griffith, 1915).
La crisis del paso del mudo al sonoro (hacia 1927) se vive en el respectivo triunfo y fracaso de las dos películas, la hablada y la no hablada, que protagonizan ambos héroes, Valentin y Peppy, y se estrenan el mismo día, para mayor dramatismo. El hundimiento, el olvido, del ídolo caído y la aclamación de la estrella ascendente. Pero, obsérvese, sólo vemos escenas de la peli de Valentin (una increíble aventura en el África) pero no de Lágrimas de amor, de Peppy.
A partir de aquí, los estudios Kinograph dejan de producir cine mudo y triunfa del todo el sonoro (lo que la gente quiere, según el productor). Pero nuestra peli, The Artist, sin embargo, sigue siendo muda hasta un final en el que la mudez se rompe en otro fantástico homenaje a Fred Astaire y Cyd Charisse, en punteados de zapatos.
Pero es que esto plantea un problema de perspectiva muy curioso. De obedecer a un sentido documental de la narrativa, la peli tendría que haber pasado al sonoro en su último tercio, ya que llega a los primeros años treinta. Y no lo hace. Sigue muda. Es mucho más que una mera técnica de cámara subjetiva porque ésta, cuando se usa, configura un personaje más de la acción; sin duda es el ojo que ve a los demás, pero los ve reaccionando frente a él como un individuo de la historia, mientras que en The Artist no hay esta reacción frente a nadie porque toda la historia es subjetiva, está contada desde un no-sitio. Uno tiene una impresión de perder las referencias temporales análoga, salvando las distancias, a la que produce la contemplación de Las meninas. En fin, que es una gran película y tiene un montón de premios merecidísimos.