Las diferencias entre el PSOE y el PP en el modo de encarar estas elecciones son abismales. El primero ha organizado su conferencia en Madrid, punto equidistante de las Españas y centro de ese país imaginario en el que gobierna puesto que la totalidad del territorio real está bajo administración ajena excepto Andalucía. Por eso puso a Griñán a presidir el acto. La convención del PP, en cambio, se abre en Andalucía, último bastión socialista que los conservadores se disponen a asaltar.
El PSOE elaboró un discurso positivo, con proyectos y propuestas para nutrir el programa electoral, casi sin referencias al PP. Éste en cambio, ha arrancado en negativo, con un ataque en toda la línea al PSOE y con muy escasas propuestas y éstas confusas e indeterminadas, como qué hacer con la ley del aborto que no se sabe si la derogarán o no. Por no hablar de la estructural indeterminación de Rajoy que anuncia por enésima vez que sabe cómo salir de la crisis, pero no lo especifica. Reconoce, sin embargo, que nadie tiene una varita mágica (portentoso concepto de la ciencia económica) lo que, en román paladino, quiere decir que no tiene ni idea. Por lo demás, como todo el mundo.
Hasta en las cuestiones de imagen hay diferencias llamativas. Los oradores del PSOE -Felipe, Zapatero, Rubalcaba, etc- iban lo que se llama de sport, sin corbata ni traje. Los del PP, rigurosamente trajeados y encorbatados todos ellos, a pesar del calor que hacía. Hata las mangas de camisa de Aznar recordaban que se había quitado la chaqueta para mejor fajarse con su adversario ausente. La derecha bien vestida frente a la izquierda de trapillo. Mensaje: nosotros vamos en serio, mientras que estos están de picnic.
Aznar no ha perdido nada de su agresividad; al contrario, la ha reforzado. Su ataque al gobierno ha sido más duro que de costumbre, encuadrado en una visión que ha formulado con un oxímoron: la revolución de la normalidad. Esto de la "normalidad" (que define por contrario al gobierno como "anormal") recuerda mucho la imagen que le acuñaron cuando era candidato a su vez a la presidencia en los noventa. Aznar era entonces el hombre normal frente a otro tipo de "anormalidad", el hiperliderazgo de Felipe. Luego se ha comprobado que Aznar es cualquier cosa menos "normal" en el sentido "normal" del término. Y es él quien define la "normalidad" llamándola revolución, cosa que tiene gracia pues prueba que este último concepto es un referente hasta para quien la detesta.
La definición aznarina de "normalidad" incluye lugares comunes que el PP no practica; por ejemplo "respetar las instituciones". Basta recordar el comportamiento de la derecha con la renovación del Tribunal Constitucional, sus reacciones ante las decisiones judiciales que no le agradan, el trabajo de los cuerpos se seguridad del Estado o el funcionamiento de las radiotelevisiones públicas. Incluye también ataques a leyes o proyectos legislativos en función de concepciones morales partidistas. Por ejemplo, sostiene el expresidente que lo normal es respetar la historia de tu país pero resulta que esa historia es la que quiere imponer el Diccionario Biográfico Nacional para el que Franco no era un dictador, sino un gobernante autoritario.
La negatividad del discurso de la derecha llega al paroxismo al acusar a gobierno de "suplicar" a ETA que se disuelva y de permitir que los terroristas estén sentados en las instituciones. Esta especie de abandono o cobardía se explica porque el gobierno es "frívolo" y "extremista". Algo de frívolo tiene, como todos los gobiernos, empezando por los del PP. ¿O es que la mantilla y la peineta de Cospedal en el corpus iban por la senda de las fundaciones teresianas? Pero llamar "extremista" al gobierno de Zapatero es muy preocupante porque este calificativo sí que dibuja claramente el alcance de la "normalidad" aznarina: la normalidad autoritaria.
Frente a este ataque del PP en todos los frentes, el PSOE -al que los periodistas creativos de la derecha pretenden enredar en una contragürtel- responde en ese tono moderado que sus mismos partidarios consideran apocado. Hablando de la lucha antiterrorista Hernando pide a Aznar que no crispe. Pedir a Aznar que no crispe sí que es pedir peras al olmo o cotufas en el golfo, como se decía antaño. No sabe hacer otra cosa.
(La imagen es una captura del vídeo de Público, bajo licencia de Creative Commons).