Muy curioso el debate de ayer. Zapatero se despide y Rajoy, que aspira a sustituirlo, no llega. En el medio, la incógnita de qué suerte deparará el destino a Rubalcaba, el gran ausente presente. Su jefe no se refirió a él en ningún momento, quizá por prudencia y porque el sentido común ordena que se configure como figura autónoma, con proyecto propio, a la sombra de nadie. El líder de la oposición mayoritaria tampoco lo mencionó lo que no solamente es una imprudencia y un error garrafal, sino una prueba de que su discurso carece de sentido.
Zapatero, libre como los pájaros, trazó el cuadro de la crisis, explicó la necesidad de las duras medidas adoptadas y afirmó que, a pesar de todo, se habían mantenido las políticas sociales. Al margen de que se esté o no de acuerdo con el carácter de las medidas, lo que es indudable es que, al adoptarlas, España se salvó de algo parecido a una catástrofe. Han caído Grecia, Irlanda y Portugal. España, no. Eso lo ve todo el mundo. Lo del mantenimiento de las políticas sociales es más discutible y de hecho la izquierda lo discute mucho. Pero sus propuestas concretas en una situación tan endiablada como la actual no son convincentes. El Pacto del Euro seguramente es un trágala pero, aparte de la indignación que suscita, deja bien claro que el margen de los gobiernos nacionales para arbitrar políticas económicas autónomas es casi inexistente. Cierto que en unos casos más inexistente que en otros, pero en el español inexistente de todo punto.
La oposición -toda- mostró carecer de alternativas reales y practicables (Durán enumeró algunas pero son más a beneficio de inventario e inferiores a las que anunció el propio Zapatero) limitándose a cuestionar al Presidente en lo personal la derecha y en lo ideológico la izquierda, ambos disparos muy acá o muy allá del blanco. Esto permitió a Zapatero dominar el debate en su conjunto porque allí se habló de lo que él quería, de forma que pudo desarrollar su discurso íntegro aprovechando las réplicas, muy contundente con Rajoy y más dialogante y hasta comprensivo con los demás grupos. Es la enésima escenificación de ese clima de la cámara cuya labor descansa sobre las negociaciones entre el Gobierno y la oposición excluido el PP. Es incomprensible que la derecha se deje arrinconar siempre en esa imagen hosca, aislada, incapaz de acordar con nadie salvo, ocasionalmente, con UPyD.
Pero es así y en parte porque los discursos de Rajoy son siempre el mismo discurso desde hace cuatro años: Zapatero debe convocar elecciones anticipadas que presupone que ganará él. Y esta será la garantía de que España saldrá de la crisis que Zapatero es incapaz de vencer. Es un discurso lógicamente absurdo porque da como causa lo que, de ser algo, será efecto. Es decir, porque el PP tiene la fórmula para salir de la crisis es por lo que Rajoy ganará las elecciones y no al revés, esto es, porque Rajoy ganará las elecciones es por lo que el PP tiene la fórmula para salir de la crisis. Y esto también lo ve todo el mundo que todavía no ha escuchado propuestas razonables de la derecha excepto su sistemático niet.
El estribillo de "elecciones anticipadas ya", una especie de remedo quejumbroso del estentóreo "¡váyase seor González!", y la ausencia de todo tipo de propuestas prácticas producen una sensación de hastío que no beneficia nada a la imagen de un Rajoy que tiene un carisma parecido al de las acelgas. Pero, además, en este último debate de la legislatura muestra una falta tal de reflejos de todo tipo que resulta increíble. Pedir elecciones anticipadas cuando faltan ocho meses para la celebración de las ordinarias con un verano por medio equivale a repetir el discurso del debate del año pasado con 12 meses de anticipo menos, una muestra de impotencia. Tres años, casi cuatro, pidiendo adelanto de las elecciones sin una sola moción de censura es una verdadera filigrana de irrelevancia parlamentaria.
Pero hay más y es peor: pedir elecciones anticipadas con el seguro candidato socialista sentado a escasos metros a la izquierda y no mencionarlo ni una vez, aunque sea para hablar bien de él, es prueba de que, al preparar sus discursos, Rajoy no mira la realidad sino que solo escucha sus obsesiones. La más importante de todas: ver si consigue, por fin, ganar unas elecciones, no vaya a ser que este debate no sea sólo el del adiós sino el de los adioses.