diumenge, 30 de gener del 2011

La guerra civil y el cine.

A propósito de los países árabes:

La historia, esa que se había acabado, acelera. Sobre la revolución de la multitud (árabe/islámica) Alá juega al dominó. Sobre la revolución de la multitud (europea/cristiana): protestas estudiantiles en Gran Bretaña. Otra hipótesis: las multitudes son de jóvenes, a los que no es posible domesticar; y sus movimientos corren como regueros de pólvora.


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En TeleK que es una TDT que emite para Vallekas hay un programa-tertulia política llamada La tuerka, muy de izquierda y en la que participo con cierta frecuencia. Es un lugar austero, porque la izquierda tiende al rigorismo pietista (sobre todo si su presupuesto está equilibrado en torno al cero), si bien no falto de gusto lógicamente minimalista. Aunque va echando pechuga. En la primera sesión a la que fui no había ni mesa; luego apareció una mesa que es como una especie de cartapacio colectivo y en la última han crecido unas tazas chulísimas con el logo del programa.

Además de lo agradable del ambiente y el buen hacer de los técnicos que rozan la maravilla al estilo Lars von Trier, lo que allí se habla suele tener interés y se adorna con unos vídeos perversamente divertidos. En el último se trató de la peli de Alex de la Iglesia, Balada triste de trompeta, que interesaba mucho al presentador y autor del programa, Pablo Iglesias, un joven y competente profesor de la Complutense perfectamente adaptado a los tiempos mediáticos que corren. Tanto le interesaba que había publicado un artículo en kaosenlared.net: Balada triste de trompeta de Alex de la Iglesia. España, el Franquismo y las tetas de Carolina Bang, que casi parece el título de un tema de Ray Charles. Una perspicaz crítica de la peli que tiene más de crítica a las críticas.

Para mí, Balada es una buena película, muy movida, tremendamente ágil, variadísima a la que sólo sobra la casquería. Sé que hay muchos a quienes gusta. A mí, no. El resto está muy bien. Es una película hecha de películas, un copón de intertextualidad cinematográfica. Todas las secuencias recuerdan otras con mayor o menor intensidad. La balacera del comienzo en la iglesia suena a Grupo salvaje y las escenas en la cruz del Valle de los Caídos casi una remake de las finales de Con la muerte en los talones y, entre medias, hay de todo: mucho Fellini, Berlanga, Saura, todo el cine de Landa, Woody Allen y hasta algo de Anthony Hopkins y Batman; incluso, al entrar en el cine Luchana, se atisba tras el payaso triste el fabuloso cartel de publicidad de Hondo, una peli de John Farrow, de 1953, interpretada por el Duque, John Wayne. Quien quiera ver este icono de mi adolescencia, que pinche aquí. Por cierto, puestos a buscar anacronismos, como parece que le reprochan a De la Iglesia...

No creo que Balada sea una película sobre la guerra civil sino que es una película-río que empieza en 1937 y termina, más o menos, en 1973. El recurso a la cascada de imágenes documentales es un modo como otro cualquiera de resolver el problema del paso del tiempo en un relato de treinta y seis años. Tiene la ventaja de que resalta los elementos que considera significativos y determinantes: el No-Do, Franco, los planes de desarrollo, el biscúter, el seiscientos, Massiel, el Lute, la guardia civil, Lola Flores, ETA, Burgos, Marisol, en fin, el país en sus rancias esencias en un relato burlesco. Es decir, es una peli que usa la guerra civil, la postguerra y el franquismo como el contexto, el telón de fondo, de su relato y, aunque los acontecimientos sean las causa de las peripecia de ese relato, la peli no es una peli sobre la guerra civil o el franquismo. Otra cosa es el mayor o menor interés del relato en sí, una rivalidad entre dos payasos de un circo por los amores de una trapecista.

Entiendo la preocupación por ver cómo contribuye el cine a la formación de una memoria colectiva de la guerra civil y el franquismo que durante cuarenta años estuvo dominada por pautas simbólicas ultrarreaccionarias. Sólo se me ocurren dos salvedades. Primera: no creo sea posible construir memoria colectiva alguna a base de superponer un relato a otro relato, ignorando aquel monopolio interpretativo que ha dejado huella. Segunda: esa memoria colectiva no puede alimentarse con un solo tipo de películas que refleje un juicio valorativo y, por tanto ideológico que se da por bueno. Llama la atención la hostilidad que refleja la izquierda al hecho de que Alex de la Iglesia presente una visión "de las dos Españas", como si fuera algo fatídico, el destino de la raza y hasta sea sospechoso de equidistancia, una posición que no suele despertar entusiasmo entre los convencidos de cualquier credo. Sin embargo, es obvio que hay dos Españas, que sigue habiéndolas y que el sistema democrático simplemente palía algo la dureza del enfrentamiento. En España sigue habiendo las dos naciones que veía Disraeli en Inglaterra sólo que no están separadas por razones económico-sociales sino sobre todo ideológicas y religiosas.Y si alguno no quiere tomar partido por ninguna de las dos, al estilo de Salvador de Madariaga, no por ello es un maldito ni su cine malo.

Además de industria (cosa que es siempre) el cine es arte (cosa que no es siempre) y, cuando es arte, es libre y no sigue consignas políticas. Por cierto, si alguien quiere ver los vídeos de la tertulia sobre la guerra civil y el cine los tiene en el banner de la Tuerca, en la columna de la derecha.