Aznar prosigue la reconquista, tanto en el interior del Reino como in partibus, cantando a su país las verdades del barquero porque probablemente le duele España, como a Unamuno. Dice auténticas atrocidades ante auditorios difíciles de imaginar; son sociedades norteamericanas o congresos de "populares" en las más exóticas plazas, como Miami o Colombia. Eventos que probablemente montan la FAES y el PP sabedores de que su eco local e internacional será mínimo pero máximo en la Península en donde levantarán furor, sobre todo negativo entre la izquierda opinante en los medios que arroja a la cabeza de aquel gruesos epítetos como antipatriota, felón, demagogo, lavador de trapos sucios en el exterior, quintacolumnista, traidor, etc.
Y no solo en la izquierda; la opinión en los sectores cercanos a la Presidencia de su propio partido también le es adversa, aunque no se exprese con tal pintoresquismo o no se exprese en absoluto. Lo que los críticos ven peor es el protagonismo que las incendiarias apreciaciones aznarinas arrebatan a la jefatura actual a la que, sin embargo, designó él con la perspicacia que lo caracteriza.
Tanta crítica, la verdad, me resulta sospechosa y, analizados de cerca los propósitos de Aznar, hay que reconocer que tiene más razón que un santo; que san Juan Crisóstomo, por ejemplo. Está claro que el hombre es coherente porque dice lo mismo fuera que dentro y siempre lo mismo que, en esencia, es como un discurso regeneracionista de la derecha en el peculiar estilo de Aznar. Exprimiendo la última alocución al PP de Colombia el tema suena tal que así: 1º) España es el enfermo de Europa; 2º) su organización territorial es inviable y su Estado del bienestar insostenible; 3º) no inspira confianza; 4º) está paralizada; 5º) El PP tiene la gran responsabilidad de regenerar a España y cuanto antes mejor; 6º) el país es irrelevante en el exterior; 7º) no podemos cumplir nuestros compromisos; 8º) podemos volver a equivocarnos si no damos un giro en las próximas elecciones que deben convocarse ya mismo.
Pues bien, todo esto me parece muy puesto en razón. Veamos:
España padece una enfermedad. Así es: un país que tuvo ocho años como Presidente a un hombre tan ruin, malicioso, resentido, escaso de luces y vengativo tiene que estar enfermo.
Lo de la organización territorial ya lo había dicho él en su joseantoniana juventud logroñesa calificándola de charlotada. (Por cierto, ¡cuánto habla de la mentalidad de la derecha ese término que mana del nombre del genio de Chaplin al que Aznar jamás entenderá y mira que se le parece físicamente!). En cuanto al Estado del bienestar no hace falta preguntarle; ya contesta Moody's, el oráculo de Delfos.
La poca confianza que inspira el país dimana del hecho de que no se puede estar detrás, recibiendo órdenes del exterior. Es obvio: es mucho mejor ir por delante al exterior a recibirlas allí moviendo el rabo, como él en las Azores.
España está paralizada. ¿Qué más tiene que pasar para que se tomen medidas? se pregunta un Aznar/Juan Bautista en expresión que recuerda sus tiempos de las filípicas ("¿qué más tiene que pasar señor González...?"). Buena pregunta. ¿La respuesta quizá pueda ser que siga él hablando?).
El PP tiene una responsabilidad histórica en la regeneración de España. Y tanto; va a probarlo en los tribunales en donde quedará establecido qué porcentaje del PIB afanó la trama Gürtel que estaba en cierto modo embedded en el PP desde antes de la boda del Escorial. La responsabilidad de devolver la pastuqui.
La irrelevancia exterior. España no pinta nada fuera. Es cierto, al menos por lo que respecta al eco internacional de las agorerías del ex-presidente que ya deberían de haber provocado un concurso internacional de acreedores. Pero tiene disculpa. La jugarreta de la taimada ministra Salgado capaz de ir por ahí desmintiendo a Aznar es responsable de ello.
No podemos cumplir nuestros compromisos, variante de que no somos de fiar. Es lamentablemente cierto. Ni siquiera hemos conseguido declarar a Aznar persona non grata. Somos unos blandengues y muy poco de fiar.
Podemos volver a equivocarnos. Desde luego. Basta con que en las elecciones de 2012 salga elegido Rajoy a quien, a diferencia de Aznar, sólo se ha oído balbucir algunos confusos propósitos inconexos, dichos a desgana con motivo de una entrevista veraniega o algo así.
En efecto, Aznar está en lo cierto. No tenemos arreglo. Él es la mejor prueba.
(La imagen es una foto de Thundershead, bajo licencia de Creative Commons).