dimecres, 6 d’octubre del 2010

Rastacuero.

Suele pasarnos en España que han de venir de fuera a decirnos lo que tenemos en casa; en lo bueno y en lo malo. El reportaje de Foreign Policy, Bad Exes, dice que el ex presidente Aznar es uno de los cinco peores ex presidentes del mundo, que ya tiene pecado; un mundo lleno de Blairs. Lo de menos es en función de qué parámetros ha llegado a esta conclusión porque, sean los que sean, Aznar sin duda se lleva la palma. Estoy, además, seguro de que encabeza el pelotón compuesto por Schröder, Obasanjo, Estrada y Shinawatra. La revista cita alguna de las más sonadas declaraciones de un hombre al que, dice, caracteriza su "retórica extremista", como cuando niega de plano que el calentamiento global sea cierto, exige que los árabes pidan perdón por la invasión de la Península Ibérica en el siglo VIII, reclama su derecho a beber al volante o descalifica a Barack Obama.

Pero no debe de ser lo extemporáneo de tales declaraciones el motivo de la mala nota. Hay ejemplos mucho peores, como el del ex presidente Bush hijo, cuyas disparatas salidas de pata de banco son legendarias en su país. Es algo más, es ese espíritu altanero y agresivo de que siempre van revestidas. Aznar no abre la boca sino es contra algo o contra alguien, generalmente lo mismo y los mismos: todo lo que huela a multiculturalidad, progresismo, ecologismo y socialdemocracia; todo lo que provenga de Zapatero, a quien ya juzga peor que Felipe González, dando por supuesto contra toda evidencia que éste fuera malo.

Y es también el hecho de que muchas de estas declaraciones en contra de Zapatero y su gobierno las hace en el extranjero, en donde suenan como declaraciones en contra de España. Pocas cosas están tan claras como que en democracia la política exterior debe estar por encima de los partidos.Y quien no lo respete, sobre todo si es personalidad relevante, sentará plaza de desleal y felón. Esto de la lealtad a la Patria, que la derecha invoca sin parar es, sin embargo, su punto débil porque su concepción patrimonial de la Nación, le hace pensar que ésta se desintegra si no la gobierna ella, la derecha.

Si la citada revista hubiera enviado un reportero a la intervención de Aznar en un foro organizado por el diario La Razón, tendría materia para una crónica amplia. El ex presidente, en presencia de Rajoy, De Cospedal, Sáez de Santamaría y Gallardón entre otros, ha desplegado su panoplia catastrofista, en perfecta ignorancia de su propia actitud. Dice que el Gobierno pone en duda la Transición y hasta la Constitución de 1978; él, que escribió un libro en 1994 (ideario para ganar las elecciones de 1996) titulado La segunda transición y que, en sus años más mozos de falangista independiente, rechazaba la Constitución que ahora idolatra porque amparaba una organización autonómica que él consideraba una "charlotada intolerable".

La artimaña de que se vale el Gobierno para tan monstruoso fin es la Ley de la Memoria Histórica que, según Aznar, es un dislate perpetrado con el "pretexto" de juzgar el franquismo. En román paladino: el franquismo está más allá de todo juicio. No hacía falta decirlo. Emitir un juicio sobre el periodo más sangriento y vergonzoso de la historia de España es dividir a los españoles. ¿Cómo va a decir verdad alguna hoy un hombre que quiere consagrar la mentira con el manto de la Historia?

Los ataques al Gobierno español por su carácter antinacional, que la derecha resume en la expresión del "pacto del Tinell", la conjura para el desmantelamiento de España, se hacen sobre el trasfondo de aquella primera legislatura de Aznar sin mayoría absoluta en el Congreso y en la que éste compró literalmente su investidura a los nacionalistas catalanes y vascos a un precio tan alto que hizo exclamar a Arzallus que habían conseguido más con Aznar en días que con González en años. La derecha pasa del "antes roja que rota" al "antes rota que roja" con la facilidad con que se derrite el hielo al sol.

Convoca de nuevo el líder mesiánico a los españoles a un gran "proyecto nacional" de recuperación, regeneración y reformas. Lo señalado de esta retórica bombástica de "proyectos nacionales" es que ahorra entrar en detalles molestos acerca de las medidas prácticas que se arbitrarán. Qué, quién, cómo y cuánto. Detalles que Rajoy se ha negado sistemáticamente a dar, sugiriendo la idea de que es el hombre que sacará el país del (supuesto) atolladero en virtud de una fórmula tan secreta como la de la Coca-cola.

Termina Aznar su última andanada con un aparente neologismo que sólo muestra que el hombre habla por hablar, empleando términos de grato sonido y nulo significado por ignorar el que normalmente tienen. Dice el héroe de las Azores que el Gobierno español es "transformista", como queriendo contraponerlo al hipotético de Rajoy, que sería "reformista". Pero "transformista" en este contexto carece de sentido ya que los suyos son el de una parte de la teoría evolucionista y el del carácter del Estado italiano entre la instauración monárquica y la llegada de Benito Mussolini; a no ser que se refiera al "transformismo" en el fútbol, que consiste en jugar para dos selecciones nacionales distintas.

Cosa la última nada de extrañar pues el presidente del Gobierno cree (o creía) que el de Nación es un concepto discutido y discutible. Algo que el ex presidente considera abominable puesto que la existencia de la nación española es incontrovertible. Él, por ejemplo, trabaja para ella como asesor de Murdoch, en cuyos medios se ataca a España de modo permanente.

Bien es verdad que se trata de la España socialista. O sea, la anti-España.

(La imagen es una foto de Thundershead, bajo licencia de Creative Commons).