La Casa Encendida de Cajamadrid, en la Ronda de Valencia, que es un curioso edificio del modernismo industrial madrileño de comienzos del siglo XX, alberga una exposición de Thomas Hirschhorn llamada Subjecters que es una muestra representativa de la obra de este peculiar artista que trabaja con materiales industriales de todo tipo, empezando por los maniquíes, para transmitir un mensaje crítico de la vida contemporánea de mucho impacto visual. Los cuerpos agujereados, taladrados, destrozados, los materiales plásticos en forma de vísceras desparramados por el suelo, la aglomeración de efectos y referencias simbólicas al buen tuntún, la inexistencia de puntos centrales de atención en composiciones enormes, extensas, que ocupan paredes enteras muestran imágenes que nos acompañan cotidianamente y a las que no prestamos muchas veces atención específica porque son como el decorado de nuestra existencia aunque suelan referirse a cuestiones de calado, de las que no somos enteramente conscientes porque las vemos de refilón, al pasar. Pero articulan nuestro universo visual que aquí adquiere protagonismo y por eso el título de Subjecters: paisaje urbanos destrozados por explosiones terroristas, cuerpos mutilados, descoyuntados, sembrados en el pavimento, edificios derruidos, amasijos de hierros en accidentes ferroviarios o de carretera y sangre, mucha sangre.
Este Hirschhorn, aunque suizo de nacimiento, trabajó siempre en París y en concreto en el grupo artístico Grapus, compuesto por afiliados al Partido Comunista francés, gentes que entendían el arte como un frente más en la lucha de clases y llevaban a él tácticas revolucionarias que trataban de suscitar conciencia de clase empleando técnicas tradicionales del agit-prop con desarrollos nuevos procedentes de la estética sesentayochera como el uso de imágenes ajenas, singularmente comics para transmitir mensajes políticos radicales. A partir de los años noventa con el batacazo final del comunismo, esta tendencia marxista entra en la crisis habitual y los miembros de Grapus se dispersan. Hirschhorn conserva, como se ve, una fuerte carga iconográfica revolucionaria y crítica del presente.
Es interesante ver estos productos que luchan en contra de una imagen adocenada del arte en todos los frentes, desde el de la mera forma hasta el carácter poco convencional del contenido. Un arte que cumple una función que siempre ha estado entre las que competen a la labor creadora: la de servir de revulsivo de la complacencia de la vida contemporánea. Todos sostenemos el mundo, pero sólo unos cuantos se benefician de él.
La misma casa encendida alberga otras dos exposiciones de cierto interés con lo que quien se acerca a ella sale bien servido. Una de Eva Lootz llamada Viajes de agua que es una especie de llamamiento para concienciarnos del creciente problema del agua en el mundo basado en imágenes y textos admonitorios y que encuentro algo ñoña y otra colectiva, llamada camuflajes que tiene cierto chiste: imágenes en las que la figura principal se confunde con el paisaje, el entorno, el adorno. Es exposición colectiva con unos treinta artistas que hacen sus aportaciones peculiares a esa propuesta programática del camuflaje: ¿cómo puede confundirse una figura? Y está sí tiene una finalidad exclusivamente estética, aunque, cuando de camuflarse, de ocultarse o disimularse se trata tiene uno la sospecha de que se ataca a un nervio sensible de la conciencia contemporánea en la que conviven dos tendencias antagónicas: el ansia de popularidad y notabilidad con el miedo a volar, esto es a singularizarse, a que lo señalen a uno como apartado del mainstream. La muestra, la de cientos, miles de veces que se escucha en todas las ventanillas del intercambio social, desde los discursos sublimes que otorgan premios hasta la ácida pelea matrimonial, pasando por las anécdotas en los bares a la hora del aperitivo, el valor que tiene que cada cual sea "uno mismo", sin seguir modas ni tendencias; una tendencia tan a la moda que suele ocupar las portadas de las revistas del corazón en donde cualquier petardo famoso expone a la pública curiosidad el diseño exclusivo del salón de su casa en el cual se camufla mejor que el insecto palo en su medio.