Esto de poner(se) plazos es muy desavisado. El señor Rajoy los ama porque deben de parecerle perentorios y que dan idea de que uno sabe a dónde va y de qué habla. Y algo de eso hay. Quien pone un plazo es como si congelara la acción, como si dijera: "alto ahí! Esperad y veréis de lo que soy capaz", con lo que todo queda en suspenso, a la espera de lo que suceda en el momento invocado. Pero al mismo tiempo se redobla lógicamente la atención y la expectativa crece; nadie quiere quedarse al margen o perderse el momento. Repica el tambor y todas las miradas se dirigen al emplazador sin cuidarse gran cosa de qué haga el (o los) emplazado(s)
En su característica inoperancia el señor Rajoy ha dejado entrever o suponer o barruntar que tiene algo nuevo que hacer o decir mañana, martes, tres de noviembre. A la vista de las circunstancias sin embargo eso es muy problemático cuando no directamente inverosímil. El margen de acción del señor Rajoy es muy angosto y oscila incómodo entre la rendición a los retos lanzados por las baronías territoriales (estentóreo y engallado el de la señora condesa consorte y sinuoso y silente del Curita) y el autoritarismo innecesario en el caso de que llegue a tomarse con ellos alguna medida discipilinaria.
La acción pública implica siempre disciplina y esta es una de las cruces del señor Rajoy, que campa en un campo levantisco. A la que bien quisiera disciplinar no puede y al que puede disciplinar no quiere. De ahí esa imagen con la que le bombardea la maquinaria de propaganda del PSOE y el Gobierno: el señor Rajoy no sabe disciplinar su propia casa, innecesario esperar que lo haga con la gran casa común que es la nación. A la que, por cierto, tiene hace tiempo olvidada en su arrebatada oratoria.
El último inconveniente de ir por ahí luciendo plazos es que concentra los focos sobre una sola persona, singulariza e individualiza la acción de la que el protagonista admite ser solo responsable. No hay segundones ni intermediarios a quienes culpar ni siquiera cuando tengan la culpa que, en este caso, anda sobrada. Basta con preguntar a la señora De Cospedal quién la asesora sobre el contenido de sus manifestaciones públicas.
En fin que el señor Rajoy, su niña, "los chuches", los hilillos de plastilina, la España se rompe y queremos saber, la herencia dilapidada y los presupuestos letales mañana escenificará la absoluta irrelevancia en que se ha colocado a sí mismo por su mezcla de torpeza y abandono.
(La imagen es una foto de Contando estrelas, bajo licencia de Creative Commons).