De vez en cuando lee uno artículos acerca del furor que en algunas partes del planeta, singularmente en los Estados Unidos, despierta Roberto Bolaño. Suelen tales informaciones también mostrar sorpresa por el hecho de que eso no suceda en España, país al que Bolaño había venido a vivir y en donde murió prematuramente. Muchos creen incluso saber a qué se debe esta gélida indiferencia patria frente a la nueva luminaria del firmamento de las letras que otros sitúan a la altura de García Márquez y otros, far out, a la de Sterne: la atávica envidia de la raza. Sin embargo España es, creo, el país en el que Bolaño encontró aceptación y reconocimiento sin reservas. Anagrama, con característico olfato literario, lo impulsó y sostuvo mientras su fama se consolidaba. Hay que reconocer, por lo demás, que su extemporánea muerte no ayuda a que su descubrimiento inunde la actualidad y, antes bien, tiende a fijar de él una biografía de genio malogrado que puede serle muy dañina. De momento, sin embargo, la obra póstuma, que suele ser un negocio dentro del negocio, parece marchar de maravilla. Su agente literario ya anuncia otras dos publicaciones próximas.
Tengo el mayor de los respetos por la literatura de Bolaño aunque me ocurre con ella algo que experimento como una frustración y es que no consigo implicarme directamente. Tiendo a culparme de ello pero me queda la sospecha de si no es que , borgiano de cuerpo y alma, Bolaño interpone una barrera de exquisitez literaria entre su cuento y los lectores que se sienten (nos sentimos) en cierto modo forzados no tanto a leer sin más (que es una actividad ordinaria, incivil, propia de burgueses despreciables) como a interpretar, sometidos a la tiranía de una comprobación permanente por si no hemos sido capaces de atinar con la clave simbólica pertinente, como si fuera un juego infrarrealista. Los detectives salvajes y 2666 son dos textos extraordinarios y singularísimos. Y lo mismo le sucede a esta insólita narración (Roberto Bolaño, Una novelita lumpen, Barcelona, Anagrama, 2009, 151) con su modesto título y de la que supongo que podría hablarse como de lo que Unamuno llamaba una nivola en su producción; comparte algunos rasgos. En otros, el relato de Bolaño habita en un mundo aparte. Es una historia en primera persona, un monólogo sin pausa ni referencia, que arranca sin más, narra unas circunstancias, una peripecia y se cierra luego de forma tan ajena y brusca como empezó. Es como si, en el curso de nuestras vidas, nos fuera dado de pronto asomarnos a un episodio de otra ajena en un mundo externo, aparte, que se nos ofrece como un espectáculo, no como una recreación de aquel otro en el que habitamos y en el que, supuestamente, podemos actuar y que pasa luego y se cierra y se apaga como si no hubiera existido.
La protagonista narra en un tono monocorde y sin apenas emoción un acontecer que, arrancando de una circunstancia fortuita (la muerte de los progenitores en un accidente de carretera) configura su vida y la de su hermano como huérfanos que sobreviven en una situación de angostura y poca esperanza. La vida cotidiana (él trabajando en un gimnasio, ella en una peluquería) va dando paso poco a poco a una situación sorprendente como de teatro del absurdo en el espíritu de Ionesco o Beckett con dos imprevistos e injustificados ocupantes de la vivienda que, sin razón aparente para ello, son quienes acaban mandando en la casa y follando indistintamente con la narradora. Esa situación escala luego a un mundo medio onírico en el que Bolaño nos introduce jugando con el realismo y la fantasía. La protagonista comparte acción (qué tipo de acción quede aquí en reserva para no estropear el misterio e interés de la novela) con una reliquia del pasado: un ex-actor de cine especializado en el papel de Maciste en el cine mudo y ya retirado después de haber sufrido un accidente que lo ha dejado ciego. Casi la mitad de la novela transcurre en la casa de este hombre en el que la narradora busca desesperadamente la caja de caudales con las intenciones que cabe maliciarse y que constituye un mundo a lo Sunset Boulevard, sólo que la anciana estrella fadé estadounidense es aquí sustituida por un héroe de cine peplum, de hombres forzudos, con poderosos biceps y muñequeras de cuero. Creo recordar que en mi niñez alcancé a ver una peli de "Maciste el coloso" que me parece estaba interpretada por Steve Reeves.
Por último ¿por qué "lumpen"? Supongo que los especialistas en Bolaño tendrán alguna explicación. Por mi parte lo atribuyo a la época trostkista del autor a quien en su fiebre ideológica le sucedió algo con el gobierno de Allende en Chile país que es el suyo de nacimiento propio de sus héroes: se preparó para ir a luchar a su lado, le tomó tiempo llegar y, cuando lo hizo, Allende había caído.