Las elecciones, dícese, son los momentos más solemnes de la democracia porque por ellas habla el pueblo soberano al que han de escuchar los poderes públicos. Cierto pero eso no es muy entretenido. Lo entretenido, lo que muchas veces llega a ser cómico, es lo que sucede después de ese momento solemne. Claro que no en todos los sistemas políticos. En los presidencialistas y/o mayoritarios, el tal momento solemne no deja lugar a duda alguna: habla el pueblo, elige a un presidente o una mayoría parlamentaria y ya está. Lo divertido es en los sistemas parlamentarios y/o proporcionales como el nuestro y como el de la mayoría de los países europeos: habla el pueblo soberano pero rara vez lo hace de modo concluyente de forma que deja una situación complicada en la que los partidos tienen que hacer equilibrios y volatines para conjugar mayorías y componer gobiernos de coalición que a veces requieren recuelos o trabajos como encaje de bolillos. El penúltimo gobierno en Bélgica tardó seis meses en componerse y eso que en estos países que, como Holanda, no han conocido un sólo gobierno monopartidista desde el año de 1900, suelen contar con una figura especial que tiene diversos nombres como "facilitador" o "componedor" y cuya misión es exclusivamente dedicarse a armar gobiernos con los habitualmente imposibles resultados electorales que haya dejado el ínclito pueblo soberano.
Larga introducción para explicar por qué el País Vasco y Cataluña son las Comunidades Autónomas españolas que más se parecen a los países europeos mencionados. Especialmente el primero en cuya sociedad se da una cantidad de fracturas o contradicciones (cleavages) similar a la que se da en Bélgica: lingüísticas, culturales, territoriales y políticas. Así resulta que componer gobierno en Euskadi es tarea tan ardua como en el viejo Flandes español. Tiene el parlamento de Vitoria 75 y escaños y cuenta con siete partidos representados y un fantasma que arrastra sus ilegalizadas cadenas por los pasillos y lobbies de la cámara vasca. Esto da una media de trece escaños por partido, algo más de nueve si contamos al fantasma, lo que indica cierta fragmentación parlamentaria, fiel reflejo de la que hay en la sociedad.
Frente a la situación vascona, la de Galicia, con todo y ser una sociedad también plural con un hiato lingüístico, casi parece de sistema mayoritario y régimen presidencial. El señor Feijóo, a pesar de ignorar el sexo de las vacas, animal totémico galaico, ha restaurado la tradición conservadora de las mayorías absolutas que, cuando las conseguía el señor Fraga, eran absolutísimas. Y aquí paz y después gloria. La izquierda se llevó el domingo un buen y probablemente merecido revolcón y el lunes el señor Touriño hizo lo único que cabe hacer en democracia en estas o parecidas circunstancias cuando se está en política por convicción: dimitir. Cuando se está por otros motivos no se dimite ni aunque lo pasen a uno por la quilla, como demuestran los casos del señor Rajoy, perdedor de dos elecciones legislativas y de la señora Aguirre, el señor Camps, el señor Fabra y los demás señoras y señores del PP, presuntamente implicados en presuntos escándalos de presuntos delitos y que no dimiten hasta que no se los llevan los alguaciles y eso si no tratan de comprarlos, presuntamente, claro es.
Volviendo al País Vasco detecto cierta contradición entre las necesidades de una compleja política de alianzas florentinas y las capacidades que me parece posee el señor Patxi López. Claro que si el señor Ibarretxe, que se me antoja mucho más romo que el señor López, pudo estar más de once años haciendo equilibrios al frente de sucesivas coaliciones, no se ve por qué no podrá hacerlo también el socialista. Y hacerlo, incluso, en el más difícil todavía: sin coaliciones, sobre todo teniendo en cuenta que no trae proyecto alguno para "portorriquizar" al País Vasco .
Ha bastando que haya una posibilidad de que el PNV abandone el palacio de Ajuria Enea, el poder y su compleja red de influencias sociales, económicas, religiosas para que empiece a expectorar dislates de penosísimo estilo. Esa amenaza de que una alianza entre el PSE y el PP, perfectamente legítima por lo demás, sería considerada como una "agresión" parte del supuesto propio de todos los matones de barrio (y no quiero ofender) de que son ellos quienes definen el alcance de las situaciones: hay una agresión donde ellos dicen que la hay; no en donde la haya objetivamente. Resumen: al margen de si el señor López pacta de una u otra forma con el señor Basagoiti en el País Vasco y al margen de si tal pacto es bueno o no para la estabilidad parlamentaria del gobierno del señor Rodríguez Zapatero, está claro que el PNV necesita una pasada por la oposición y una cura de modestia y humildad. El hecho de que este partido invoque a Dios en su lema no quiere decir que lo sea. Ni que el señor Ibarretxe sea su profeta.
(La imagen es una foto de 20 Minutos (b), con licencia de Creative Commons).