Conocemos imperfectamente la historia de la guerrilla española antifranquista. Diversos motivos han contribuido a esta laguna: el secreto de las operaciones, tanto en el lado antifranquista, necesitado de clandestinidad, como en el franquista que no quería dar publicidad a unos hechos que comprometían su seguridad; el carácter desestructurado, inevitable en toda acción bélica de guerrillas; la tupida censura de prensa que la Dictadura impuso; la dificultad de acceso a los materiales de documentación y sobre todo el miedo, el miedo de los coetáneos a hablar de los hechos y que ha durado prácticamente hasta hoy, como señala Ana R. Cañil, la autora de este libro (La mujer del maquis, Madrid, Espasa, 2008, 423 págs.) que lo detecta incluso en sus conversaciones con testigos directos o indirectos de los acontecimientos que narra. acaecidos hace ya más de cincuenta años. Pero el interés por estos episodios es casi tan antiguo como ellos mismos. Creo recordar que la primera obra que leí sobre el maquis fue hace unos cuarenta años, y era Búsqueda, reconstrucción e historia de la guerrilla española del siglo XX, de Andrés Sorel, un libro publicado en 1970, hoy injustamente olvidado.
Ana R. Cañil no ha escrito una obra de historia, ella misma lo reconoce al comienzo, sino una especie de reportaje de actualidad pero localizado en el pasado, una verdadera "reconstrucción" (al estilo de Sorel) de un episodio concreto de aquel movimiento guerrillero español: el que se localiza entre los años de 1947 y 1957 en la zona santanderina del Val de San Vicente, próxima a San Vicente de la Barquera y el valle de la Liébana y que tiene como principales protagonistas a dos afamados guerrilleros: Juan Fernández Ayala (Juanín) y Francisco Bedoya Gómez (El Bedoya). Para ser más exacto diré que si Juanín y Bedoya son los protagonistas del acontecimiento, los del libro son las gentes sencillas, los habitantes de la comarca y sobre todo sus mujeres, especialmente las emparentadas con Bedoya, como su madre, su novia o su hermana.
Cuando Bedoya cae en 1957 abatido por las balas de la Guardia Civil hacía ya casi diez años que el Partido Comunista de España (PCE) había decidido poner fin a la lucha armada y unos seis que se lo había puesto decisivamente. Cañil da cuenta de ello (pp. 271/272) pero insiste en que, aunque parece que Juanín fue miembro del PCE, a diferencia de otros guerrilleros que militaban mayoritariamente en la CNT o en el PSOE/UGT, la vida de aislamiento a que lo forzaba la actividad guerrillera lo había apartado de la militancia. Y, en todo caso, en cuanto a Bedoya, es más que problemático que su decisión de echarse al monte en 1952 estuviera movida por razones políticas si bien la autora supone (y digo bien, "supone" porque no parece estar en situación de probarlo) que el mozo, entonces de veintitrés años y que había pasado cuatro en la cárcel (desde los diecinueve) adquirió en ella, en contacto con los demás presos políticos cierto tipo de formación.
Sin embargo, el meollo de la historia, al menos el eje en torno al cual la autora construye su relato, no es político sino una historia de amor, el que nace entre Francisco Bedoya con diecisiete años y Mercedes San Honorio Pérez, Leles, la hija de un caserío de la zona, por entonces de quince. Los dos muchachos tienen un hijo, Ismael, un par de años después sin estar casados. La familia de ella, sobre todo la madre, una mujer católica y muy dura, interviene, impide la boda y, de hecho separa a los amantes. La acción materna es tan despiadada que dos años más tarde, y sin que Bedoya haya conseguido ver a su hijo que permanece poco menos que secuestrado junto a su madre, consigue que Leles embarque hacia la Argentina, separándolos para siempre. A partir de ahí los dos novios iniciarán una correspondencia ingenua a la que Cañil ha tenido acceso y que entrevera a la largo de la obra con la otra historia, la de las guerrillas. Por eso esta obra es un reportaje histórico, una crónica de un acontecimiento y una historia sentimental al mismo tiempo. Lo único que suena raro de esa correspondencia es que Bedoya, un chico de la montaña santanderina, llame "mamá" a la madre de su novia. Parece como una modificación posterior.
Bedoya, como otros habitantes de la zona de la montaña era enlace de los guerrilleros o los apoyaba, en concreto a dos brigadas que estuvieron actuando desde el fin de la guerra civil hasta bien entrados los años cuarenta. En 1948 Paco Bedoya y un par de docenas de vecinos y vecinas de los pueblos del lugar son arrestados en una razzia de la Guardia Civil, decidida a acabar con el apoyo de la guerrilla a base de detener a quienes considera sus soportes a los que encierra en los cuartelillos y en la prisión de San Vicente de la Barquera y somete a todo tipo de torturas hasta que consigue confesiones que, presentadas ante los consejos de guerra les valdrán condenas de cuatro, seis, ocho o diez años.
Este es a mi entender el aspecto más importante del libro, las actividades represivas de la Guardia Civil en España, en concreto en la montaña santanderina en los años cuarenta, consistentes en mantener a la población aterrorizada con sus sacas, sus torturas, sus frecuentes registros, sus detenciones arbitrarias: el terror impuesto por el régimen sobre la España vencida de la posguerra en todos los pueblos del país. Y hay que recordar que en los años treinta y cuarenta España es fundamentalmente agraria, rural y que más del sesenta por ciento de la población vive en pueblos en los que la bestial represión ejercitada por los falangistas, los guardias civiles, los curas o los elementos adictos al régimen sembraron una semilla de odio y miedo que ha persistido hasta la fecha.
Bedoya cumple su condena de seis años en un batallón de trabajos en Fuencarral, cerca de Madrid, a donde viene a visitarlo un par de veces su madre que le trae a su hijo Ismael que la familia de Leles le ha dejado mientras la madre se instala en la Argentina. Serán las dos únicas ocasiones en que el futuro guerrillero lo vea, mientras sigue escribiendo sus cartas a la novia con la que planea juntarse cuando haya extinguido la condena. Parece que Julia, la madre de Bedoya, siguió siendo enlace de los guerrilleros ("bandoleros" para los franquistas) aquellos años y hasta se decía que amante de Juanín, lo que da a la historia un matiz literario y Cañil dice no poder probar nada.
Es el caso que Bedoya rompe condena cuando le quedan seis o siete meses para cumplirla, al parecer encendido porque la guardia civil (se supone) ha incendiado su casa y con ella han ardido todas sus pertenencias, y buscando venganza. Así es como se echa al monte en 1952. Pero echarse al monte significa en su caso, cargar de nuevo sobre la familia, ahora en otra casa y continuamente vigilada por la Guardia Civil. La situación llegó a ser insostenible y, al parecer, a Bedoya lo delató su cuñado quien, por cierto, murió abatido por la guardia civil con él.
Entre tanto Leles se había casado en Buenos Aires con otro emigrante de su pueblo, Abanillas, teniendo otro hijo con él. Pero para Leles muchos años después, ya anciana, ella había tenido un amor y un marido cosas, como todo el mundo sabe, no necesariamente coincidentes. Leles vivió como un drama esa historia que sintetizaba con toda ironía una dama francesa del XVIII: "Faute de mieux, on couche avec son mari". Pero el caso que cuenta Cañil es una historia de amor triste entre gentes sencillas a las que ha pillado el engranaje de la guerra y la locura humana.
Y al mismo tiempo es un testimonio vivo de las condiciones de terror en que vivió durante años una parte importante de la población española a manos del ejército victorioso en la contienda y de quienes estaban con él.
Como la autora habla de tanta gente y las familias son tan extensas y están entrelazadas, estas dos historias fundamentales (amor maldito y maquis) se mezclan con otras que a veces son confusas y despistan. De todos modos, la imagen de la Cuba de Batista, poco antes del triunfo de Fidel y de los primeros tiempos de la revolución dibujada por una persona que vivió allí en aquel tiempo es impagable. También distrae del núcleo central de la obra y parece un poco pegote, pero se lee con mucho agrado y sirve también para descargar la tensión que el lector acumula, harto de ver miseria, represión, crueldad, torturas, palizas, desprecios, humillaciones, vejaciones, robos, saqueos, rapiña en fin: la España rural de los años cuarenta.