Michael Walzer es uno de los más importantes teóricos políticos contemporáneos encuadrado en la escuela comunitarista. Este libro (La rebelión de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical, Katz editores, Madrid, 2008, 354 págs) que fue su tesis doctoral, se publicó originalmente en 1965, pero hasta ahora no había sido traducido al español. Ahora sí a cargo de doña Silvia Villegas quien no ha hecho precisameente un buen trabajo. La traducción es torpe, literal, desacertada, dificulta la lectura y comprensión del texto y a veces es simplemente de risa. Una lástima porque se trata de un libro profundo, bastante denso y notablemente bien escrito.
El punto central de la obra es que el nacimiento de lo que el autor llama la política radical se da en el periodo anterior a la revolución inglesa del siglo XVII y durante ésta, es decir, un lapso más o menos entre 1580 y 1640. No he visto que defina en parte alguna qué entienda por política radical pero no hace falta: se trata de una política encaminada a provocar una revolución. El grupo responsable de ésta en la inglesa del XVII, los puritanos, son los antecedentes de los jacobinos franceses y los bolcheviques rusos. Eso en cuanto a la intención expresa del libro. Hay también un punto implícito, paralelo al primero que es detectar también en el puritanismo el origen remoto de los intelectuales, de forma que habría que reformular el saber convencional que sitúa aquel en la Ilustración francesa y, más específicamente, en el asunto Dreyfus y Zola para remontarnos a los calvinistas de la época de Cromwell y clérigos puritanos. Coadyuva bastante, aunque Walzer no lo mencione, que fue Samuel Taylor Coleridge quien acuñó el término clerisy para designar a los funcionarios letrados de su tiempo.
Había dos grupos susceptibles de adoptar la ideología calvinista en la Inglaterra Tudor, el clero y la nueva clase de ricos ilustrados. Se daban por entonces cuatro factores favorables al surgimiento de este grupo: 1) la separación entre la política y la unidad familiar; 2) la aparición de hombres libres; 3) la consideración racional, amoral y pragmática de los métodos políticos; y 4) la aparición de unidades políticas en gran escala (estados territoriales) (pp. 28-30).
En ese caldo de cultivo se produce la recepción del pensamiento político de Calvino, por entonces gobernante en Ginebra. El autor dedica un brillantísimo capítulo a la ideología (sostiene que Calvino, "hombre práctico con ideas" es ante todo un ideólogo) calvinista del que destaco su propuesta de situar a Calvino entre Hobbes (la legitimidad del poder político depende de que sepa imponerse) y Rousseau (la importancia del control social) (p. 62) en cuanto a la comprensión del orden político "lego", por así decirlo. De ahí pasa Calvino a singularizar la iglesia como un orden político propio establecido para siempre por la palabra de Dios y que no depende de ninguna pauta jurídica. Esa sociedad política eclesiástica (que él materializó en Ginebra mediante el juramento de sus ciudadanos, fiel a sus convicciones pactistas) genera una identidad de creyente y ciudadano o creyente militante que es el origen de la figura del santo que luego dará el salto a Inglaterra, en lucha perpetua contra Satán. Admite Calvino el derecho de resistencia, según la tradición feudal y se opone al tiranicidio, si bien y esto es esencial, lo reafirma bajo la forma de la obligación de aquellos santos creyentes de castigar la impiedad (p. 78).
El calvinismo tiene luego dos proyecciones que Walzer singulariza con particular acierto: los hugonotes franceses y los exiliados ingleses (unos ochocientos en total) en varias ciudades europeas como Zurich o Ginebra de los tiempos de la Reina María Estuardo y por ello llamados "exiliados marianos". La consideración de los hugonotes es una muy inteligente reflexión sobre el pensamiento de Duplessis de Mornay que, como se sabe, pasa por ser el autor de la Vindiciae contra tyrannos, así como Francis Hotman, el autor de la Franco Gallia, esto es, los que nosotros conocemos como monarcómacos. El interés de la muy moderada nobleza hugonote francesa era encontrar una justificación del derecho de resistencia otorgándoselo al clero (p. 94). De otro lado, los exiliados marianos, con John Knox a la cabeza mucho más radicalizados ya justifican la revolución contra el gobernante ilegítimo o tiránico y el tiranicidio como derecho que residencian en cualquier creyente (pp. 122-123). Ésta sería la conclusión radical de la idea calvinista del creyente militante. Preguntado Knox si los súbditos piadosos podían derrocar a un príncipe impío su respuesta simple fue: "si son capaces de ello" (p. 124).
Son los ministros puritanos ingleses, constitutivos de una clase fuerte y definida frente al amorfo clero anglicano y en permanente lucha contra España (contra el catolicismo satánico) los que más hacen por derribar el orden tradicional, constituyéndose en lo que Walzer llama un ejemplo de "intelectuales de avanzada" (p. 137). Se definen en lucha contra los católicos pero coinciden en gran medida con los jesuitas, son los plebeyos de los tiempos isabelinos que se han cultivado y comienzan a colaborar con los caballeros parlamentarios (p. 153). Y cuando empiezan a consolidarse y a vivir del evangelio que predican, una nueva persecución en 1630 los fuerza a un segundo exilio, esta vez a Nueva Inglaterra y no siendo ya ochocientos sino más de veinte mil (p. 157). No es preciso subrayar la importancia de esa emigración a América para la constitución posterior de los EEUU (el autor no hace referencia al hecho) y para el avance de la revolución en la propia Inglaterra a través del intercambio de escritos, panfletos y sermones entre los dos lados del océano. Era Sabine, creo recordar, quien calculaba que en los años de 1630 a 1640 más o menos se habían publicado más de veinte mil escritos de polémica política.
Esta clase puritana lanza un ataque devastador contra el mundo político tradicional centrado en sus tres puntales: la jerarquía, la conexión orgánica y la familia (p. 164). Los santos son igualitarios (hasta Calvino sostenía la jerarquía y Hooker decía que el lugar del Rey era natural); son enemigos de la concepción orgánica de la sociedad, muy propia de los anglicanos, que ellos sustituyen por la metáfora de la "nave del Estado" en donde no cabe olvidar que si la nave es mal dirigida puede darse un motín (p. 195); y desacralizan el concepto heredado de familia patriarcal, como se prueba en las contundentes diatribas de Milton en favor del divorcio (p. 210).
El orden tradicional socavado por la revolución sería substituido por un nuevo mundo basado en la disciplina y el trabajo. Esta nueva disciplina, que abomina del ocio y del teatro (entre otras cosas) se basa en tres métodos definitorios del puritanismo: la vocación, el sistema congregacional y la teoría de la magistratura (p. 226). Es muy relevante de la mentalidad puritana la relación de las personas que vivían fuera de la vocación: 1) pillos, mendigos y vagabundos; 2) monjes y frailes; 3) señores que pasan "el día comiendo y bebiendo"; y 4) sirvientes (p. 232). Es interesante comparar esta lista con la de "parásitos" que redactara Saint Simon unos doscientos años después, que incluía a militares, reyes y nobles y le costó un disgusto. Especial relevancia tiene aquí la función de las congregaciones ya que, como señala Walzer constituyen el núcleo de presión social y vigilancia colectiva de los santos (p. 257).
En el momento en que los plebeyos educados entran en contacto con los caballeros subvierten la concepción heredada de la nobleza (basada en Maquiavelo y el inefable Baltasar de Castiglione) en función de un concepto de caballero piadoso, hombre sencillo en lucha contra las corrupciones cortesanas de Babilonia y Nínive, magistrados cuya vocación política se articula en tres instancias: 1) las elecciones; 2) la organización política; y 3) los "ejercicios" (p. pp. 276-279). Una vocación política que lleva implícita la guerra. La cercanía de los puritanos rabiosamente anticatólicos a los jesuitas se personifica aquí en el hecho de que los primeros beban decididamente en la teoría del guerra justa del jesuita Francisco Suárez (p. 286). Beban en ella, claro, para ir más allá de ella. Suárez jamás tocó el tema de la guerra santa ya que la guerra es asunto eminentemente secular; pero ese es el paso que dan los puritanos y así como la razón de Estado justifica la guerra del Rey, la razón de la religión justifica la guerra de Dios (p. 291). Aquí es donde se corona la obra de Walzer, pues ya tenemos a los intelectuales (la "intelligentsia"), los santos, los clérigos, los hombres piadosos, predicando la guerra santa, el extermino del satánico enemigo y contando para ello con un tipo nuevo de soldado que ya no es el campesino reclutado a la fuerza ni el mercenario, sino un militante, convencido de su intención y con alta moral. Con estos hombres compuso Cromwell su New Model Army, algo por entonces imbatible (p. 293).
Walzer corona su magnífica obra extrayendo una serie de características que entiende se pueden aplicar también a los jacobinos y a los bolcheviques. Juzgue el lector: 1ª) En la transición de una forma de sociedad a otra aparece una banda de "desconocidos" que se consideran elegidos y buscan un nuevo orden; 2ª) se diferencian de los demás por una gran confianza en sí mismos y una audacia sin igual; 3ª) se enfrentan al mundo existente por medio de la guerra; 4ª) su organización adelanta la sociedad que buscan y refleja las necesidades de la lucha; 5ª) al poner en acto la santidad generan una nueva clase de política; 6ª) su función es doble: externamente llevan el ataque final contra el antiguo orden; internamente la piedad y la predestinación son la respuesta que dan a los dolores del cambio social (pp. 334-336).
Walzer señala que el saber convencional hace al calvinismo responsable de prácticamente el conjunto de la modernidad, con especial referencia a la weberiana cuestión del "espíritu del capitalismo" y, por el modo de plantearlo, parece que no coincide gran cosa con ello. Pero sí afirma rotundamente que en él, en el calvinismo y su versión puritana, se encuentra el origen de la política radical de nuestro tiempo. Y tiene razón. Únicamente echo en falta en el libro que no se especifique que el puritanismo ya fue el origen de la política radical en su propio tiempo, dado que, si no estoy equivocado, el autor sólo hace una referencia y de pasada a los levellers (niveladores) de John Lilburne y ninguna a los diggers (cavadores) de Gerrard Winstanley, los dos sectores más radicales del Ejército de nuevo tipo de Oliver Cromwell.