divendres, 13 d’octubre del 2006

COSAS DE FAMILIA.

LA FAMILIA INTERNA.

El 12 de octubre no es buen día para mí. Lo recuerdo como "el día de la Raza", que ya era algo estúpido, y ahora es el día al que han decidido trasladar el desfile que se llamaba "de la Victoria" y hoy, a lo mejor, "desfile de la Hispanidad", pero sigue siendo igual de infumable. Me gustaría saber por qué tiene que haber un desfile militar una vez al año. En el de antes, el ejército conmemoraba su victoria sobre la población. Y, en este, ¿qué conmemora? Y ¿por qué desfilan los militares y no los aceituneros altivos o los ingenieros de telecomunicacioness?

Es asimismo el santo de mi difunta madre lo que, cuando ella vivía, era lo único que hacía grata la fecha y, desde su fallecimiento, la ha tornado en día de desolación. En buena parte sobre ella publico el mes que viene un artículo, que ya anuncié en un post del verano con el título de "las otras víctimas". Un artículo sobre su memoria.

La foto de la izquierda, un óleo pintado por mi abuelo, Armando Cotarelo, la representa de niña. El año debía de ser como 1920. Va muy atildada (la mancha del vestido es una restauración desafortunada), los calcetines no se le caen, lleva la cartera del colegio, y tiene una actitud que siempre, muchos años después, identifiqué como muy suya, un gesto de afirmación y una mirada directa y limpia.


LA FAMILIA EXTERNA.

Mi primo Enrique, gran fotógrafo, ha abierto tienda de bloguero hace ya un par de meses (tengo el enlace en familiares). El blog se llama Coloreta, que es un trastrueque de Cotarelo, de forma que ya somos dos Cotarelos en la blogosfera; temblad, Montescos y Capuletos. La foto de la derecha es suya, de una serie de imágenes insólitas de la ciudad, especie de desarrollo gráfico de una cita de Junichirö Tanizaki (El elogio de la sombra) que pone al principio del post. He escogido la de ese hombre porque yo también lo vi el otro día en el centro de Madrid, me llamó la atención y me sorprendió encontrármelo luego en la serie, en una composición que prácticamente lo integra en la arquitectura del entorno (obsérvese el pavimento), lo convierte en una especie de aditamento del edificio, que es lo que el hombre se proponía, por cierto, porque se gana así la vida.


Y LA MEDIOPENSONISTA.

Me pide un lector que comente el episodio de Martorell. Soy poco partidario de responder a este tipo de instancias, característico de la dialéctica política: criticar a la gente no por lo que dice, sino por lo que no dice. ¿Por qué no habla Vd. de...? Una regla básica del intercambio cortés es que los temas de la narración los elige el narrador. No obstante todos estos reparos (o remilgos, según se mire) y, por una vez, no tengo inconveniente en comentar el episodio de Martorell.

Ahora bien, ¿qué es lo que hay que comentar ahí? ¿Que no es de recibo coartar la pacífica libertad de expresión ajena y menos con agresiones? Pero ¿no es obvio? Pareciera que no, a juzgar por la cantidad de gente, sobre todo de izquierda, que ha saltado como una centella a condenar la agresión de marras. Eso de condenar parece un deporte patrio. Batasuna tiene que condenar la violencia, y no quiere; el PP tiene que condenar el franquismo, y tampoco. Así que la izquierda, en cuanto puede, condena a grito pelado a los suyos, sean los energúmenos de Martorell o el bocazas del señor Rubianes. Para mí, sin embargo, estas condenas son meros actos litúrgicos, una especie de carrera, a ver quién condena más rápido para no ser acusado de connivencia con los gamberros. En fin, que las condenas llevan colores políticos. ¿Es tan difícil ponerse de acuerdo en que condenamos todo recurso a la violencia y dejamos de convertir cada acto violento en un juego de suspicacias y acusaciones mutuas?

Incidentalmente, siempre que veo uno de esos tumultos, me acuerdo de las peleas de villanos que pintaba el flamenco Adriaen Brouwer, capaz de captar con toda sutileza los comportamientos más groseros.