Aunque sus intérpretes aseguren lo contrario, España vive pendiente de Catalunya; Catalunya vive pendiente del independentismo; el independentismo vive pendiente de la CUP; luego España vive pendiente de la CUP.
¿A que tiene gracia? Un reino tirando a reaccionario en proceso de fascistización, pendiente de un puñado de radicales antisistema. Es extraño que no haya salido ya algún maestro ciruelo del liberalismo equidistante a decir eso tan profundo de que los extremos se tocan, cosa tan verdadera como que los cerdos vuelan.
La recepción de Torra sigue siendo muy hostil. El Plural, en un alarde de comedimiento, lo llama católico intransigente y xenófobo. El PSOE añade la acusación de supremacismo y los de C's, siempre más prácticos, piden mantener el 155 hasta que se acabe el procés. Así, sin más, diga lo que diga la resolución del Senado que autorizaba ese recurso al 155. Da igual. ¿Por qué se va a respetar más al Senado que a la ley que el Senado hace? Y M. Rajoy promete que "vigilará" lo que haga el govern.
El democrático bloque nacional español del 155 esperaba que la CUP le sacara las consabidas castañas votando en contra de Torra. Estaba seguro porque los sondeos sonríen a los cupaires. Pero estos se han mantenido fieles a la República, dadas las circunstancias.
Con sus dimes y diretes, el procés segueix endavant, se guarda la unidad. La CUP mantiene la presión sobre el govern, como explica una muy buena crónica de Antonio Fernández en El confidencial, aunque, a tenor de lo que el propio Torra dice, no parece necesaria. Es cierta la movilización de los CDRs que hoy se manifiestan a la puerta del Parlament, pero no sé si cabe atribuir a la CUP la plena responsabilidad de los CDRs. Más bien parecen un nuevo producto de esa capacidad de autorganización de la sociedad en el complejo mundo de redes reales y virtuales en que se manifiesta la revolución catalana. Algo difícil de entender desde la perspectiva de una sociedad española muy desmovilizada y abúlica.
No hay inconveniente en reconocer una unidad de acción del independentismo en muy variados frentes: el institucional, la calle, las organizaciones sociales y profesionales, el mediático, el ámbito interior y el exterior.
Resulta inútil repetir lo evidente. El govern republicano de Torra pondrá en marcha instituciones republicanas, un proceso constituyente republicano, amparado en la reciente declaración parlamentaria firmada por setenta y ocho diputados (los ocho comuns añadidos) que considera legítima la desobediencia civil. ¿Puede el Estado tolerar la desobediencia? Sin duda, no. Por consiguiente, ante el boicoteo sistemático y la amenaza de intervención por la fuerza bruta, la Generalitat convocará elecciones que prometen buenos resultados para el bloque independentista.
La cuestión, sin duda crucial, de si a las elecciones se va con lista de país, con lista de país y otra o con tres listas separadas es más sutil de lo que parece. En principio, habiendo sido la separada la fórmula de las elecciones del 21 de diciembre, bien podría justificarse una innovación, pero solo a riesgo de la incertidumbre.
Hay un argumento práctico y realista a favor de la lista de país. Que vaya el independentismo en tres listas separadas no supone que no haya una lista del presidente, porque será así, se quiera o no. Una lista con un efecto sifón muy fuerte que deformará injustamente el resultado de las otras listas en su detrimento. En parte esto ya sucedió en las elecciones del 21 de diciembre, cuando una lista de JxC, armada escasas fechas antes, superó en votos a la de ERC. La experiencia no nos obliga. Si lo hiciera, los seres humanos perderíamos esa adorable capacidad de perseverar en el yerro. No nos obliga, pero conviene tenerla en cuenta.
En todo caso: mensaje en una botella al B155: cejen en su locura de querer suprimir un movimiento apoyado e impulsado por 2.060.000 personas, como si fuera una conspiración para delinquir. Dense cuenta de que los conspiradores son ustedes y el delito, suyo.