La detención de Puigdemont introduce una variante de tanto momento en el conflicto entre España y Catalunya que obligará a todas las partes a reconsiderar sus tácticas y estrategias. Con independencia de cual sea su suerte procesal posterior, con Puigdemont sale de primera línea el último representante del grupo que puso en marcha el proceso independentista. Ahora se verá si se cumplen los deseos del bloque del 155 y el gobierno franquista de acabar con aquel a base de encarcelar a sus dirigentes o si, por el contrario, se hace realidad lo que tantas veces se ha repetido: no importa que estos dirigentes ingresen en prisión porque otros ocuparán su lugar. Es un movimiento popular y genera sus propios impulsores. Ahora es el momento. Si no hay un recomposición de la dirección y no se llenan las vacantes con nuevas figuras que recojan el testigo, el movimiento habrá fracasado, los encarcelados seguirán mucho tiempo en prisión y las esperanzas de una generación se habrán volatilizado.
Ayer hubo algo de violencia en las calles de Cataluña. Si hubiera sido respuesta espontánea de la población indignada por la persecución de sus dirigentes sería comprensible. Pero ni eso. Fue obra de agentes provocadores disfrazados con intención de justificar una intervención armada posterior. El gobierno de España, compuesto por una banda de presuntos delincuentes (según los jueces), encabezados por otro de ellos, carece de todo escrúpulo. Si tiene que delinquir para conseguir sus turbios objetivos lo hará. Mientras no explique satisfactoriamente el atentado de las Ramblas el pasado verano, será lícito pensar que lo organizó él. Como ahora lleva semanas tratando de provocar violencia en la calles catalanas para justificar la represión y, sobre todo, dar la razón a los jueces comisarios a su servicio cuando se inventan los delitos por los que pretenden procesar a los dirigentes independentistas y necesitan demostrar que hubo una violencia que solo existe en sus cabezas y en las siniestras actuaciones de sus agentes.
En todo caso, se abre un procedimiento de extradición con Alemania que, previsiblemente durará un tiempo. Hay razones para suponer que la República Federal no entregará a Puigdemont a un Estado franquista en el que ni él ni sus compañeros tienen en absoluto garantizados sus derechos. Pero nunca se sabe con las cuestiones entre Estados, en donde juega todo tipo de intereses políticos, económicos, diplomáticos, etc. El gobierno de la Gürtel es capaz de comprar, literalmente comprar, la extradición de Puigdemont a cambio de alguna vergonzosa concesión de cualquier tipo, como el regalo de alguna isla o cosas así. Son presuntos criminales al mando en los resortes y no tienen barreras. Seguramente los alemanes resistirán y el MHP catalán no será extraditado. Pero todo eso llevará su tiempo y el movimiento no puede detenerse. Conviene garantizar que Puigdemont reciba toda la ayuda que merece y se vigile para que no se cometa con él injusticia alguna, pero, al mismo tiempo, en Catalunya y España hay que tomar decisiones urgentes.
Después del ataque a los derechos de los procesados con su encarcelamiento, la detención de Puigdemont es otro golpe a la institución parlamentaria que obliga a esta a ser más diligente y precisa de lo que ha sido hasta la fecha. Ya no basta con el "frente democrático" que proponía ayer Torrent. El Parlament debe tomar medidas claras y de resistencia frente al atropello. Y no se me ocurre ninguna otra mejor para recuperar el terreno perdido que investir presidente a Puigdemont. Sin duda algo así no será tolerado por el gobierno central, con lo que será este quien se vea obligado a dar una respuesta que, probablemente, estará animada del mismo espíritu represivo. Con todos sus dirigentes en la cárcel o el exilio, el bloque independentista no tiene nada que perder. Al contrario, al enfrentarse al Estado represivo, fortalecerá su decisión y organización y postulará nuevos dirigentes. El ciclo se repetirá: más cárceles; más resistencia. Nadie dijo que España dejaría libre a Cataluña a las primeras de cambio.
De llorar es la posición de la izquierda española. Llevo años diciendo que la falta de comprensión del independentismo catalán ha destrozado a esta izquierda. Ahora ya está literalmente triturada y sus dirigentes son patéticas figuras de la derrota y la impotencia. Pedro Sánchez ha revelado su fondo íntimo de viejo fascista nacional español dispuesto a apoyar a los peperos del 155 y ha llevado su ignominia al extremo de impedir que puedan investigarse los crímenes, torturas y asesinatos de los franquistas de los que fueron víctimas muchísimos socialistas; es decir, ha traicionado lo que se llama "la voz de la sangre". Los de Podemos no le andan mucho en zaga: se horrorizan con aspavientos monjiles de la bestialidad de la represión pepera como si alguna vez cupiera esperar algo distinto. Pero nada más. Al contrario: tratan de engañar a la gente falseando el contenido revolucionario del independentismo catalán, mintiendo tan descaradamente sobre sus intereses de clase como la prensa cavernaria. En definitiva, aunque parezca que se pegan, no se diferencian mucho pues comparten una misma idea de España: la nacional de la derecha que los franquistas pretenden imponer, como siempre, a cristazos y estos seudoprogres con rollos doctrinales sobre la "fraternidad" de los pueblos de España que no ha existido nunca, ni existe, ni existirá.