Si solo fuera la "crisis catalana" la que copara la Fiesta Nacional el panorama político español sería menos turbulento. La misma justificación de esa llamada Fiesta Nacional, uno de los pilares de la conciencia nacional española en su llegada al Nuevo Mundo, está crecientemente cuestionada. Hasta la palabra "descubrimiento" con que se iniciaban todas las narrativas de la gloria patria ha caído en el descrédito y el rechazo por eurocéntrica, ya que los americanos se niegan a aceptar que fueran "descubiertos" como el que descubre una mina de wolframio. Al mismo tiempo se cuestiona el significado oficial de la conquista del continente que, lejos de ser obra cristianizadora y civilizatoria, se presenta como de saqueo, explotación y genocidio. Mala imagen para tomarla como símbolo de la nacion. Y cada vez más extendida. La ciudad de Los Ángeles ha retirado la estatua de Colón y decidido no volver a celebrar el "Columbus Day".
No se ven muchas razones para el "optimismo" y la "esperanza" en un día que, además, ha tenido la falta de tacto de llamarse con el nombre de ese espectáculo que el siglo rechaza con creciente desprecio: las corridas de toros, también Fiesta Nacional.
Pero, en efecto, el gran escollo ante la nación española es la nación catalana, obstinada en ser reconocida como tal con su derecho a la independencia.
Los hechos conocidos hasta el momento son claros. Hay un ultimátum del gobierno a la Generalitat para que se ajuste a la legalidad so pena de aplicación del 155 que, paradójicamente, ya está aplicado de hecho y de derecho, desde el punto en que el ultimátum equivale al requerimiento que él mismo exige. Otra cosa son los conciliábulos generalizados y la oleada de bulos que ha invadido las redes y hasta los periódicos digitales.
El gobierno ha cortado en seco el saque de Puigdemont que abría un plazo para el acuerdo y la mediación. No hay diálogo y el plazo se acorta a cinco y ocho días. Visto lo cual, tampoco parece necesario que la Generalitat los consuma. Es una decisión muy simple, "sí, hay una DI" o "no hay una DI" y la consecuencia será la misma; fracaso de la hoja de ruta. No habrá independencia, en un caso por causa del 155 y en el otro por renuncia expresa de los interesados.
Está claro que el gobierno no quiere solución negociada alguna, sino el sometimiento de la Generalitat sin condiciones, cosa impensable. El planteamiento del ultimátum solo tiene como respuesta la reactivación de la DI y la proclamación de la República Catalana. A no ser que el PP girara a admitir la posibilidad de una negociación, está abocado a materializar el 155 e intensificar la represión. Es decir, entra en un terreno muy rebaladizo y peligroso de inestabilidad política que repercutirá de inmediato en la deuda y las relaciones de España con los mercados financieros.
Así las cosas, y con el pronunciamiento del Consejo de Europa en favor de la negociación y la condena de la violencia policial, Europa estará muy atenta a los siguientes pasos de Rajoy en Cataluña. A diferencia del Consejo de Europa, la UE se ha decantado por apoyar al Estado y sugerir que el conflicto se resuelva "dentro de la Constitución". Naturalmente, ¿qué va a decir? ¿Que se resuelva fuera o en contra de la Constitución? Pero, al mismo tiempo, seguirá de cerca los acontecimientos. Una segunda oleada de brutalidad policial en Cataluña -en razón de una posible huelga general- no será tolerada en Europa.
Y luego está el movimiento independentista en sí. No sé para qué estamos pagando unos centros de información, inteligencia, espionaje que son incapaces de detectar una organización clandestina que ha organizado un referéndum en el que han votado 2.200.000 personas (más otros 750.000 cuyos votos secuestró la policía) a pesar de la brutalidad con que se pretendió impedirlo. Y no solo incapaces de detectarlo también de comprenderlo una vez se ha manifestado. No comprenden el espíritu de una red de resistencia.
El caso del gobierno es peor ya que aun comprende menos aquello a lo que se enfrenta, pues sigue negando que hubiera referéndum y, por tanto, organización social alguna que lo hiciera posible. No reconoce la extensión y profundidad del movimiento social. Al contrario sostiene que el independentismo es cosa de cuatro lunáticos empeñados en romper la unidad de España en contra de la voluntad de una "mayoría silenciosa" que se ha inventado.
Cuando Rajoy, el de los sobresueldos, reconozca el error de enfocar la cuestión como una de orden público (policía, jueces y cárceles) ya tendrá la mediación encima. Una mediación que le obligará a comerse sus palabras de que la nación española es indiscutible e indiscutida.