diumenge, 27 d’agost del 2017

La manifestación de ayer en Barcelona

Mi artículo de hoy en elMón.cat, titulado L'estiu català, el verano catalán sobre la manifestación de ayer en Barcelona. He tratado de dar cuenta de la manifestación como pude verla en los medios, el nuevo y simbólico fracaso del nacionalismo español en su intento de boicotear el catalán, las consecuencias para la próxima Diada y, después de esta, las perspectivas del referéndum del 1/10 de cuya relización pocos tienen alguna duda.

Al margen de otras consideraciones no menos llamativas, lo más repugnante de la operación desembarco español en Cataluña, organizada probablemente por ese cerebro privilegiado para el disparate de la ratita hacendosa, ha sido el uso de tres aviones para llevar a toda la clase política española en cómodos vuelos de ida y vuelta a cargo de los contribuyentes. La finalidad no era engrosar honradamente las filas de manifestantes, sino arropar y proteger al Rey ante los más que previsibles abucheos, pitos y gritos. Es decir, los contribuyentes hemos pagado de nuestro bolsillo el vuelo de una manga de cortesanos a defender la unidad de España y la bondad de la Monarquía en un territorio que cuestiona ambas. A ello se ha prestado una izquierda claudicante (PSOE y Podemos), demostrando una vez más que, cuando se trata de Cataluña, la izquierda y la derecha españolas dicen y hacen lo mismo y que, en consecuencia, la única oposición digna de tal nombre hoy está territorializada en Cataluña. En consecuencia y maliciándome que la banda de ladrones que gobierna el país habrá hecho las habituales trapacerías, es urgente que la oposición pida en el Congreso la relación nominal de todos los beneficiarios de ese "gratis total" que tenemos que pagar los contribuyentes. Conociendo el percal, es de sospechar que estos pájaros habrán llenado los aviones de amigos, deudos, enchufados y ligues, como hacen siempre. Todos a dar vivas a un Rey al que, en realidad, no quiere nadie.

Aquí el texto en castellano:

EL VERANO CATALÁN

El nacionalismo español vive un angustioso dilema. Por un lado, no querría que se hablara de Cataluña, refugiado en su ancestral tendencia a no hacer frente a los problemas, ni siquiera los que amenazan su subsistencia como ideología. El caso de Cuba viene siempre al recuerdo. Por otro lado, pretende que solo se hable de Cataluña, pintándola como la suma de todo mal sin mezcla de bien alguno a los efectos, principalmente, de que deje de hablarse de la corrupción y la incompetencia y la inoperancia del gobierno, cuando no de su ridículo fracaso en la guerra sucia sistemática contra el independentismo catalán. Dura elección entre ocultar un peligro o magnificarlo para no mostrar las propias vergüenzas.

La realidad, que no espera la solución de los dilemas por angustiosos que sean, ya se ha impuesto con tal contundencia que se ha comido hasta el monstruo del lago Ness y otros fantasmas de las rotativas estivales. De forma que en todo el verano el tema dominante ha sido Cataluña y, a partir del atentado de la Rambla, el único, por su magnitud y sus consecuencias. De pronto, un acto de insensata barbarie ha puesto de relieve una crisis profunda del conjunto del sistema que ha afectado y afecta a la misma Jefatura del Estado.

Los medios, los políticos de turno y muchos otros, quizá de buena fe, han hecho extrapolaciones a otros países (Inglaterra, Alemania, Francia) que han tenido este tipo de amargas experiencias con un terrorismo de tipo amok, dando por supuesto que es un fenómeno común a un determinado tipo de sociedades, muy parecidas. Y ese es el error. España no se parece a los regímenes con los que la élite dominante quiere codearse. La ficción de que, tras la transición, el país es “normal” y equiparable a las otras democracias europeas es una ficción ideológica a cargo de intelectuales complacientes con la oligarquía. España sigue siendo la misma sociedad caciquil, atrasada, corrupta del franquismo y, a causa de enfrentamiento con Cataluña, también es una sociedad profundamente dividida en un conflicto territorial en el que el atentado ha impactado como un meteorito, causando un mayor estropicio del que había.

Al margen de las cuestiones específicas, de detalle, sobre si unos cuerpos de seguridad han actuado mejor o peor en sus relaciones internas siendo así que estas están envenenadas por la mala voluntad del gobierno del PP hacia Cataluña, es ya irrelevante. Un hecho es incontrovertible: los mossos han coronado con éxito una complicada situación antiterrorista en condiciones de debilitamiento premeditado, incluso de hostilidad. Y, de este modo, la opinión pública ha tenido conocimiento de algo que se venía sospechando desde el descubrimiento de la “Operación Cataluña” del ministro Fernández Díaz, el sectario del Opus que intentó acallar un país entero con una Ley Mordaza franquista, esto es, que el Estado mantiene una actitud de deliberado boicoteo de Cataluña en todas las cuestiones relativas a la seguridad de la ciudadanía.

De aquí se ha seguido una conclusión que se ha impuesto por la fuerza de los hechos y así ha sido apreciada por todos los medios extranjeros, esto es, que Cataluña ha sabido gestionar una crisis muy complicada por su cuenta, demostrando de hecho su capacidad para actuar como Estado. Y esta conclusión ha traído otra, como las cerezas: el Estado, en cambio, ausente durante el episodio, solo se ha materializado para dejar constancia de su inutilidad y su estricto papel de comparsa, tratando de arrebatar el protagonismo a quien verdaderamente corresponde: la sociedad catalana, con sus fuerzas de seguridad e instituciones. Y a nadie más.

Allí donde Cataluña ha ganado, el Estado ha perdido, al extremo de que queda reducido a los momentos estrictamente protocolarios y aun en estos se le cuestiona el derecho a organizarlos, presidirlos, participar en ellos. Innecesario añadir que, en ese manejo de los gestos, los símbolos, los protocolos, la Casa Real, responsable de la imagen de los Reyes ha puesto en marcha una campaña a base de prensa rosa con fotos de los monarcas llorando a lágrima viva por las desgracias de sus súbditos que seguramente ha multiplicado la cantidad de republicanos en el país.

Si de lágrimas se trata, contrastan vivamente las de los monarcas con las del padre de Rubí que perdió a su hijo en la Rambla con el imán de la comunidad. Eso es sentimiento auténtico de los propios afectados. Lo otro, la habitual escenificación en honor de los Reyes que, cuando menos, debían tener la compostura de controlarse en público, para no insultar más a la gente que tiene que soportarlos.

Ese atentado marca un hito en la historia nacional de Cataluña y la reiterada reacción de activismo, templanza y solidaridad de su población (desde la expulsión de los nazis en una manifestación a esta última prueba del padre del nen de Rubí) la prueba de que es una comunidad con un grado alto de civilidad.
Que el resultado haya sido un debate verdaderamente odioso en los medios, sesgado en contra de los independentistas y de los catalanes en general ha permitido ver cómo aumenta el nivel de odio hacia lo catalán, a medida que se hace más verosímil que, ante la incompetencia del gobierno español, se celebre el referéndum el 1º de octubre y el resultado sea “sí”.

Ese es el estado de ánimo con que el nacionalismo español afronta los quince días que quedan para la próxima Diada. Un ánimo que está muy afectado por el espectáculo que se ha visto obligado a presenciar con motivo de la manifestación contra el terrorismo. El desembarco de la clase política en pleno en defensa de la monarquía y la unidad de España para protestar por un terrorismo que muchos le acusan de fomentar era también sentido como una provocación.

La manifestación se inició tras saberse por boca del presidente Puigdemont que la Generalitat ya dispone de más de seis mil urnas. El País, que se ha convertido en un tabloide al servicio del gobierno, de su partido, en el que escriben los habituales “intelectuales” a sueldo de la oligarquía sector “moderado”, llama provocación a la revelación de Puigdemont. Por supuesto no lo llama a la decisión del Gobierno de hacer un desembarco españolista en Barcelona, fletando aviones especie de autobuses aéreos con bocadillos para sus mítines, repletos de cortesanos solícitos, dispuestos a defender la unidad de España, la Monarquía y… el gratis total para los enchufados a cuenta del erario. Incidentalmente, es de esperar que alguien con dignidad en el Parlamento exija la lista completa de quiénes han viajado en esos tres aviones a cuenta del contribuyente… para hacer el ridículo monárquico en una tierra republicana
Tanto el Rey como su guardia pretoriana de cortesanos y lacayos han aguantado abucheos, silbidos y denso flamear de esteladas. Una glorioso oleada de independentismo que ha enfrentado a toda la clase política española, al Rey, los franquistas del gobierno y los de la oposición con una realidad social aplastante que no entienden, no quieren ver y si pudieran, destruirían por la fuerza: que España ya no pinta nada en Cataluña, que los discursos, el español y el catalán, son divergentes y hasta opuestos.

Intentaron falsear la realidad con la habitual demagogia y el concurso de unos medios mercenarios: pidieron que no se politizara la manifestación con la secreta aspiración de politizarla ellos en el último momento y de vender así a la opinión mundial una imagen falsa de la protesta de Barcelona, táctica de envenenamiento que bordan el ABC, La Razón, El País y otros panfletos de la derecha. Como no lo consiguieron porque el nacionalismo español es una magnitud despreciable en Cataluña ahora acusan a los independentistas de haber “dinamitado” (sic, expresión de El País) la manifestación. En realidad es evidente ya que no se puede seguir gobernando un país en contra de la voluntad de su pueblo, por mucho que el monarca se haga el tonto (cosa nada difícil para él) que los gobernantes mientan y practiquen el boicoteo y la guerra sucia y la oposición simule querer arreglar una situación en la que ha tomado partido por la opresión de una minoría nacional, la catalana, que debiera apoyar por mera decencia intelectual.

En resumen, la manifestación contra del Rey, el gobierno franquista, la oposición sumisa y el nacionalismo español es ya la señal de partida para la carrera hacia el gran momento siguiente, la Diada con su carácter especial. Las de los años anteriores fueron como hitos en el proceso de autoconciencia de los catalanes, casi como un aprendizaje, el de un pueblo que por fin se ve a sí mismo como tal. Esas Diadas son censos periódicos de la voluntad nacional catalana, revista de fuerzas en previsión de una batalla final. La Diada próxima es justamente la víspera de esa batalla, que ya está convocada para el 1/10. Por ello, los preparativos están siendo especialmente intensos.

La Diada tiene que mostrar la fuerza a base de luchar no por la adhesión de los incondicionales, que se da por descontada, sino por el pronunciamiento de los indecisos. No basta con que supere en cantidad de asistentes a la del año pasado sino que es preciso realizarla con el mismo espíritu abierto, pacífico y democrático de aquella, al tiempo que se transmite la impresión de que estas movilizaciones obedecen a una capacidad de organización y una prueba de estabilidad política tras el referéndum que atraiga el voto moderado de los indecisos, en cuyo nombre se libra esta batalla.

Es de esperar todo tipo de maniobras políticas y recursos más o menos legales del gobierno central en contra de la realización del referéndum. En consecuencia, no es posible argumentar a fondo porque todo dependerá del grado de uso de la violencia por parte del Estado (si la emplea) y la capacidad de resistencia de la Generalitat y del conjunto de la población. Entre los mensajes que interesadamente se difunden desde los medios de comunicación al servicio del gobierno y los columnistas y analistas mercenarios del poder destaca el de la supuesta fatiga de la sociedad catalana, que lleva años de movilización y empieza a resignarse ante la posibilidad de un nuevo fiasco en sus expectativas. No tienen ni un solo dato para sostenerlo y, por lo tanto, es una de sus habituales mentiras con efectos desmovilizadores. Pero un examen desapasionado de la realidad prueba que esta tiene signo contrario. Los catalanes aparecen mucho más movilizados que nunca gracias a la iniciativa de sus instituciones, hasta el extremo de que cabe decirles lo que Mirabeau dijo a sus compatriotas franceses en un momento decisivo para la vida de su país: Français, encore un effort si vous voulez être libres; Catalanes: un esfuerzo más si queréis ser libres.

A falta de otra indicación es legítimo suponer que el referéndum se celebre y se celebre en condiciones y con garantías que puedan esgrimirse. Habrán de ser convincentes, para no perder mucho tiempo sobre cuestiones accesorias. En principio dos pueden ser los resultados: triunfo del sí y triunfo del no. También soslayamos el inevitable filibusterismo que se padecerá con las condiciones de participación para legitimar los resultados.

Si triunfa el “sí”, no hay sino negociar la separación en un clima de confianza y colaboración. Si triunfa el “no”, el Govern se ha comprometido a convocar nuevas elecciones autonómicas.
Y no hay más, ni nunca lo hubo. Hoy, tras la monumental pitada a España en las personas de su Rey, sus gobernantes corruptos y su oposición claudicante, que la prensa internacional recoge ampliamente, solo existe un camino: la celebración del referéndum de autodeterminación el 1º de octubre próximo. De haberlo pactado antes y negociado los términos (plazos, pregunta, participación, porcentajes), el nacionalismo español habría podido ganarlo. Al no hacerlo y no poder impedirlo, lo habrá perdido.

Y Cataluña habrá ganado.