La política no es una profesión. Los políticos detestan que les digan "políticos profesionales". Pero casi siempre intentan hacer carrera en la política. Rajoy lleva más de treinta años. Y así siempre que pueden. No tienen otra actividad que la política. En principio, la justificación es el servicio al bien común, al interés general. Eso ya es harina de otro costal. En la inmensa mayoría de los casos están al servicio del interés general pero interpretado por los de su partido, corriente o facción. Y en algunos, ni eso, pues están al servicio de sus intereses personales y los de sus allegados. Lo llaman privatización y han invertido fortunas en convencer a los votantes mediante poderosos think tanks de que ese es el progreso, el bienestar de la colectividad.
Es una patraña, por supuesto pero, aun así, lo menos que cabe pedir a los políticos profesionales es que sean competentes. Es de risa que ese ministro, antiguo juez, luego alcalde de Sevilla por el PP y hombre de partido dé por terminada una operación que sigue abierta. No ya porque la pifia no sea llamativa, sino por el desconcierto orgánico que delata. O la operación la planeó el ministerio y los mossos que desmienten se han injerido en donde no les corresponde, lo que no coincide con los hechos, o la operación es de los Mossos y el ministro no sabe ni lo que dice. Cosa grave, tratándose de un ministro del interior. responsable del interés general de la seguridad ciudadana.
Al llamado de este patinazo sale a la luz una serie de prácticas del gobierno central en cuanto a coordinación de las fuerzas de seguridad, dotación de plantillas, etc., que en lo relativo a Cataluña induce a pensar en una mala fe rayana en el boicoteo de la acción de los cuerpos de seguridad catalanes.
A pesar de todo, la respuesta de estos cuerpos y del conjunto de las instituciones catalanas en la emergencia del atentado ha sido universalmente alabada por su rapidez, contundencia y prudencia. Parte importante de esta pronta reacción ha sido la actividad inmediata de las instituciones y los políticos catalanes que han aparecido desde el primer momento al frente de la situación. Las autoridades del Estado llegaron con retraso, se reunieron con los organismos que no intervenían en la operación y se concentraron en los aspectos protocolarios. Por descontado, todo ello hubiera sido mucho más difícil, incluso imposible, sin la colaboración directa y en masa de una población que ha sabido responder de forma ejemplar.
El Estado no ha hecho acto de presencia de utilidad alguna para el interés general, salvo, según parece, poner palos en las ruedas y hacer declaraciones ridículas. Cataluña funciona como Estado de hecho en su propio territorio. Sus consejeros hablan y actúan como ministros y, por cierto, con bastante más soltura y pericia que los del gobierno central, algunos de los cuales no han interrumpido las vacaciones y otros hubiera sido mejor que tampoco las interrumpieran.
Y la batalla se traslada ahora al protocolo. La CUP dice que no va a la manifa si la encabeza el Rey porque representa el negocio de armamento a las tiranías islámicas que luego financian a los terroristas. Está en su derecho. Puigdemont lamenta la decisión de la CUP y le pide que la reconsidere. ¿Qué va a decir? Es el presidente. Y la CUP la reconsiderará o no. Forma parte de las naturales discrepancias políticas entre gentes que están aliadas pero no son lo mismo. Claro que si no reconsidera y convoca su propia manifa, la CUP pondrá a muchos ante un dilema de conciencia y una división de la respuesta ciudadana que contradice el universal y un poco empalagoso deseo de unidad.
Por lo demás, el Rey estará ya informado de que no goza de universal simpatía entre sus súbditos. Algo que no le extrañará pues está siempre hablando de "nuestra democracia", que es cosa de acuerdos y desacuerdos, obediencia y desobediencia. En Cataluña hay una fuerte opinión republicana. A lo mejor sería sensato que la Casa Real excusara la presencia del Rey en la manifa pretextando un resfriado, por ejemplo.
Al fin y al cabo, la pareja real ya ha hecho el recorrido de los hospitales y ha distribuido abundante material fotográfico de sus majestades con niños, de esos que nadie quiere instrumentalizar para actos de mayores. Ya hay para varios reportajes de ensueño.
El interés general pide eficacia en la actuación de las instituciones al servicio de la población. Las manifestaciones afectan al terreno simbólico. Muy importante, desde luego. Pero lo decisivo es lo otro. Lo decisivo no es aparentar, sino ser.
Y Cataluña es.