Sí, estaba todo el mundo muy nervioso. Le señora parecía traer las peores intenciones, avivando las memorias del fascismo. En Europa, muchas. Y da igual que venga con botas o zapatos de tacón, en militar o civil, adusto o sonriente, pardo o azul. Fascismo es, aunque no lo parezca.
Pero el electorado ha resuelto el angustioso dilema de un modo rotundo. Se ha pronunciado por una figura síntesis de tradición y modernidad, de nacionalismo y europeísmo. Es un enarca, como mandan los cánones napoleónicos, pero también un financiero al nuevo uso, y un antiguo ministro socialista que dejó el partido para probar suerte a la presidencia con un movimiento creado ad hoc. Tiene algo de bonapartista y un toque gaullista que le permite hablar de recuperar la France y recuperar una Europa francesa. Esto coincidirá más o menos con el programa de otras tendencias pero es una opción plausible en los tiempos que corren. Es decir, la ambigüedad de Mélenchon y sus seguidores entre los dos candidatos es moralmente impresentable.
La malpensada Le Pen sintetizó la opción electoral diciendo que, fuera cual fuera el resultado, Francia estaría gobernada por una mujer: ella misma o Frau Merkel.
Eso se verá a partir de ahora. Es verdad que Macron representa una candidatura con tintes populistas y tecnocráticos que canaliza el descontento con el sistema habitual. Pero no es un tecnócrata impuesto por Europa sino autóctono, francés. Y eso todavía es una garantía.