Después de ver ayer la última versión de King Kong, que es una variante gringa de la leyenda de la bella y la bestia, hoy nos fuimos a the real thing, la leyenda misma en la última versión de los estudios Disney. La peli es un derroche de fantasía e imaginación, tantas que, aun siendo un musical, se sigue con viva atención. Uno, que tiene amargas experiencias con Disney a base de elefantitos voladores y cerditos con un lazo rosa, agradece que no haya nada de eso aquí. Es una película de los estudios Disney -que, por cierto, según mis noticias, tienen una orientación ideológica cada vez más abierta- pero de director, Bill Condon, sumamente competente en contar historias en las que se mezclan los seres vivos, reales, con los imaginarios.
El regodeo visual del palacio-castillo en lo alto de una peña, sometido a una maldición sobre su hundimiento similar al de la mansión Usher, los bosques nevados, las escenas de la aldea se complementa con el atento seguimiento de la trama. La leyenda tiene un origen complicado. Es obra de dos mujeres. La versión más común es la deJeanne-Marie Leprince de Beaumont, una escritora e institutriz francesa del XVIII que, a su vez, resumió y reescribió en buena medida la anterior de una compatriota suya,Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, dándole el carácter de cuento de hadas. Por eso no mencionó la maternidad de la obra.
El nudo es muy sencillo porque se trata de una historia de amor, que es una buena base, a la que se añaden dos enseñanzas: la belleza real es la interior y el valor de las doncellas, capaces de rebelarse contra las apariencias y los usos sociales. Lo del interior tiene ilustres antecedentes, el más obvio, el mito de Eros y Psique, al que echa mano Cocteau en su versión de La bella y la bestia, de 1946.
En cuanto al valor y el amor también hay antecedentes, por ejemplo, el de Alcestis, capaz de ocupar el lugar de su marido en la hora de la muerte por amor. Bella se mueve entre dos mundos: el de la fantasía (lee libros y hasta enseña a otros a leer) y la vida cotidiana. El primero está hecho de apariencias (las tazas, los candelabros, los relojes, hablan) y el segundo, de realidades. Pero, merced a su tesón y audacia, las apariencias se tornan realidades y las realidades resultan ser apariencias.
La peli está hecha para el lucimiento de Emma Watson y a fe que se luce. Ver al final un breve plano de Emma Thompson añade un toque de nostalgia a un final feliz.
El nudo es muy sencillo porque se trata de una historia de amor, que es una buena base, a la que se añaden dos enseñanzas: la belleza real es la interior y el valor de las doncellas, capaces de rebelarse contra las apariencias y los usos sociales. Lo del interior tiene ilustres antecedentes, el más obvio, el mito de Eros y Psique, al que echa mano Cocteau en su versión de La bella y la bestia, de 1946.
En cuanto al valor y el amor también hay antecedentes, por ejemplo, el de Alcestis, capaz de ocupar el lugar de su marido en la hora de la muerte por amor. Bella se mueve entre dos mundos: el de la fantasía (lee libros y hasta enseña a otros a leer) y la vida cotidiana. El primero está hecho de apariencias (las tazas, los candelabros, los relojes, hablan) y el segundo, de realidades. Pero, merced a su tesón y audacia, las apariencias se tornan realidades y las realidades resultan ser apariencias.
La peli está hecha para el lucimiento de Emma Watson y a fe que se luce. Ver al final un breve plano de Emma Thompson añade un toque de nostalgia a un final feliz.