Pertenezco a la rancia estirpe de los españoles afrancesados. Tan afrancesado que, de mozo, uno de mis escritores favoritos era Larra. Lo que sucede es que en la nube de cultura anglosajona que nos envuelve, se me olvida. Pero basta con ir a ver una película francesa, aunque sea una sin grandes pretensiones como esta de Vuelta a casa de mi madre para recuperar la minerva. Las películas francesas sobre la actualidad no muestran habitualmente gente a puñetazos, ni persecuciones de coches por un aparcamiento subterráneo, pero tratan de cuestiones de la vida cotidiana que entiende todo el mundo y con las que todo el mundo se identifica. Suelen tratarlas con elegancia y sentido del humor. No son espectáculos de circo con bofetadas de payasos o tremebundos gags de explosiones. Pero tienen dimensión humana y cuentan historias que a todos nos dicen algo. Por eso, esta película de Eric Lavaine alcanzó cierto éxito en Francia.
La historia es hasta vulgar, ya tiene nombre. Es un drama liviano, amable, sobre eso que se llama la "generación boomerang", esto es, aquellos jóvenes y no tan jóvenes a los que les va mal y han de volver a vivir a casa de sus padres. Una arquitecta de 40 años se queda en el paro y en la ruina tras quebrar su propia empresa y, divorciada, vuelve a vivir a casa de su madre, una viuda sexagenaria con mucha personalidad. Aprovechando la situación, la madre, que quiere comunicar una curiosa novedad a sus hijos, convoca a una cena a Stéphanie, la hija que ha vuelto con ella, su hermana Carole, casada con Alain y el tercer hermano, Nicolás. En esa cena y al día siguiente saldrán todas las cuentas de la familia.
La historia se basa en un guión del propio director y Héctor Cabello Reyes. Lavaine es dramaturgo y hombre de teatro y eso se nota en el guión y mucho. Es una película de puro escenario, prácticamente sin tomas exteriores. Pierde en vistosidad, pero gana en cercanía y profundidad de los personjes. El eje del relato descansa casi exclusivamente sobre el duo madre (Josiane Balasko) e hija (Alexandra Lamy), ambas extraordinarias. Hace un magnífico papel de apoyo Mathilde Seigner (Carole), hermana de Emmanuelle Seigner, la intérprete de La Venus de las pieles, de Roman Polanski, las dos nietas del también actor Louis Seigner.
Los dos núcleos de la película son la convivencia incómoda de madre e hija, con simpáticos toques de humor (la escena en la que Stéphanie crea una cuenta de correo gmail a su madre, que no sabe abrir una computadora) y unos puntos de equívocos de vodevil. Prácticamente toda la película es teatro filmado.
Una última observación relativa al papel de la madre, Josiane Balasko, que acaba imponiéndose como el centro de la historia, robándole en cierto modo protagonismo al problema de la hija. Es cierto que se trata de una gran actriz, pero también es magnífico el papel que interpreta: una sexagenaria, probablemente septuagenaria, tiene vida autónoma, proyectos. En definitiva, testimonio de una generación que ha llegado a la vejez en plenitud de sus fuerzas, ahora que la esperanza de vida (y de vida con calidad) ha crecido tanto. Algo con lo que los demás habrán de convivir cambiando sus pautas de comportamiento respecto a la generación anterior.