Vamos a hablar en román paladino. La fulminante destitución de Sergio Pascual en Podemos tiene varias interpretaciones, como siempre sucede con estas crisis en organizaciones políticas. Forma parte de la rígida liturgia de toda organización hecha de obediencia al mando, lealtades interesadas y jerarquía pues, como sabemos, su naturaleza es siempre oligárquica. Toda oligarquía se mantiene con una estricta unidad de grupo y quien se aparta de ella es arrojado a las tinieblas exteriores con la inevitabilidad con que los organismos vivos excretan los cuerpos que no pueden asimilar. Podemos no es una excepción a la ley de Michels y, de serlo, no por la teoría asamblearia y democrática que predica, sino por la práctica autoritaria y jerárquica que ostenta.
La destitución de Sergio Pascual es resultado de las tensiones en el interior de la organización que traducen luchas por áreas de influencia, ascensos y descensos, consolidación de posiciones de poder, avances y retrocesos de banderías. Son intrigas entre bambalinas generalmente confusas y carentes de interés porque responden a peleas y rencillas entre gentes de poca monta, que normalmente no trascienden al conocimiento de las bases a quienes se predica siempre el carácter abierto y ultrademocrático de las decisiones que se toman igual que a los pobres de espíritu las bienaventuranzas.
En realidad, la destitución, según parece, trata de zanjar un contencioso entre dos bandos en el seno del partido. De un lado están quienes quieren llegar a un acuerdo con el PSOE, pactar con él bien una abstención o un voto favorable a la investidura de Sánchez para posibilitar la expulsión de Rajoy y del PP, como Errejón y los suyos. De otro, quienes se niegan a todo acuerdo con los socialistas y pretenden forzar nuevas elecciones porque piensan que de ese modo, podrán finalmente acabar con el PSOE y ocupar su lugar como referente hegemónico de la izquierda. El precio por pagar de que siga gobernando el PP les parece asumible. El adalidad de esa actitud, según parece, es Pablo Iglesias.
El país revienta de sondeos que pretenden adelantar cuál sería el resultado de dichas elecciones y, según quién las encargue y sufrague, los vaticinios difieren. Entre ellos es razonable uno que Palinuro da por muy probable: un batacazo considerable de Podemos que no solamente no hará realidad el anhelado sorpasso del PSOE, sino que quedará en una posición muy maltrecha.
Tres argumentos cabe aducir a favor de este pronóstico: 1º) la valoración de Pablo Iglesias y, en general, de Podemos, han caído en picado con las intervenciones parlamentarias de sus gentes, frisando entre lo patético y lo agresivo; 2º) es muy poco probable que la organización repita los niveles de apoyo obtenidos por las confluencias periféricas y menos probable aun que las mismas confluencias se repitan; 3º) la fuerza de las dos opciones que han mostrado capacidad de pacto, PSOE y C’s, aumentará notablemente por relación a quienes como Podemos y el PP, aparecerán como responsables de la repetición de elecciones por su intransigencia.
Resulta sorprendente cómo los estrategas de Podemos no ven estos peligros o, si los ven, no aquilatan sus consecuencias y corren al abismo de unas elecciones que van a enterrarlos. Para explicar esta incongruencia tengo dos hipótesis que, en el fondo, confluyen en una: 1ª) el sector anguitista de IU –todo él presionando a Podemos desde dentro- y el propio Anguita propugnan esta fórmula insistentemente. La razón es sencilla: Anguita sabe que es su última oportunidad. O consigue ahora el sorpasso o ya tendrá que retirarse definitivamente a saborear las otoñales mieles de la jubilación, que tanto le fastidian, aunque diga lo contrario; 2ª) Iglesias sabe que en un gobierno del PSOE, a él le quedaría reservado un papel de segundón o quizá ni eso, sino el del líder de la oposición, algo que no satisface su narcisismo desaforado. Ambas obsesiones confluyen en una, en efecto, la de dar algo de cuerpo a una izquierda llamada transformadora que en cuarenta años cuarenta no ha transformado absolutamente nada en España y seguirá sin hacerlo.
Visto lo visto, por lo tanto, Podemos apostará por elecciones nuevas aun a sabiendas de que, con ello ocasionará dos graves problemas para la gobernación e, incluso, la supervivencia de España: 1º) mantendrá con vida el gobierno antidemocrático y antipopular del PP no solo durante el interregno hasta las elecciones, sino que estas pueden darle una nueva victoria que lo perpetúe; 2º) sostendrá la situación de incertidumbre y desgobierno en España, haciendo imposible que durante meses y meses el Estado pueda articular una respuesta política al independentismo catalán. Palinuro, que simpatiza con este, por verlo regeneracionista y republicano, se felicita por ello, pero en gentes como las de Podemos, en el fondo nacionalistas españoles al uso, esta actitud parece perfectamente estúpida.