diumenge, 27 de desembre del 2015

La CUP decide

Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat sobre el momento decisivo que vive hoy Cataluña y, a través de Cataluña, España entera. Los menos de 4.000 miembros de la Asamblea de la CUP que se reúnen en Sabadell debatirán entre cuatro opciones posibles si invisten o no a Mas presidente del gobierno de la Generalitat y, en consecuencia, si Cataluña tendrá gobierno a partir de hoy o habrá de repetir las elecciones en el mes de marzo.

En el Estado hay una consistente desinformación o falta de información acerca de cuanto tiene que ver con Cataluña. Según los ciudadanos ejemplares, lectores del ABC, oyentes de la COPE y Radio Nacional y espectadores de Intereconomía o de RTV1 y 2, que vienen a ser todo lo mismo, cuatro desharrapados que no tendrán en qué caerse muertos van a decidir el destino de Cataluña. Los demás no saben ni por dónde cae Sabadell. Así son las cosas. Sin embargo, de esta decisión no solo depende el destino de Cataluña sino también el de España.

Incluyo la versión española del artículo:

Tres niveles

Lo que se decida en la asamblea de Sabadell será determinante para el futuro de Cataluña. Hasta aquí se ha llegado en un clima de debate apasionado y encendido aunque básicamente correcto, lo cual es de celebrar. Todas las partes implicadas, los observadores con conocimiento de causa, los analistas mejor intencionados son conscientes de la trascendencia del momento en que de un sí o un no depende el destino de un pueblo.

No se debe inducir a nadie a engaño. A estas alturas nadie a quien esta cuestión importe puede ser equidistante o indiferente y, de hecho, nadie lo es. Las simpatías del abajo firmante están con el conjunto de la organización CUP pero, en el momento en que esta debe tomar una decisión entre dos opciones opuestas y excluyentes, no sería correcto simular que no se decide por ninguna siendo así que, ya desde el día siguiente a las elecciones del 27 de septiembre se pronunció por la conveniencia de investir a Mas. Y así sigue.

Ha de reconocerse que, al ser el compromiso de no investidura el punto de partida, los partidarios del sí pedimos algo muy objetable éticamente hablando como es incumplir una promesa, faltar a la palabra. En el fondo, el eterno dilema moral entre el idealismo de la buena conciencia y el pragmatismo de la política real, entre la fidelidad a la palabra y la necesidad de meter las manos en la masa cuando se quiere hacer pan A estas alturas ya se han expuesto todos los argumentos a favor de lo uno y lo otro y solo quedan hacer futuribles sobre qué sucederá en caso de un sí o un no, de un gobierno sin elecciones anticipadas o unas elecciones anticipadas sin gobierno. Y en la noche de los futuribles, todos los gatos son pardos.

Aquí solo cabe reafirmar el máximo respeto por el derecho de la organización a decidir en libertad, sin presiones ni chantaje, actitud en la que, por lo que veo, también está el presidente Mas y, aunque alguien pudiera decir que solo está haciendo de necesidad virtud, se reconocerá que también podría no hacerlo. Pero el respeto por la autonomía de un órgano representativo soberano no implica que no quepa aportar reflexiones que puedan ser útiles, sea cual sea la decisión. La siguiente se refiere a una cuestión de perspectiva que quizá no se haya considerado suficientemente y hace referencia a los tres ambientes o contextos en que incide la decisión de la asamblea de una organización cuyo horizonte, hasta la fecha, ha sido municipal y autonómico. Esos tres ámbitos u horizontes son el interior catalán, el cuasi exterior español y el exterior europeo y mundial.

En el horizonte interior se dirimen cuestiones ya mil veces debatidas y conocidas: la corrupción de CiU, su política de recortes y la administración neoliberal de la crisis, la cuestión del umbral del porcentaje para la independencia, la de la relación entre reivindicaciones sociales o nacionales, la del juego de mayorías/minorías y la legitimidad respectiva de las actitudes de bloqueo. Prácticamente no cabe añadir nada más. Un sí a la investidura de Mas implica el riesgo de una República catalana viciada de origen y un fracaso en la pendiente confrontación con el Estado por falta de apoyo. Un no supone el riesgo de retornar al marco autonómico, según el resultado de las elecciones y un adiós momentáneo al menos a la República catalana. Lo dicho, en el futuro, todos los gatos son pardos.

En el horizonte cuasi exterior español, en donde la CUP no juega pero donde sus decisiones influyen, las cosas están planteadas en términos de escalada de confrontación y de dialéctica política de amigo-enemigo. El enfrentamiento, como mandan las reglas del arte de la guerra, gira en torno a la contradicción mayor que es la de independencia o no independencia y, en sus términos prácticos, referéndum o no referéndum. Con el resultado de las elecciones del 20D, en el campo del nacionalismo español hay una unanimidad subyacente que puede convertirse en un cierre de filas y formación de un frente común, según cuál sea la decisión de la asamblea. Rajoy está amortizado a todos los efectos y el PP no puede formar gobierno, salvo que haya un pretexto para constituirlo con el PSOE. La investidura de Mas podría ser ese pretexto, sobre todo si Podemos, que no parece tener otra salida, insiste en obligar a un referéndum catalán en una hipotética coalición con la izquierda española que, como ha quedado muy claro, es española antes que izquierda. De darse esta circunstancia de un gobierno independentista en Cataluña y uno nacionalista de concentración en España, la situación se habría clarificado mucho. El cumplimiento inexcusable de la hoja de ruta obligaría al gobierno del Estado a adoptar las medidas necesarias para impedirla y, aunque la panoplia de posibilidades es muy amplia (art. 155, estado de excepción, ley de seguridad nacional, procesamiento penal de los responsables, intervención militar directa, guerra sucia, etc.), dadas las circunstancias, el margen de maniobra en el contexto del Estado democrático de derecho es muy escaso. En el fondo, esta clarificación de posiciones serviría para trasladar parte importante del problema y sus posibles soluciones al tercer ámbito.

En el horizonte exterior, europeo y mundial, del que la CUP apenas se ha preocupado, se mueven fuerzas y corrientes que pueden ser decisivas en un sentido u otro del proceso catalán. Hasta la fecha y aunque las maniobras de la diplomacia española no han cesado, dando una visión desfigurada del conflicto independentista catalán, la opinión de la comunidad internacional, bien informada por fuentes alternativas, especialmente a través de la acción exterior del independentismo, ha sido bastante favorable a este. Ciertamente, las instituciones se atienen al dictamen obligado de que se trata de un asunto interno de España, pero todas las cancillerías saben que, con su nivel de internacionalización, eso ya no es cierto. Es una cuestión de si cabe contar con aliados extranjeros o no y de cuáles serán. Un asunto de enorme importancia porque una de las vías (quizá la única) de compensar la inmensa desproporción de fuerzas entre el nacionalismo español y el independentismo catalán será la mediación e intervención exteriores que el gobierno español tendrá que aceptar y estas, obviamente, comenzarán por exigir un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Ese referéndum que los nacionalistas españoles niegan, los independentistas catalanes consideran ya anacrónico y los de Podemos propugnan ahora que saben que, sin la imposición exterior, no será posible. Resultado, ese amparo exterior debe cuidarse como oro en paño, en el entendimiento de que será más fácil si puede mostrarse cómo unos gobernantes democráticos y legítimos son perseguidos y, quizá encarcelados por sus aspiraciones nacionales que si solo se presenta un incierto compás de espera en medio de la incertidumbre y a la espera del resultado de unas nuevas elecciones.