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Los acontecimientos históricos deben tener sus cronistas. Y estos han ser contemporáneos de lo que relatan, deben vivirlo directamente, no contarlo por referencias. Para eso ya está la historiografía posterior. Los historiadores, además, agradecen los testimonios de los cronistas pues, aunque no cabe darles crédito incondicional, ya que siempre hay sesgo en los relatos, tienen una veta de realismo e inmediatez, muy conveniente para equilibrar las narraciones posteriores, los sesudos libros de historia que suelen escribirse cuando los protagonistas de los hechos son ya sombras del pasado. Los relatos de los cronistas, de los testigos directos, son esenciales no solo por lo que dicen o resaltan sino también por lo que no dicen, lo que callan o lo que olvidan, sin darle importancia y, con el paso del tiempo, a veces la tienen e incluso se revelan esenciales.
El libro de Partal, una crónica en vivo y en caliente de los acontecimientos que llevaron a la votación histórica del 9 de noviembre de 2014 (9N) que desembocaría luego en las elecciones plebiscitarias del 27 de septiembre de 2015 y en la situación que vivimos ahora mismo, es el resultado rápido, ágil, vibrante de un proceso de poco más de un año en Cataluña. Partal, director del digital Vila Web, es un periodista con mucha "mili", experimentado, templado, conocedor de la realidad que retrata y de los personajes que la viven. Su libro es la crónica de un hecho insólito: cómo Cataluña, reiteradamente frustrada en sus aspiraciones nacionales, finalmente consigue realizar la votación del 9N (primero planteado como referéndum, inmediatamente prohibido, y luego como consulta no referendaria) en ejercicio de una soberanía de hecho, no reconocida en texto legal alguno, en clara desobediencia del gobierno central, de un modo pacífico y democrático y con una participación ciudadana espectacular. En aquella fecha votaron 2.344.827 ciudadanos y un ciborg (p. 109) y 80,91% de los votantes lo hizo con un doble sí a la pregunta del referéndum que el gobierno español consideraba ilegal: sí a que Cataluña se convirtiera en un Estado y sí a que fuera independiente. Un ciborg (Cyborg en inglés, esto es Cybernetic Organism) es un ser vivo consciente, racional, parcialmente orgánico y parcialmente mecánico. Se trataba de un anglo-catalán con pasaporte español que votó con toda legalidad como ciudadano que es.
Esa votación se produjo en neta desobediencia de la prohibición del Tribunal Constitucional y a causa de ella en este momento se encuentran imputados las tres personas que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña considera responsables: Artur Mas, presidente; Joana Ortega, Vicepresidenta e Irene Rigau, consejera de Educación. Y eso que el presidente Rajoy había dicho a los cuatro vientos que la votación (que él fue incapaz de impedir) era una pantomima carente de efectos jurídicos. Claro que nadie en España espera que las afirmaciones de Rajoy tengan relación alguna con la realidad.
Con aquel acto de desobediencia culminaba un largo proceso de movilización paulatina de las fuerzas soberanistas catalanas que tuvo una serie de hitos. El Estatuto de 2006 fue votado por 1.800.000 personas con un nivel altísimo de aceptación. Fue, sin embargo, recurrido por el PP ante el TC en lo que Pérez Royo llamó en su día un golpe de Estado que produjo una sentencia desfavorable de dicho tribunal en 2010, último golpe a un texto al que el Parlamento español ya había pasado una garlopa. Esta sentencia (en opinión de Palinuro una verdadera provocación y un ataque a los sentimientos nacionales catalanes) provocó una reacción de frustración e indignación entre la gente que fue manifestándose luego año tras año en asistencias cada vez más masivas a concentraciones y diadas (la fiesta nacional catalana del 11 de septiembre) El 10 de julio de 2010, en protesta por la sentencia del TC, 1.500.000 personas bajo el lema som una nació; nosaltres decidim. La Diada de 2012, 1.500.000 ciudadan@s bajo el lema Catalunya nou Estat d'Europa. La Diada de 2013, con el lema Via catalana (a la independencia), 1.600.000 personas. La de 2014, 1.800.000 personas con el lema Ara és l'hora, units per un país nou.
Aquí arranca el relato de Partal. Después de la Diada de 2013, conscientes las fuerzas políticas soberanistas de que había un fuerte ánimo independentista en el país, movido por las asociaciones de la sociedad civil como la Assemblea Nacional Catalana, Ómnium Cultural, la Asociació de Municipis per a l'independencia, Súmate, etc, resuelven articular y encabezar el proceso. En la mañana del 12 de diciembre de 2013, los representantes de CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP decidían convocar el 9-N (p. 20). Un "acuerdo muy rápido", impulsado por la vía catalana, aunque Mas aún era reacio a pronunciar la palabra "independencia" (p. 23). El acuerdo se celebró con una histórica fotografía en la galería gótica del Palau de la Generalitat, a la que, por cierto, el PSC no asistió (p. 29), inaugurando así una actitud de desconcierto, rectificaciones, contradicciones que han acabado con las escasas esperanzas del socialismo catalán. Algo que también ha sucedido en parte con la versión catalana de Izquierda Unida.
Por cierto, preguntado Rajoy qué pensaba de la movilización de 1.500.000 de personas en 2012, contestó despectivo que se trataba de una algarabía, mostrando así no solamente su desdén y desprecio por el nacionalismo catalán sino su absoluta irresponsabilidad que, andando no mucho tiempo (tres años más tarde), ha llevado al país a la ruptura.
El libro de Partal, una crónica en vivo y en caliente de los acontecimientos que llevaron a la votación histórica del 9 de noviembre de 2014 (9N) que desembocaría luego en las elecciones plebiscitarias del 27 de septiembre de 2015 y en la situación que vivimos ahora mismo, es el resultado rápido, ágil, vibrante de un proceso de poco más de un año en Cataluña. Partal, director del digital Vila Web, es un periodista con mucha "mili", experimentado, templado, conocedor de la realidad que retrata y de los personajes que la viven. Su libro es la crónica de un hecho insólito: cómo Cataluña, reiteradamente frustrada en sus aspiraciones nacionales, finalmente consigue realizar la votación del 9N (primero planteado como referéndum, inmediatamente prohibido, y luego como consulta no referendaria) en ejercicio de una soberanía de hecho, no reconocida en texto legal alguno, en clara desobediencia del gobierno central, de un modo pacífico y democrático y con una participación ciudadana espectacular. En aquella fecha votaron 2.344.827 ciudadanos y un ciborg (p. 109) y 80,91% de los votantes lo hizo con un doble sí a la pregunta del referéndum que el gobierno español consideraba ilegal: sí a que Cataluña se convirtiera en un Estado y sí a que fuera independiente. Un ciborg (Cyborg en inglés, esto es Cybernetic Organism) es un ser vivo consciente, racional, parcialmente orgánico y parcialmente mecánico. Se trataba de un anglo-catalán con pasaporte español que votó con toda legalidad como ciudadano que es.
Esa votación se produjo en neta desobediencia de la prohibición del Tribunal Constitucional y a causa de ella en este momento se encuentran imputados las tres personas que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña considera responsables: Artur Mas, presidente; Joana Ortega, Vicepresidenta e Irene Rigau, consejera de Educación. Y eso que el presidente Rajoy había dicho a los cuatro vientos que la votación (que él fue incapaz de impedir) era una pantomima carente de efectos jurídicos. Claro que nadie en España espera que las afirmaciones de Rajoy tengan relación alguna con la realidad.
Con aquel acto de desobediencia culminaba un largo proceso de movilización paulatina de las fuerzas soberanistas catalanas que tuvo una serie de hitos. El Estatuto de 2006 fue votado por 1.800.000 personas con un nivel altísimo de aceptación. Fue, sin embargo, recurrido por el PP ante el TC en lo que Pérez Royo llamó en su día un golpe de Estado que produjo una sentencia desfavorable de dicho tribunal en 2010, último golpe a un texto al que el Parlamento español ya había pasado una garlopa. Esta sentencia (en opinión de Palinuro una verdadera provocación y un ataque a los sentimientos nacionales catalanes) provocó una reacción de frustración e indignación entre la gente que fue manifestándose luego año tras año en asistencias cada vez más masivas a concentraciones y diadas (la fiesta nacional catalana del 11 de septiembre) El 10 de julio de 2010, en protesta por la sentencia del TC, 1.500.000 personas bajo el lema som una nació; nosaltres decidim. La Diada de 2012, 1.500.000 ciudadan@s bajo el lema Catalunya nou Estat d'Europa. La Diada de 2013, con el lema Via catalana (a la independencia), 1.600.000 personas. La de 2014, 1.800.000 personas con el lema Ara és l'hora, units per un país nou.
Aquí arranca el relato de Partal. Después de la Diada de 2013, conscientes las fuerzas políticas soberanistas de que había un fuerte ánimo independentista en el país, movido por las asociaciones de la sociedad civil como la Assemblea Nacional Catalana, Ómnium Cultural, la Asociació de Municipis per a l'independencia, Súmate, etc, resuelven articular y encabezar el proceso. En la mañana del 12 de diciembre de 2013, los representantes de CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP decidían convocar el 9-N (p. 20). Un "acuerdo muy rápido", impulsado por la vía catalana, aunque Mas aún era reacio a pronunciar la palabra "independencia" (p. 23). El acuerdo se celebró con una histórica fotografía en la galería gótica del Palau de la Generalitat, a la que, por cierto, el PSC no asistió (p. 29), inaugurando así una actitud de desconcierto, rectificaciones, contradicciones que han acabado con las escasas esperanzas del socialismo catalán. Algo que también ha sucedido en parte con la versión catalana de Izquierda Unida.
Por cierto, preguntado Rajoy qué pensaba de la movilización de 1.500.000 de personas en 2012, contestó despectivo que se trataba de una algarabía, mostrando así no solamente su desdén y desprecio por el nacionalismo catalán sino su absoluta irresponsabilidad que, andando no mucho tiempo (tres años más tarde), ha llevado al país a la ruptura.
Lo primero que los soberanistas intentan es un acuerdo con el gobierno de España. En tres ocasiones acude Mas a La Moncloa, en 2012 (aixó no ha anat bé), en agosto de 2013 y julio de 2014 y las tres veces Rajoy le da con la puerta en las narices. El 23 de febrero 2014, el Congreso español rechaza la petición de referéndum de Cataluña por 299 votos en contra (PP, PSOE, UPyD) y 47 a favor (IU y nacionalistas) (pp. 36/37) y el 25 de marzo de 2014, el TC anula la declaración de soberanía del Parlament (p. 44), aprobada el 23 de enero de 2013. El mismo TC que anula el 29 de septiembre de 2014 la ley de consultas aprobada por CiU, ERC, PSC, ICV-EUiA y la CUP en el Parlament y firmada por Mas el 27 de septiembre (p. 68)
Entre los "no", "no" y "no" reiterados del gobierno central y su oficina de prohibiciones disfrazada de Tribunal Constitucional y carente de toda legitimidad, la fuerzas políticas soberanistas (CiU, ERC y la CUP) más las mentadas asociaciones de la sociedad civil, van tejiendo entre dificultades, contradicciones, errores, peleas y reconciliaciones que Partal relata con ritmo, en una carrera contra reloj la unidad que se proponen. En esa carrera, las aventuras exteriores dan una gran visibilidad al proceso que la diplomacia española, en manos de un incompetente, no consigue evitar y que el autor narra con especial delectación pues de todos es sabido que en cuestión de lenguas, extranjeras y la propia, el presidente es un saco de anécdotas chuscas.
Fijada la votación, por fin para el 9N, el Tribunal Constitucional vuelve a suspender la consulta participativa el cuatro de ese mes, pero Mas desobedece...y la consulta se celebra, Cataluña ha vencido al Estado en su propio territorio de defensa de soberanía y Partal recurre a la autoridad del viejo teórico de esta, Jean Bodin, para dictaminar que España es un Estado fallido (p. 135). Ese Estado fallido es el que, al día de hoy, se arriesga a provocar un desastre en manos del mismo inepto personaje que desgobierna lo que él, en su mundo de ilusión y propaganda, llama la nación más antigua de Europa, faltando a la verdad, como siempre.
Los buenos periodistas adoban sus crónicas con unas gotas de contenido sentimentalismo. El relato de Partal termina con un "episodio final" titulado Herri bat... que recoge un momento emotivo que luego tendría una consecuencia política de curioso calado. Cuando Mas -cuenta Partal- va a votar el 9N, reconoce en una de las mesas de interventor a David Fernández y, en un gesto espontáneo de ambos, los dos se funden en un abrazo que fue recogido por decenas de móviles y vídeos y se viralizó en las redes. El histórico Mario Zubiaga reproducía la foto en un tuit con una leyenda: Herri bat..., un pueblo. Algunos meses después, con motivo de la campaña en las elecciones del 27 de septiembre de este año, Pablo Iglesias desembarcaba en Barcelona como si viniera de la estratosfera, y en su primer mitin profirió aquella muestra de absoluta ignorancia del espíritu nacionalista catalán, confundiendo la lucha de clases con la pipa de Magritte, al decir a sus seguidores que "nunca lo verían abrazarse con Artur Mas". Allí quedó claro que Podemos no tenía nada que decir en Cataluña porque no sabía qué tierra pisaba ni con qué gente trataba.
Pues eso, con un poble en marxa.
Entre los "no", "no" y "no" reiterados del gobierno central y su oficina de prohibiciones disfrazada de Tribunal Constitucional y carente de toda legitimidad, la fuerzas políticas soberanistas (CiU, ERC y la CUP) más las mentadas asociaciones de la sociedad civil, van tejiendo entre dificultades, contradicciones, errores, peleas y reconciliaciones que Partal relata con ritmo, en una carrera contra reloj la unidad que se proponen. En esa carrera, las aventuras exteriores dan una gran visibilidad al proceso que la diplomacia española, en manos de un incompetente, no consigue evitar y que el autor narra con especial delectación pues de todos es sabido que en cuestión de lenguas, extranjeras y la propia, el presidente es un saco de anécdotas chuscas.
Fijada la votación, por fin para el 9N, el Tribunal Constitucional vuelve a suspender la consulta participativa el cuatro de ese mes, pero Mas desobedece...y la consulta se celebra, Cataluña ha vencido al Estado en su propio territorio de defensa de soberanía y Partal recurre a la autoridad del viejo teórico de esta, Jean Bodin, para dictaminar que España es un Estado fallido (p. 135). Ese Estado fallido es el que, al día de hoy, se arriesga a provocar un desastre en manos del mismo inepto personaje que desgobierna lo que él, en su mundo de ilusión y propaganda, llama la nación más antigua de Europa, faltando a la verdad, como siempre.
Los buenos periodistas adoban sus crónicas con unas gotas de contenido sentimentalismo. El relato de Partal termina con un "episodio final" titulado Herri bat... que recoge un momento emotivo que luego tendría una consecuencia política de curioso calado. Cuando Mas -cuenta Partal- va a votar el 9N, reconoce en una de las mesas de interventor a David Fernández y, en un gesto espontáneo de ambos, los dos se funden en un abrazo que fue recogido por decenas de móviles y vídeos y se viralizó en las redes. El histórico Mario Zubiaga reproducía la foto en un tuit con una leyenda: Herri bat..., un pueblo. Algunos meses después, con motivo de la campaña en las elecciones del 27 de septiembre de este año, Pablo Iglesias desembarcaba en Barcelona como si viniera de la estratosfera, y en su primer mitin profirió aquella muestra de absoluta ignorancia del espíritu nacionalista catalán, confundiendo la lucha de clases con la pipa de Magritte, al decir a sus seguidores que "nunca lo verían abrazarse con Artur Mas". Allí quedó claro que Podemos no tenía nada que decir en Cataluña porque no sabía qué tierra pisaba ni con qué gente trataba.
Pues eso, con un poble en marxa.