Lo típico de la realidad es lo mucho que se parece a sí misma. Lo que es real, lo que es auténtico y verdadero, persevera, se esfuerza y empecina en seguir siéndolo. Lo real es contumaz. Lo imaginario, lo ficticio, es voluble, cambiante, tornadizo, como el soplo del aire. Quizá por eso sea el dominio de la poesía y la creación y tiene su grandeza. Lo real también puede cambiar, pero es siempre ello mismo. Y también tiene su grandeza. Pero hay que saber apreciarla.
Ayer, al conocerse el "no" de la CUP a Mas, mucha gente perdió la paciencia al descubrir que, lejos de adaptarse a las necesidades y circunstancias, los cupaires hacían lo que habían anunciado desde el principio, esto es, que eran ellos mismos. Quienes se contuvieron después del segundo "no" hace un par de semanas, pensando que la CUP mantendría la frase para fingir coherencia pero que, al final, se avendría a lo que se imponía como una necesidad de supervivencia del independentismo se llevaron un chasco y probablemente pasarán a engrosar los batallones de insultadores o los sumidos en la amargura. El propio Palinuro que, malgré tout, tiene en gran estima a Mas y su trayectoria y le hubiera parecido razonable investirlo, debió rendirse a la evidencia de que cuando alguien dice lo que piensa y hace lo que dice es un ejemplo encomiable. La evidencia de que la CUP es la CUP precisamente por estas cosas, por no ceder. Porque las acusaciones a esta organización asamblearia son conocidas: fanatismo, inflexibilidad, chantajismo y otras más. Pero nadie, en cambio, puede acusarla de oportunismo, posibilismo o fariseísmo. Son lo que son, como la realidad; lo que dicen ser. Y por eso tienen el prestigio intacto que nadie les niega. Por eso despiertan admiración incluso entre sus peores adversarios que, en el fondo quisieran ser como ellos, pero no pueden. Por eso también Palinuro les profesa simpatía. La CUP es la única nueva política que hay en el Estado.
Son como un bulldozer. No quieren tener en cuenta consideraciones de conveniencia, oportunidad o beneficio bajo cuerda. La acusación más frecuente es la de que el dogmatismo los hace sacrificar lo posible a lo perfecto y así labran su desgracia y la de muchos otros. Suelen formularla quienes dicen que, para hacer política, cambiar la realidad, imponer el ideal, hay que mancharse las manos. Los mismos que no han encontrado nunca la forma de evitar que las manchas de las manos lleguen al corazón.
Bien, ahí están las cupaires, guste o no, manteniéndose fieles a la palabra dada. Parece mentira, ¿verdad? Los seres humanos no somos otra cosa que la palabra que damos, y alcanzamos la dignidad cuando nos atenemos a ella. Pero esto es justamente lo más infrecuente. Lo normal, lo que todo el mundo entiende y, al parecer, acepta, es que llegue un sinvergüenza, diga que la realidad no le permite cumplir su palabra y haga lo contrario de lo que prometió. Incumplir la palabra es aceptable; cumplirla, no. Y ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Está claro: degenerando. Y una de las formas de degeneración más frecuente es la de querer torcer la palabra dada con el argumento de que mantenerla beneficia al enemigo.
La situación ahora es la que es. Los cupaires han votado por mayoría seguir negociando sin Mas. No es cosa de ponerse nerviosos ni desaprovechar la ocasión, ni tirar el niño con el agua sucia. El objetivo sigue siendo el mismo: la República catalana independiente; las posibilidades, también. Y cuando se dijo que iba a ser difícil, ¿acaso se pensó que esa dificultad no empezaría por la casa propia? Algunas alternativas quedan descartadas; otras pueden explorarse. Al fin y el cabo, la frecuente acusación a los cupaires de que no parecen entender que el logro del objetivo debe pasar por encima de cualesquiera otras consideraciones puede dirigirse a todos los demás.
La situación ha quedado clara y no hay sino avanzar, abriendo nuevos caminos. La CUP no se opone, como afirman muchos de sus ofendidos adversarios, a la independencia, sino a una forma específica y concreta de alcanzarla, pues no les parece auténtica. Si los otros interlocutores están tan dispuestos a conseguirla como dicen, también podrán encontrar formas alternativas. Nada se ha acabado y nunca ha sido más cierto que, cuando una puerta se cierra, otras se abren.
Es preciso seguir, continuar hasta el final so pena de ser destruidos. Pero el camino no es único.
P.S. (A tenor de una observación de un amable lector). Otra cosa, por último, es contabilizar los porcentajes del voto de la asamblea en donde aproximadamente un 30% de delegados ha votado por investir a Mas. Esto podría inducir una ruptura en el grupo de diputados de la CUP (no una división táctica pues ese grupo representa una voluntad única previa de la organización), lo que lleva este debate a otro terreno, a un previsible fracaso de la CUP en aras del realismo de la vieja política, escenario que no contemplo.