dimecres, 28 d’octubre del 2015

Crisis constitucional.


Se desatan los nervios. Ya está apabullantemente claro que la llamada cuestión catalana (la "algarabía", según Rajoy en 2012) es la cuestión española. "El País", alarmado, eleva el rango de la propuesta presentada ayer por Junts pel Sí y la CUP a declaración de independencia y deja amarga constancia de que Rajoy no responde.

El mismo periódico trae un editorial tocando a rebato, titulado Golpe al Estado, vacío de gobierno que deja muy claro lo que el editorialista piensa: hay un reto institucional a la Constitución y a la unidad de España. Lo grave, lo que explica la alarma, aunque no se diga y se continúe hablando de los independentistas como si fueran un grupo de aguafiestas, es el hecho de que el reto sea institucional. Esto es lo que lleva a hablar de crisis constitucional y quizá hiciera ver al editorialista y al periódico que el editorial debiera titularse Golpe al gobierno y vacío de Estado.

El vídeoeditorial de Iñaki Gabilondo, ¡Viva la República catalana!, siendo igual de alarmista, es más profundo y matizado, como corresponde a la gran calidad del autor, pero absolutamente deprimente y pesimista. Está convencido de que él no verá una solución al problema.

Ojalá se equivoque. Pero, mientras se dilucida, hay que llamar a las cosas por su nombre y averiguar cómo se ha llegado hasta aquí. ¿Quién es el responsable de la situación? De inmediato se nos dirá sin vacilar que los únicos responsables son los que la han provocado. Claro, pero ¿quién la ha provocado?

Iñaki mira del lado independentista y critica. Razón tiene. Mire ahora del lado español. ¿Qué ve? ¿Qué ha hecho el gobierno español en tres años (más, si queremos) para prevenir esta situación? Respuesta: nada. Gobernar es algo más que convertir la ideología nacionalcatólica en ley, presentar panoramas macroeconómicos halagüeños con magnitudes más o menos manipuladas y zafarse mal que bien de las continuas salpicaduras de una corrupción estructural y omnipresente que ha enfangado al partido del gobierno.

Gobernar es gestionar con tino un país, mantenerlo unido, en una leal interrelación e intercomunicación general y no legislar a favor de unos intereses económicos nacionales e internacionales a los que aquel no les importa nada. Y en este segundo y más importante objetivo, el gobierno del PP ha tocado el cielo de la incompetencia. Entre el caciquismo, la corrupción y la incapacidad de articular un proyecto que involucre a todos voluntariamente, el gobierno y su partido se han cargado toda idea de país.

Las crónicas cuentan que fue Sánchez, el líder de la oposición, quien hubo de telefonear al presidente del gobierno para sacarlo de su habitual abulia y forzarlo a hacer algo: una comparecencia de 10 minutos, después de anunciársela a Rivera, para soltar la letanía del respeto a la Constitución y a la ley que el gobierno garantizará à tout hazard. Que es como no decir nada porque, al margen de la cuestión, nada trivial, de qué autoridad le quede al gobierno a estas alturas, de lo que se trata, precisamente, es de que no haya que llegar a esa situación. Porque eso implica confrontación entre instituciones que cuentan con fortísimos apoyos populares. En España sin duda, y en Cataluña de casi dos millones de personas, cantidad que puede relativizarse cuanto se quiera en porcentajes de votos, pero que es lo bastante impresionante para que haya que pensar detenidamente antes de adoptar según  qué medidas.

Así que el anuncio de Rajoy de que se tomarán "todas las medidas necesarias" es cualquier cosa menos tranquilizador. Sobre todo, conociendo al personaje.

En todo caso, ya está aquí forjada la unión sagrada para las elecciones: PP, PSOE y C's. Qué forma tendrán unas elecciones en las que los tres principales partidos están de acuerdo frente al problema más grave de España puede ser objeto de un relato de política ficción.

Por descontado quienes de pronto se encuentran en la posición más desairada son las izquierdas a la izquierda del PSOE, o sea Podemos, Unidad Popular, La Izquierda y lo que pueda venir. Claro que esto de Cataluña es una revolución. Cambiar una monarquía por una república ha sido siempre una revolución. Es posible que no les guste, que no coincida con su idea de revolución y que hasta le nieguen ese carácter por su impronta nacional. Pero revolución es.

Claro también que los catalanes son una nación. Y claro que España debe reconocerlo porque se lo han ganado a pulso de modo consistente desde hace mucho, mucho tiempo, de forma activa, constructiva, pacífica y democrática. Y a admitir que ejerza los derechos que como nación les corresponden, entre otros, el de decidir su futuro, según el mundo civilizado ha reconocido en los casos similares de Quebec en el Canadá y Escocia en el Reino Unido.

En el fondo, el callejón sin salida que Iñaki Gabilondo señala es el resultado de la negativa cerrada española a permitir un referéndum de autodeterminación en Cataluña que, al final será la única solución posible bajo presión de la Unión Europea. Y eso está por ver.

Lógico es pensar que los dos frentes, el unionista y el separatista, se fajarán en una controversia legal, judicial y que, eventualmente, puede obligar a la adopción de medidas prohibitivas o represivas de distinto calado. Esperable asimismo que esa controversia se agudizará y crispará en los tiempos próximos y que, en consecuencia, las elecciones del 20 de diciembre estarán monopolizadas por ella. Y que los votantes españoles tendrán que elegir entre propuestas distintas para llevarla a buen término si los partidos alcanzan a formularlas.

Que los dioses iluminen a los votantes españoles.