dissabte, 19 de setembre del 2015

La chispa y la burbuja.

En el Canal de Isabel II de Madrid hay una exposición retrospectiva de Leopoldo Pomés que deja con la boca abierta al visitante. Y los ojos como platos. Y los oídos. Y los demás sentidos, el gusto y el tacto, al menos en forma narrativa. Pero todos los sentidos. Porque si bien suele tenerse noticias aisladas, inconexas, de distintos logros del hombre, esta exposición, magníficamente montada, ofrece una visión panorámica del conjunto de su obra, desde su primera fotografía, en 1947, hasta sus últimas producciones de ahora mismo. Setenta años de un torrente de imágenes de todo tipo, retratos, foto-reportaje, producción artística, publicitaria, de videos, películas, pero también de poemas, de ensayos, de experiencias empresariales, diseño comercial. Pomés ha hecho incursiones en todos los géneros, tocado todos los temas y, en esta exposición de conjunto se ofrece una imagen caleidoscópica, que interpela todos los sentidos. El propio Pomés, quien no para de explicarse a lo largo del recorrido de diversas formas, dice que es un hedonista y hace un panegírico de la buena mesa probablemente relacionado con el hecho de que, habiendo nacido en 1931, le pilló el hambre de la postguerra en la adolescencia, cuando la cena era a base de patatas hervidas y algún escuálido acompañamiento. Andando el tiempo, la misma experiencia le llevaría  a fundar y regentar con éxito un par de restaurantes en Barcelona y hasta una tortillería.
 
Esa exuberancia de los sentidos lo hacía idóneo pra la fotografía publicitaria. Arrancó en 1959 con un encargo de los bañadores Meyba y acabó siendo el rey indiscutible del gremio, cosa patente si se recuerda que es el autor del spot más caro de la televisión, el anual de Freixenet, el de las burbujas. Entre medias ha dominado el mercado de la foto publicitaria con ideas, propuestas y campañas que han creado escuela: estética 007, dinamismo de las imágenes, audacia de planos, falta de convencionalidad, detalles de genio aplicados a la publicidad de Terry ("usted sí que sabe") o a la de Gallina Blanca. Aquella primera foto del bañador Meyba se hizo famosa no por la modelo sino porque, junto a ella, figuraba un caballo. Y es el caballo, curiosamente, el que mantiene el interés de la imagen ya que la mujer está como engastada en un traje de baño de tres piezas de apariencia muy rígiday resiste peor el paso del tiempo.
 
Es fácil decir que la obra de Pomés se expande en paralelo con el desarrollo posterior al Plan de Estabilización, la generalización del consumo y la era de la televisión. Es obvio que se trata del terreno para teorizar sobre la sociedad de consumo, la cultura del ocio y el American way of life. Alguno trabajos de nuestro hombre recuerdan los aires de Harper's o la misma Life. Pomés hizo series enteras en campañas para vender las fibras sintéticas, que invadieron el mercado en los sesenta y setenta. Incluso inventó un personaje, Pedro Tergal, para publicitar el tergal, una fibra. Y, con el consumo, técnicas de comunicación. El cortometraje de Terry repetía el recurso al caballo pero, esta vez en movimiento. El anuncio, que paseaba una hermosa modelo cabalgando a pelo un alazán por una playa, por los Campos Elíseos en París, la plaza de San Marcos en Venecia o Trafalgar Square en Londres en 1972, quizá sea el más egregio monumento a una especie de kitsch contracultural de los setenta.
 
Hay chispa en todo lo que Pomés toca. La serie de retratos "serios", entre 1970 y 2013 (Cortázar, Eduardo Mendoza, Jorge Herralde, etc) atestigua la permanencia de un espíritu de exigencia, pues los retratos quieren ser psicológicos, que probablemente procede de sus años de formación, en los cincuenta en los círculos de pintores de los grupos de Dau al Set y El Paso, Joan Ponç, Modest Cuixart, Tàpies, Saura, el malogrado Manolo Millares y en los de poetas como Brossa, Joan Oliver (Pere Quart) o Cirlot, con abundante presencia de Chillida. De todos ellos hay muchos retratos que, significativamente, no tienen nada de psicológicos sino que son como manifiestos, como imágenes de tendencia, de escuela, de grupo. De vanguardia. El autodidacta Pomés se forjó en un ambiente de ruptura artística plástica y la recomposición de una estética rebelde en una sociedad autoritaria y conformista que desembocó en el abstracto. Hasta ahí llegó a asomarse Pomés, con fotos de arpilleras, al estilo de Millares o grafitti colorido en homenaje a Miró.
 
La exposición muestra también diversos encargos cuya contemplación es muy grata. Una serie callejera de Barcelona en los cincuenta por encargo de Seix Barral y otra sobre tauromaquia que no llegó a publicarse porque el escritor comprometido a redactar el texto, Hemingway, se suicidó. Mención especial merece su tratamiento de las mujeres, empezando por la propia, que le sirvió de musa y modelo en muchas ocasiones. Su visión de la estética femenina está bien definida con su concepto de hedonista, es levemente erótica, elegante y contenida. Tengo la impresión de que la serie que dedica a la arquitectura modernista está relacionada igualmente con ese hedonismo y esa especie de plenitud y alegría de vivir que siempre trasmite Pomés.
 
Su innegable triunfo en la fotografía publicitaria le hizo ganador del concurso para realizar el spot de presentación de los juegos olímpicos en Barcelona en 1992. Se muestra íntegro. Merece la pena verlo. Podría servir perfectamente para publicitar la via lliure del independentismo actual.