Reaparece el CIS con una oportuna encuesta publicada el día nacional de Cataluña y la obvia misión de enfriar los ardientes fervores independentistas. Muy mal han de estar las cosas para que el instituto demoscópico venga a calcar el sondeo que publicaba ayer El periódico de Catalunya y Palinuro comentaba en De sondeos y de abuelos. Muy mal en el sentido de que la mayoría vaticinada a favor de la independencia pueda ser mucho más alta. Ya la que dan y llaman "mayoría absoluta raspada" contribuirá poco a mitigar las ilusiones. Quizá lo haga más la lluvia. Solo con que caiga la mitad de lo que ha caído hoy en Barcelona, llenar la Meridiana va a requerir tesón, fuerza de voluntad y entusiasmo. Y tengo para mí que de todo eso hay mucho. Si no llueve, el exitazo independentista es casi seguro, al margen de las trifulcas de presencias o ausencias. Reina un ánimo de ahora o nunca y eso empezará a notarse en la Diada.
El pobre CIS, bajo sospecha de parcialidad a las órdenes de un gobierno que no para en barras a la hora de ingerirse en todos los órdenes de la vida, en aplicación de su peculiar sentido del liberalismo, no puede hacer gran cosa por desactivar el impulso independentista. Pero El País echa una mano con un titular cargado de intencionalidad: mayoría independentista de escaños, pero no de votos. Ojo: no de votos. Completa asimismo su carga de profundidad (por ahora) con un insólito y agresivo editorial titulado Independencia del 3% y es una pieza de ataque directo, despiadado, brutal al presidente catalán. Un escrito ad hominem tan feroz que parece de la misma "caverna carpetovetónica" del que expresamente quiere diferenciarse. Un editorial injusto por dos razones:
Primera, porque se obstina en presentar el movimiento independentista como una maniobra personal de Mas, como unaa argucia para impedir que se le investigue, se depuren responsabilidades, etc., y no como lo que es, un movimiento social partidista y no partidista, cívico, transversal, pacífico, democrático y masivo. Lo cual implica que, para el editorialista, en su ciega soberbia, miles, cientos de miles, quizá millones de catalanes son estúpidos borregos a quienes un hábil tramposo estilo Hamelin lleva hacia el precipicio , como dice Duran, sabedor quizá de que el primero en despeñarse será él, pues Unió seguramente no tendrá representación en el Parlamento.
Segunda, porque esa misma crítica y acusación puede hacerse a Rajoy, el PP y el gobierno, literalmente carcomidos por la corrupción, con Bárcenas, Gürteles, Púnicas, Bankias, etc., etc. Pero, que se sepa, ni El País ni nadie en España y menos que nadie la oposición se ha puesto tan exigente con ellos como con Mas. Ni El País ni la oposición mayoritaria han pedido la dimisión de Rajoy y mucho menos una moción de censura. Es una diferencia de trato tan discriminatoria que resulta vejatoria.
Pero el grueso del ataque unionista no está en este tipo de acusaciones de poco vuelo. El fondo de su crítica, lo que se propone como base de argumentación a la hora de ir contra el independentismo, es la reseñada diferencia entre escaños y votos. Estas elecciones, dicen los unionistas, no son un plebiscito, en donde todos los votos valen igual. Los independentistas hacen trampa al presentar unas elecciones ordinarias (con escrutinio según el sistema electoral) como un plebiscito porque en las elecciones no todos los votos tienen el mismo peso. Argumento ciertamente atendible. Y hay más: como las elecciones son normales, no plebiscitarias, no se puede tomar como criterio para una posible DUI el número de escaños. Hay que tomar el de votos.
Es un poco paradójico: si se quiere la DUI hay que tener una cantidad de votos superior al 44%. Puede ser. De todo cabe hablar, pero es imposible olvidar que el independentismo ve estas elecciones con ánimo plebiscitario porque el gobierno, de acuerdo en esto con la mayor parte de la oposición, casi todos los medios de comunicación y el resto de aparatos del Estado no le dejaaron hacer un referéndum, como se venía pidiendo de tiempo atrás. El referéndum de Escocia, una situación análoga a la de Cataluña, demostró que no hay razones válidas para negar el ejercicio del derecho de autodeterminación a un pueblo, una nación.
Si ese referéndum se hubiera celebrado en su día en unas condiciones pactadas, es casi seguro que un 44% de apoyo a la independencia hubiera sucumbido ante un porcentaje mayor de unionismo. Pero el referéndum (que, muy probablemente habrá que hacer al final) se prohibió y ahora lo que decide no es el porcentaje de votos sino el de escaños.
La prohibición fue un error, por decirlo suavemente.
Y los errores se pagan.