Rajoy no da cuentas en el Parlamento, no se aclara en las ruedas de prensa, pero en las tertulias con los suyos se explica como un libro abierto. Ahora, reunido con los empresarios catalanes del Círculo de Economía en Sitges, esos que, según él, son los que crean la riqueza, ha dado cumplidas explicaciones a su modo de las causas del batacazo electoral del PP y lo ha hecho con un lenguaje insólito en él, tanto por lo que dice como por lo que trasluce. Sostiene Rajoy que la culpa del desastre electoral la tiene el martilleo de los medios de comunicación con la corrupción. Es decir, la culpa no es de la corrupción, sino del hecho de que los medios martilleen con ella. Y lo que más daño hace es el modo en que la han tratado. Eso lo sufre él como un tormento hace ya tres años. No es que los medios martilleen siempre sobre el mismo caso de corrupción sino que hace tres años que no paran de sucederse esos casos. Es martilleo, sí, pero sobre clavos distintos, todos los cuales se le hunden en las carnes. Una verdadera tortura. Por eso habla muy apropiadamente, aunque no sé si conscientemente, de martilleo. En su segunda acepción martillear es, según el DRAE, atormentar con cualquier acción muy reiterada.
Un tormento el de Rajoy, desde luego. Algo que no puede comprender. En primer lugar porque es incomprensible en sí mismo: ¿por qué afectan negativamente al gobierno las noticias sobre corrupción si el gobierno no tiene nada que ver con ella? En segundo lugar porque no tiene sentido. Rajoy comenzó su mandato reformando la Ley de Radiotelevisión para nombrar un director que la pusiera a su servicio. Como así sucedió. Todas las radiotelevisiones públicas que dependen de gobiernos del PP son centros de agitprop del partido. Estos medios han ocultado o manipulado la corrupción y exonerado siempre al gobierno. Pero quizá no suceda lo mismo con los canales privados que, aun siendo muy progubernamentales, informan con mayor verosimilitud. O quizá sea que el rosario de casos de corrupción tiene tal densidad que hasta los medios públicos tienen que hablar de ella. El país está inundado de corrupción y el principal responsable de ella es él, el presidente de los sobresueldos, el que estuvo presuntamente cobrando dineros y otras canonjías en especie de la caja B.
En todo caso, la razón del tormento de Rajoy es que los medios hablen de la corrupción. Estarían mejor callados. O censurados. Pasaron los felices tiempos de la censura y ahora ni la Ley Mordaza garantiza que se evite la maledicencia contra el gobierno. Este intenta doblegar los medios con favores y castigos económicos, subvenciones, publicidad institucional, etc., que nunca serán tan eficaces como una buena multa y un cierre más o menos prolongado. Pero eso no puede hacerse ya. Hay que respetar la libertad de empresa que se predica. Y así, de escándalo en escándalo, tiene razón el hombre, no pueden ganarse elecciones.
Por supuesto, él sigue considerándose por encima del bien y del mal. La corrupción no va con él, aun siendo presidente del partido considerado por el juez como una organización criminal y del gobierno que se apoya en dicha organización criminal. No tiene por qué dimitir. Él no ha hecho nada. Simplemente, embolsarse los sobresueldos mientras engañaba a la gente diciendo que tenía problemas para llegar a fin de mes. Un mangante, en definitiva.
Todo es falso salvo alguna cosa. Sin embargo, además de esa cosa, todo lo demás ha resultado verdadero. El único que no quiere admitirlo es Rajoy, a quien sus propios compañeros aconsejan que se vaya antes de que el partido se le subleve y le monte un congreso de refundación que, en su caso, sería de fundición.