Nueva oleada de salvadores de la patria. El 15M evidenció la enorme distancia entre el sentir de la calle y la cómoda vida de la oligarquía gobernante y sus mindundis parlamentarios y partidistas. Desde hace un tiempo, esa distancia se ha hecho sideral con dos nuevas camadas de gentiles depositarios de soluciones infalibles para tal situacion, Podemos y Ciudadanos. Ahora llega el turno de los sectores acomodados de mostrar cuán consternados están con esa alienación entre el espíritu del sano pueblo y sus representantes.
No son, dicen, el embrión de un nuevo partido. No hace falta jurarlo. En realidad, ninguna de las nuevas propuestas quiere ser vista como partido. Huyen de la palabra misma. Buscan términos alejados: Podemos, Ciudadanos. Lo que sea, menos partido. Podemos se define como partido-movimiento, un combinado cuyo segundo término huele a chamusquina a qualquiera que tenga algo de experiencia. No les queda más remedio que registrarse como partidos porque la falta de imaginación del legislador no deja otra opción. Pero si pudieran presentarse a las elecciones como una asociación de coros y danzas, seguro que lo hacían: ¡partidos! Eso huele a vieja política, hombre...
Algo similar pasa con este puñado de ciudadanos muy preocupado con la "distancia entre la política y la calle". Para acortarla vienen unas gentes autoconstituidas en sociedad civil a poner remedio a tan lamentable distanciamiento.
Confieso que cada vez que oigo hablar de la sociedad civil, busco la puerta de salida. Desde la Ilustración escocesa, que puso el término en circulación, la sociedad civil ha gozado de una inmejorable imagen como el conjunto de la ciudadania civilizada, ocupada de sus asuntos, de prosperar libremente, celosa de sus derechos y libertades, capaz de poner en su sitio a un Estado aquejado de furor intervencionista y legiferante. Tan fuerte, impoluta y graciosa era la sociedad civil que hasta el estatólatra Hegel le reservó un sitio prominente al lado del glorioso Estado prusiano. Pero lo decía en alemán, bürgerliche Gesellschaft. Su discípulo Marx se sirvió de la misma expresión pero ya para designar la "sociedad burguesa". Y la legión de marxistas, marxianos, marxólogos y marxófagos que pueblan el mundo desde entonces al nombre se han atenido: la sociedad civil es la sociedad burguesa, esto es, la sociedad de la explotación burguesa.
No es exactamente así y los teóricos contemporáneos hacen bien en rescatar el significado originario de la sociedad civil de la ilustración. El Estado es imprescindible, desde luego, sobre todo en aquellos países en los que, habiendo pasado por la Reforma y la revolución burguesa, está administrado por una burocracia ética hegeliana y racional weberiana y no por una pandilla de ladrones asaltacaminos que solo piensa en robar a la colectividad, como en España.
Ninguna sociedad civilizada puede prosperar sin un Estado que la proteja con leyes sabias y justas y solamente los descerebrados estilo Esperanza Aguirre lo atacan con tanta saña como costumbre tienen de vivir de él y enchufar en él a sus parientes y correligionarios. Y, ciertamente, tan necesaria como el Estado es una densa y sólida sociedad civil en donde un público compuesto de ciudadanos particulares teje un ámbito de crítica y libertad que es tan imprescindible para la vida social como el respirar.
Esta nueva asociación de gentes, todas ellas muy respetables, hace su presentación pública con un llamamiento para que la sociedad civil española se ponga a debatir y para orientar esos debates en direcciones fructíferas porque insiste en su independencia, al margen de todos los partidos. Porque es "apartidista", como el 15M, pero no "apolítica", como el 15M. Y, al igual que los del 15M, tiene una particular querencia por el Parlamento, en donde se han presentado como si fuera su casa. Al contrario que a los del 15M, de quien nadie se fía cuande se acercan al Parlamento porque se les suponen aviesas intenciones. Estos otros, no. Estos otros son gentes de orden. Se presentan en el Parlamento, sí, pero no se agotan en él, ya que nacen llamando a la sociedad civil.
¿Qué sociedad civil? En España eso no existe. Existe un conglomerado de políticos de ínfima catadura y trincones, casi todos ellos de la derecha, muchos, funcionarios del Estado, al servicio de una oligarquía de sinvergüenzas, compuesta por financieros, banqueros, terratenientes y empresarios corruptos que viven de patrimonializar el Estado, capturar sus rentas y esquilmar lo público. Llegan al poder mintiendo y amañando las elecciones, como el Sobresueldos de La Moncloa. Antes, compraban el voto. Hoy, además de comprar el voto, compran televisiones y periodistas. Es más eficaz. A su servicio tiene el ejército, las fuerzas de seguridad, a las que garantiza impunidad por vía legal, y una Iglesia compuesta por curas de misa y olla que viven parasitando a una población a la que por supuesto, predican resignación frente a los designios de la Providencia, tan inexcrutable que pone al frente del gobierno del país para su salvación a un absoluto incompetente cuya única preocupación ha sido aparentemente cobrar sobresueldos y que los cobre la asociación de mangantes que preside a título de partido político. Junto a los curas, lanza sus trinos una caterva de intelectuales, encargada de narrar patrañas orientadas a la derecha, al centro o a la izquierda. Lo que los diferencia es la paga: alta y en metálico en la derecha, en metálico en el centro y en especie en la izquierda, en donde se mueve poca liquidez pero mucho enchufe.
¿Sociedad civil? No me hagan reír. ¿Sociedad implicada en el debate? ¿Qué debate? ¿El de cómo trincar más y más impunemente?