Al histórico sitio de La Granja de San Ildefonso se ha llevado el presidente del gobierno a los barones del PP para un acto de afirmación constitucional, nacional, española. Los presidentes territoriales han leído una declaración con la doctrina oficial del partido sobre la reforma de la Constitución que pasará a la historia como La declaración de La Granja por su laconismo y brevedad pues consiste en una sola palabra: "No".
El presidente, sin embargo, ha condescendido a dar explicaciones complementarias, matices y hasta lo que él entiende por razones. La Constitución no es intocable, claro, pero casi. Hay que tener razones muy poderosas y muy claras para reformarla. No es cosa de andar con ocurrencias y frivolidades, dos abominables deslices que suelen ir a la par en sus discursos, como los tirios y los troyanos o la gimnasia y la magnesia. Su última fórmula, que la crisis es ya historia, al parecer, no es una ocurrencia ni una frivolidad. En efecto. Es una tontería. Y, como todas las tonterías, cuando se amplia y se explica resulta más tontería. Ligando la constitución a la salida de la crisis, pues ambas son historia, justifica la primera comparando los datos económicos (PIB, red viaria, gasto público, etc) de 1978 y los de ahora, 2014. Por esa misma brillante vía podíamos justificar la validez del Fuero Juzgo porque el PIB de hoy es estratosférico comparado con el de 1241.
La facundia presidencial tiene respuesta para todos los desatinos y desvaríos que profieren distintos grupos de gentes a los que suele referirse de modo esquinado, perifrástico. Así, Rajoy sostiene que es preciso explicar a los adanes que España es un gran país. El intento es absurdo porque esos "adanes", esto es, las gentes del PSOE, IU y Podemos básicamente, están tan convencidas como él de que España es un gran país. Eso lo dicen todos. Quien no parece estar convencida es España, cuyas magnitudes y parámetros en cualesquiera órdenes de la vida, desde los económicos a los culturales, la hacen aparecer como un país mediocre tirando a malo, de los más retrasados en todo de la UE con perspectivas de seguir siéndolo.
Para hacer creíble la nueva línea de propaganda según la cual la recuperación se nota ya en la vida diaria, se palpa en el bolsillo, se huele en el aire, nos alegra el día, Rajoy va a necesitar los servicios de hipnotizadores de masas. La televisión no es suficiente.
En cuanto al soberanismo catalán, el juicio presidencial ha pasado de considerarlo una algarabía y luego un festival a verlo como una ensoñación shakesperiana. ¿Cómo vamos a reformar la Constitución para que quepan los sueños? Porque aquí hay algo absolutamente claro: la soberanía nacional, la unidad de España, los derechos fundamentales de los españoles, la libertad y la igualdad de todos no se negocian. Quienes dicen que eso les parece muy bien pero que no reza con ellos, pues no son españoles, es obvio, se mueven por ocurrencias y frivolidades. Y, además, no saben lo que dicen.
Despachadas así las dos tribus alborotadoras, de los adanes y los catalanes, la jornada de La Granja toca a su fin. Sobre la corrupción no hay nada que decir. Rajoy, acusado de haber cobrado sobresueldos durante años y de presidir un partido al que un juez considera partícipe de un delito a título lucrativo, es el paladín de la transparencia y la regeneración democráticas. La corrupción, como la crisis, ya es historia.
Es el paladín de la estabilidad constitucional frente a los adanes y de la unidad de Epaña frente a los catalanes. Para ejercer esta función acude a lo que precisa: ha aumentado los medios de los cuerpos de represión y se ha dotado de una Ley Mordaza, también para reprimir el descontento que equivale a una especie de ley de excepción administrativa o ley de plenos poderes del ministro del Interior.
Y a esto lo llaman democracia.