El asunto es tan absurdo que es difícil abordarlo. ¿Rajoy mostrar un "rostro conciliador" en cosas catalanas? Quimérico. El presidente ha ido 14 veces a Cataluña en tres años de mandato y su gabinete subraya que es el destino más frecuente de las visitas presidenciales. En "El plural" han echado las cuentas y, de las catorce visitas, siete fueron a actos del PP, seis a reuniones con empresarios y otras almas afines y una a una boda del hijo de un amigo. Es decir, Rajoy no ha visitado nunca Cataluña como tal Cataluña; nunca la Generalitat; ni el Parlament; nada. Y esta vez, tampoco, por cuanto asiste a un acto de alcaldes del PP de toda España que igual podía celebrarse en Villalar de los Comuneros o en Llanos del Caudillo, que traería más gratas memorias a algunos de ellos. Así que los catalanes no conocen el rostro de Rajoy; y menos el conciliador. Eso que van ganando, porque tampoco ahora van a verlo.
Lo curioso es cómo todo el mundo admite que, al desplazarse a Barcelona a un acto privado, de partido, Rajoy, en realidad, va a Cataluña, cual si fuera una visita de Estado. ¿Por qué entonces no se reúne con el principal representante del Estado en la Comunidad, el señor Mas? ¿Por falta de educación? Debería matizarse eso del "rostro conciliador".
En el acto municipal del PP, dos ilustres teloneras, Botella y Cospedal. La primera, quien coincide con su marido en la capital del Principado, soltó uno de esos ditirambos grandiosos y absurdos por los que es conocida, algo así como que la unidad de España depende de sus municipios. El discurso de la segunda tuvo mucha más enjundia práctica pues traía el meollo del argumento elaborado por las baterías dialécticas de La Moncloa y que hoy desarrollará con su habitual brillantez Rajoy: el gobierno ha rescatado a la Generalitat; la ha rescatado de la quiebra, de no poder pagar a sus funcionarios.
Suena tremendo, ¿verdad? Y a ellos les parece algo contundente, demoledor, definitivo. Elaboran la imagen de mil maneras pero, en lo esencial, se dibuja un Mas irresponsable, dedicado a jugar a la algarabía independentista mientras en La Moncloa un gobierno siempre vigilante se desvivía por Cataluña y aportaba generosamente 24.000 millones de euros, casi la mitad del Fondo de Liquidez Autonómica. ¿De qué se quejan los ingratos?
Las cantidades, las cifras, los datos no dejan ver el problema de fondo, esto es, la concepción patrimonialista del Estado de la derecha gobernante. El gobierno no es propietario de los recursos que asigna, no se los saca de sus inexistentes bolsillos; y menos lo es el PP, aunque muchos de sus miembros crean lo contrario y actúen en consecuencia, llenándose los suyos a base de expoliar el erario público. Es el administrador, que no es lo mismo. Esos recursos, además, proceden en gran parte de las Comunidades Autónomas, especialmente de Cataluña, con la que el Estado admite tener un déficit fiscal de miles de millones de euros; no ando muy cierto en la cantidad exacta. El gobierno no otorga nada porque nada le pertenece y está obligado a gestionar lo que administra con criterios racionales y objetivos y no de capricho político. Carece absolutamente de sentido emplear la inversión del Estado en Cataluña como un arma política, para bien o para mal. No solamente no es correcto, sino que hiere la sensibilidad de los soberanistas catalanes quienes precisamente reclaman la plena responsabilidad en la gestión de todos sus recursos.
En ese caso, la admonición se torna velada amenaza: en una Cataluña independiente, deja caer Cospedal con la elegancia de Aldonza Lorenzo, la Generalitat no podría pagar las pensiones. Ni pacto de Toledo ni gaitas. Ya están las pensiones en danza para asustar, sobre todo a los viejos. Lo dicen los responsables de haber vaciado, esquilmado, el Fondo de Garantía de Pensiones. Es para dar fuerza y verosimilitud a la amenza y, de paso, desvelar su auténtico rostro, este sí, de verdad, el de unos canallas.
En cuanto a amenazas, no conviene echar en saco roto las de un Aznar que, hosco, torvo, como siempre, advierte en contra del nacionalismo radical y la lucha de clases. "Radicalismo", "lucha de clases", ya está el siniestro personaje, el liberador del Irak y el islote Perejil, reclamando represión y autoritarismo. Alta debe mantenerse la guardia de la unidad bajo los luceros.
Este viaje, su discurso y sus oropeles colaterales pone de manifiesto que los viajeros no tienen ni idea de a dónde van y en dónde están. Así que da igual el rostro de Rajoy quien, por lo demás, no es "el hombre de los mil rostros". Tampoco los soberanistas van a verlo, ni siquiera a mirarlo. Se enterarán por los periódicos y seguirán a lo suyo, esto es, tanteando las posibilidades de convocar elecciones autonómicas anticipadas y darles o no carácter plebiscitario. Eso si alguna de sus asociaciones o instituciones no lo declara persona non grata en Cataluña.
Frente a eso es muy poco lo que Rajoy puede hacer, ponga el rostro que ponga. Podrán más los jueces si admiten y tramitan la querella del fiscal. El conflicto se radicalizaría. Es de suponer. Espíritu puro de la derecha española de espíritu franquista, que no distingue entre gobierno y Estado, partido y movimiento, ley y tiranía, orden y represión y que, llegado el caso, en su profunda estupidez, está dispuesta a hacer de Mas un segundo Companys.
Frente a eso es muy poco lo que Rajoy puede hacer, ponga el rostro que ponga. Podrán más los jueces si admiten y tramitan la querella del fiscal. El conflicto se radicalizaría. Es de suponer. Espíritu puro de la derecha española de espíritu franquista, que no distingue entre gobierno y Estado, partido y movimiento, ley y tiranía, orden y represión y que, llegado el caso, en su profunda estupidez, está dispuesta a hacer de Mas un segundo Companys.