Aquí lleva todo el mundo tres años soltando pestes sobre el gobierno de Rajoy por muy diferentes motivos, criticándole todas sus políticas, achacándole todos los males, culpándolo de todas las corrupciones. Hablando, vamos. Pero los únicos que han hecho algo han sido los soberanistas catalanes. Del dicho al hecho...
Los nacionalistas españoles se enteran ahora de que el asunto va en serio y Cataluña ha salido de la nube de la indiferencia, el hastío y el desprecio que la envuelve habitualmente para ocupar un lugar central en el debate público. Aunque no para todos. La derecha está encrespada. La izquierda dinástica, el PSOE, triturada entre soberanistas y unionistas en el Principado, insta desesperadamente a Rajoy a negociar una reforma de la Constitución, en lugar de enviar los corchetes a detener a Mas. La izquierda no dinástica sigue sin enterarse de la cuestión catalana porque está muy ocupada tratando de entenderse a sí misma. La consulta cuya importancia política nadie puede negar es la primera manifestación del hecho ya señalado por Palinuro de que los catalanes llevan la iniciativa política. Y eso se traduce en hacer, cosa distinta al hablar.
Ayer decíamos que lo más interesante serían los juicios de las partes ganadoras. Han sido inmediatos. Ahí están. Convergència presenta un ultimátum al gobierno para negociar o irá a elecciones anticipadas que llama "plebiscitarias" con gran descontento de los académicos que todavía andan diferenciando el plebiscito del reféréndum. ERC, como Harpo Marx, quiere otro huevo duro y pide que las elecciones sean "constituyentes", mínimo envite que acepta Junqueras a quien gustaría mucho más un órdago de Declaración Unilateral de Independencia. Supongo, porque no lo sé de cierto, que las entidades cívicas querrán gobierno de concentración.
Para no tener efectos jurídicos la consulta parece a punto de parir media docena de ellos.
Por eso, hay que actuar. El nacionalismo español entra en combate sin una idea clara de en dónde está el enemigo, como suele sucederle. Por eso dispara en todas direcciones y hasta se dispara a sí misma. La derecha, se decía más arriba, está encrespada. Los catalanes han ultrajado a España, pisoteado la nación española y arrebatado la soberanía al pueblo español. Hay que ir contra ellos con el código penal, los tribunales tienen que actuar y hacerlo también contra quienes por dejadez, incompetencia o complicidad, han permitido que unos sediciosos impongan su ley en un trozo de España. Cospedal pide acciones judiciales contra Mas y Vox contra Rajoy. Si acaban juntos en la cárcel podrían aprovechar los vis a vis para negociar, cosa que todo el mundo les insta a hacer, aunque nadie sepa sobre qué, especialmente Rajoy, cuyo conocimiento de la situación y capacidad para resolverla han quedado ya claros. En todo caso la respuesta solo puede ser una: fiscalía, policía, tribunales, código penal.
No es un espíritu muy proclive a la negociación, así que los de Convergència ya pueden dar por cumplido el plazo de dos semanas. Eso si no les cae la intemerata por atreverse a presentar un ultimatum a la autoridad aunque sea incompetente.
"Soluciones políticas", no judiciales, pide la izquierda dinástica por boca de Pedro Sánchez quien ha girado una visita al Virreinato catalán como podía haber ido al de la Nueva España. Ni palabra sobre el federalismo, lo cual es inteligente porque, aunque pudiera explicarlo más, acabará siempre pidiendo la reforma de la Constitución, así que es más sensato pedir esta directamente y luego, los dioses dirán. O se quedan mudos porque los socialistas aportan poco a la cuestión catalana desde el momento en que anunciaron estar con el gobierno sin fisuras.
La izquierda no dinástica tiene su propio laberinto y en él anda perdida con confluencias, matices, críticas, conflictos amistosos y menos amistosos, fusiones, planes y contraplanes de organización y actuación. Este mundo tiene sus propias reglas, códigos, horizontes, hasta su propio lenguaje y apenas hay cabida a una consideración a fondo de la cuestión catalana. Así, mientras unos Podem catalanes apoyan el derecho a decidir y la consulta, otros Podemos, como el exfiscal Jiménez Villarejo, son radicalmente contrarios al soberanismo.
Aquí muerde la crítica de Garzón que señala la ambigüedad en el discurso de Podemos; ambigüedad en la cuestión catalana, en la de la Iglesia, en la de la República, evidentes ya desde los primeros días. La ambigüedad es táctica obvia al servicio del objetivo estratégico: ganar las elecciones. Ahí se cuela el populismo, si bien en sentido académico, matiza el diputado de IU, y con él, el mayor peligro, el de construir un gigante con pies de barro. Puede ser, desde luego. Y, ¿cómo se evita ese peligro? Eliminando ambigüedad, dice Garzón quien afirma no estar dispuesto a negar u ocultar su republicanismo solo por ganar votos. O sea, la solución consiste en substituir el gigante con pies de barro por un pigmeo con pies de barro.