Doña Trinidad Jiménez, en nombre del PSOE, ha calificado el discurso del Rey de comprometido, cercano y realista así como trascendente y profundo. ¿Quizá no hemos escuchado el mismo discurso? En la entrada de ayer, Cómo engañar a la tropa, Palinuro se hacía cruces de los juicios que esa alocución del Rey/Rajoy merecía a algunos comentaristas habituales. Ahora toca a los partidos de la oposición, aparentemente también afectados por el síndrome del cortesano agradecido. No todos, bien es verdad. Cayo Lara, hombre llano, concluye que el Rey vive en una burbuja, ajeno a la dura realidad. Se acerca más a la diana, pero no da en el blanco. El Rey vive en una burbuja en todo cuanto afecte a la dura realidad de la ciudadanía; pero vive en la dura realidad que le afecta a él o a su familia. Y la vive muy de cerca, pendiente de ella. Él es, él mismo, la dura realidad.
La dura realidad es que en España no todos somos iguales ante la ley, dijera él lo que dijera en el discurso del año pasado. El fiscal anticorrupción se opone a la imputación de la infanta y acusa al juez de instrucción de querer imputarla "por ser quien es" que, como argumento jurídico, es insólito. Es imposible evitar la convicción generalizada de que la ley no es igual para todos. Y esa es la dura realidad que el Rey representa ya por el hecho de ser Rey cuando la propia ley se rinde ante él. No ignora el Rey la dura realidad. Al contrario, la representa.
El ministerio fiscal parece actuar como defensor de los gobernantes por principio. Se opone a que Matas entre en la cárcel mientras se tramita su indulto; se opone a la investigación de los correos de Blesa, pero apoya la de quien los filtra; se opone a la imputación de la esposa de Ignacio González en el turbio asunto del ático marbellí; se opone a todo lo que moleste al gobierno o a sus afines. Todo eso es la pedrea de la dura realidad de los ciudadanos y, a partir de ahí, el pedrisco: la impunidad de los estafadores, la corrupcion de innumerables gobernantes, los negocios de otros tantos, los saqueos de los dineros públicos, los tráficos de influencias más escandalosos, el paro inaguantable, la precariedad, la explotación, los recortes de servicios e ingresos, el empobrecimiento, los desahucios, la privación de derechos, la represión.
La valoración de Jiménez produce pasmo y algo de sonrojo. No diremos que el PSOE podría recordar que el último régimen legítimo en España, abolido por la fuerza de las armas, fue la República. Pero de ahí a encontrar trascendente el insulso recitado del programa del gobierno que hizo el monarca media un abismo. No se puede ser tan cortesano y tiralevitas. Salvo que, en el fondo, el halago no vaya dirigido al Rey sino, precisamente, al gobierno.
El PSOE no ignora que en ningún caso, jamás, podría el monarca decir algo como jefe del Estado que contradijera en lo más mínimo a los gobernantes. Y no porque ello sea metafísicamente imposible sino porque este gobierno en concreto no lo permitiría. Si el PSOE ignora esto resultará ser más inepto de lo que parece. Sin embargo tiene abundantes pruebas -como las tenemos los ciudadanos- de que el gobierno ha transgredido todos los límites de lo que, para entendernos, llamaremos convenciones democráticas, muchas de ellas no escritas, pero seguidas inmemorialmente por las democracias más consolidadas, empezando por el respeto a la división de poderes.
El gobierno ha entrado a saco no ya en los muy problemáticos consensos de la transición, sino en territorios más evidentes y concretos relativos a la rendición de cuentas de los gobernantes, el respeto al principio de legalidad, la autonomía de los otros poderes, los derechos de los ciudadanos. Es decir, se ha instalado en lo que los liberales clásicos (los de verdad) llamaban la tiranía de la mayoría. Ciertamente, a la vista de barómetros y sondeos, esa mayoría ha desaparecido y la intención de voto del partido del gobierno es escasa. Pero eso es irrelevante. Fue mayoría y a ello se agarra. Sin embargo la mayoría también tiene límites y el gobierno ha demostrado no respetarlos. ¿Y cree el PSOE que va a respetar la hipotética autonomía del jefe del Estado? Eso es imposible. Por tanto, los ditirambos de Jiménez van dirigidos, en el fondo, al gobierno, el autor del discurso. ¿Con qué intención? Hagan apuestas.
La clave del misterio está en Cataluña. La rebelión catalana tiene al nacionalismo español de los nervios porque no le encuentra solución. Por eso trata de reconstruir a toda prisa la figura de una instancia superior, indiscutible, una egregia magistratura por encima de las luchas faccionales y echa mano de la Corona que lleva una larga temporada en una pendiente de descrédito sin paliativos. Un descrédito que no mejorará si sigue actuando como la voz de su amo. La palabra mas frecuente en el discurso fue unidad y sus derivados, unión, unidos, etc. El hilo de Ariadna con el que el nacionalismo español aspira a salir del laberinto en el que él mismo se ha metido. Es una táctica errónea y, probablemente, suicida. Si el PSOE vincula su destino al de la Monarquía, lo seguirá. Y no está claro cuál sea. Y no lo está por la cuestión catalana, frente a la cual ninguno de los dos partidos dinásticos tiene nada nuevo o viable que proponer.
El respeto a las reglas del juego es incuestionable, aseguró el Rey (iba a escribir el Roy). Son, sin embargo, las reglas del juego las que se cuestionan. Se adoptaron -con más o menos legitimidad para hacerlo- en un momento dado y el único argumento que se esgrime para instar a su mantenimiento, presente en el discurso regio, es que "han dado buen resultado".
A la vista está.