En la memoria colectiva están las frecuentes andanadas, muchas sandungueras, de Esperanza Aguirre contra el Estado, la administración pública, los funcionarios a los que a veces califica de vagos, contra lo público en general. Están en la onda de las que, con mayor prosopopeya, larga Aznar en cuanto puede sobre la ineficiencia del sector público, el envidiable dinamismo del privado, etc. Suelen ir acompañadas de las resueltas recomendaciones de la FAES, el think tank dedicado a la muy lucrativa tarea de demoler el Estado del bienestar.
En conjunto, esos discursos se limitan a reproducir las simplezas y los sofismas de la revolución neoliberal de los 80s, acaudillada por Reagan y Thatcher, iconos de Aguirre. El galán de cine y la hija del tendero. Pura sociedad civil vigorosa en acción. La insurrección de la gente normal contra las demasías colectivistas. La elegancia manda pasar por alto la circunstancia de que quienes elaboran ese discurso antiestatal en España suelen ser funcionarios del Estado, inspectores de Hacienda, técnicas de Turismo, abogados del Estado, etc. Y se pasa por alto porque se trata de un argumento ad hominem, impropio del juego limpio discursivo. Pero no deja de tener gracia. Estos funcionarios neoliberales personifican la refutación de las teorías weberianas sobre la racionalidad de la burocracia. Y no digamos nada de la loca pretensión hegeliana de la eticidad del Estado. Vamos, hombre, el Estado es el problema, dejó dicho el ex-actor.
Ya casi nadie cuestiona la idea de que el triunfo de esa revolución, la desregulación de los mercados financieros, fue la causa del desbarajuste y la crisis actual. El "casi" hace referencia a los ideólogos neoliberales más empecinados, según los cuales la crisis se debe al exceso de regulación. Conflicto imposible de resolver porque es el problema de la relatividad del veneno. La convicción general es que, de una forma u otra, hay que regular los mercados. Porque, además, es lo que se hace, aun diciendo lo contrario. Desregular por ley es tan intervención como regular. Y legislar sobre contratos laborales, salarios mínimos, subsidios de desempleo, incentivos al empleo, acceso a la sanidad, a la educación, es regular, es intervenir; intervenir a favor de unos y en contra de otros, igual que la regulación es intervención a favor de los otros en contra de los unos. Por qué haya de ser mejor la desregulación que la regulación es algo que no cabe dirimir teóricamente; hay que remitirse a los hechos. Y los hechos cantan: es peor la desregulación.
Todo esto es música celestial para los neoliberales españoles que van de catecismo. Su desregulación es una especie de frenesí intervencionista que los lleva a legislar sobre todo, no solo sobre lo anterior, sino sobre el orden público y hasta los ámbitos privados de los ciudadanos, el terreno de su libre decisión. El ministro de Justicia afirma que él sí tendría un hijo con malformaciones graves como una convicción personal. Y ni se le pasa por la cabeza que quizá no tenga derecho a imponer sus convicciones personales a los demás por ley. ¿O cree que sus convicciones personales son superiores a las de los demás? Legislan sobre la intimidad de las personas. Para ser neoliberales parecen totalitarios. Porque lo son. Todo el nacionalcatolicismo español se ha hecho neoliberal y, al tiempo que se vale del Estado para bajar los sueldos, se mete en las relaciones entre privados y en sus alcobas. El Estado es el problema, pero ellos quieren regularlo todo desde el Estado, oída, desde luego, la iglesia, madre veneranda. No se olvide, es neoliberalismo nacionalcatólico, de peineta, rosario y via crucis.
Convierten en públicos por mandato cuerpos privados de seguridad. Son neoliberales pero abusan del Estado al tiempo que lo desmantelan. O lo uno por lo otro. La política de su partido es la típica captura de rentas en y a través de la administración pública, cosa que también sucede con el PSOE en Andalucía. Pero el PSOE dice no ser neoliberal. Los neoliberales de casta, al estilo nacionalespañol, no solo capturan rentas sino que han patrimonializado la administarción pública, gestionada en muchos casos con criterios de expolio y saqueo. Estos neoliberales han creado una amalgama confusa entre lo público y lo privado, borrando una distinción de siglos, que ya se daba en el Imperio romano.
En manos de los neoliberales hispánicos el Estado vuelve a ser el comité que gestiona los asuntos de la clase dominante, según el criterio marxista clásico. En los 70s se dio una controversia típica de la época entre quienes hablaban del Estado capitalista y quienes lo hacían del Estado en la sociedad capitalista o Poulantzas vs. Miliband. Entre tanto llegaron los galgos y los podencos y se los comieron. La polémica se resuelve en su panza. El Estado se gestiona como una empresa privada, pero como una empresa en y de liquidación.
Como buenos totalitarios los neoliberales españoles tienen un formidable aparato de propaganda en el que interviene activamente la iglesia con abundante munición ideológica y sin abstenerse de ir a la calle en defensa de sus creencias, consistentes en imponerse a todos los demás. Además del mencionado think tank, cuenta con emisoras de radio y TV, algunas directamente gestionadas por la iglesia, periódicos, editoriales, universidades y todo tipo de centros de agitación y propaganda. Junto a ellos, una tropa de ideólogos, intelectuales, periodistas, que van de tertulia en tertulia, defendiendo denodadamente a sus empleadores. Y no suelen ser baratos los mozos, no, aunque tampoco vuelen muy alto.
En su discurso el Rey aludió a los intelectuales. Si no me equivoco es la primera vez que este estamento de licenciosas costumbres es tocado por la real palabra. Supongo que el buen hombre ve el problema de España (o sea, Cataluña) tan complicado que, a la desesperada, invoca las fuerzas del averno, los brujos, los adivinos o los payasos que de todo suele haber en las relaciones entre el poder y los intelectuales. A ver, muchachos, se necesita una nueva interpretación, una definición nueva de España, cosa de ideólogos. La última, la de la unidad de destino en lo universal, parece no funcionar. Hay algunos empeñados en tener otro destino.
Por cierto, los vascos están preparando otra movida de revisión del estatuto. Un nuevo frente para un gobierno desbordado que no sabe ya a cuál atender.
Un par más de dosis de este neoliberalismo nacionalcatólico, carcunda, totalitario y acabamos todos marcando el paso haciendo sonar marciales unas botas que, por supuesto, habremos pagado de nuestro bolsillo.
Un par más de dosis de este neoliberalismo nacionalcatólico, carcunda, totalitario y acabamos todos marcando el paso haciendo sonar marciales unas botas que, por supuesto, habremos pagado de nuestro bolsillo.
(La imagen de Aguirre es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons. La de Thatcher es una foto de Vectorportal, aquí reproducida con mención de la fuente, que es la condición exigida en su página.)