Hace unos meses, las bravas activistas de Femen irrumpieron en el Congreso de los diputados al grito de el aborto es sagrado. Hubo un desbarajuste, un rifirrafe y un notable desconcierto entre los diputados. Solo se escucharon algunos tímidos aplausos mientras la mayoría guardaba un incómodo silencio, incluso las mujeres. Algunas, las más reaccionarias, manifestaron luego su reprobación, mientras las demás callaban en una muestra de cobardía.
La reacción más típica vino más tarde en improvisada declaración a la prensa de ese prodigio de hipocresía que es el ministro de Justicia. Dijo Gallardón que no podía entender, que le resultaba incomprensible, la expresión de "aborto sagrado". Por supuesto; es una de tantas cosas que este hombre, bloqueado por su fanatismo religioso, no entiende ni podrá entender jamás. La reclamación era provocativa. Para poner en evidencia que el ministro solo considera sagrado lo que a él le place. Lo demás no puede serlo. La idea de que alguien tenga algo por sagrado con el mismo derecho con que él considera lo contrario ni se le pasa por la cabeza. La de que él tiene tanto derecho a imponer sus opiniones sobre lo sagrado como el que tienen los demás a obligar a lo contrario, esto es, ninguno, todavía menos. Es la base de la intolerancia, la intransigencia, el fanatismo, el nacionalcatolicismo y, por supuesto, el fascismo. Es el meollo ideológico de este político profesional a las órdenes de los clérigos.
Si los dioses no lo impiden hoy aprobará el consejo de ministros la reforma de la Ley de interrupción voluntaria del embarazo, inspirada en las peticiones de la jerarquía católica, aunque no a su entera satisfacción. Los curas querrían la prohibición absoluta, acompañada de duras penas. Pero ya no están los tiempos para andar quemando gente; está mal visto. Han pactado, pues, con su monaguillo civil la eliminación de la ley de plazos vigente, la negación del derecho al aborto, el retorno a la ley de 1985, que se ha quedado obsoleta por menoscabar la condición de las mujeres y seguir tratándolas como menores de edad.
Es una involución, a tono con las que impone el gobierno en otros ámbitos, el educativo, el acceso a la justicia, los derechos de manifestación, expresión y reunión, el orden público, etc. Pero es especialmente repugnante porque, aparte de la represión ideológica y de clase, esta prohibición tiene un tinte de género, es una prueba más de que, en la contienda política, cuando se trata de los derechos de las mujeres (como cuando se trata de los de las minorías nacionales) aumenta el consenso interpartidista de carácter patriarcal y reaccionario. Los curas (todos hombres), el ministro (hombre) un comité de expertos sobre el aborto o algo así que constituyó el gobierno (compuesto exclusivamente por quince hombres) lo que ya es en verdad ridículo legislan sobre los derechos de las mujeres sin escucharlas siquiera y tratando, como siempre, de sojuzgarlas, reprimirlas, humillarlas. Como siempre. Repito, como siempre.
Las leyes, el poder, el aparato del Estado, los tribunales, el sistema penal, toda la parafernalia represiva se moviliza contra un avance en un proceso de emancipación de más de la mitad del género humano que ya habría de ser incuestionable. Y no solo el aparato represivo. También el ideológico. Esta legislatura precisamente se inició con unos sofismas enunciados por el ministro en sede judicial hablando de la "realización" de las mujeres y la lucha contra la "violencia estructural", en una cantinflería conceptual con la que pretendía engañar a la opinión acerca de sus verdaderas intenciones, creyendo, sin duda, que la ciudadanía tiene un nivel mental inferior al suyo. Lo cual es materialmente imposible.
Si las falacias del ministro y su demagogia seudoemancipadora no merecen refutación, menos aun los especiosos argumentos que siguen manejando los antiabortistas cuando les da por hablar y no por atentar a bombazos contra quienes defienden el derecho a la libre interrupción del embarazo dentro de los límites razonables que marca la ciencia, que es el único criterio aquí admisible. Mientras la ciencia no diga lo contrario, la interrupción del embarazo hasta cierto tiempo de la gestación no implica crimen alguno y, por tanto, pertenece al irrestricto campo de la libre voluntad de las mujeres.
Lo demás es perder el tiempo con los trolls antifeministas, entre los cuales, por cierto, hay muchas mujeres sumisas, incluidas algunas supuestamente "progres" y tan sumisas como las otras. Perder el tiempo, porque ya está todo dicho. Los partidarios del derecho al aborto no obligamos a los antiabortistas a abortar. Hagan ellos lo mismo y no arrebaten un derecho en nombre de sus convicciones privadas. Si hay restricción del derecho al aborto será por vía coactiva, represiva, no discursiva. Y frente a esto, la consigna de Femen es lo más contundente.
Sí, señoras, señores, curas, ministros y carcundas de todo pelaje machista, el aborto es sagrado. Y los hombres, los hombres feministas, tenemos que estar con las mujeres, movilizarnos con ellas en la lucha por sus derechos porque solo cuando ellas alcancen la plena propiedad y disposición sobre sus cuerpos, que los hombres llevamos siglos negándoles mientras consagramos las nuestras, recuperaremos una dignidad que ahora no tenemos (pues somos cómplices de esta injusticia) y estaremos en el camino hacia la igualdad entre los sexos.
Lo demás es perder el tiempo con los trolls antifeministas, entre los cuales, por cierto, hay muchas mujeres sumisas, incluidas algunas supuestamente "progres" y tan sumisas como las otras. Perder el tiempo, porque ya está todo dicho. Los partidarios del derecho al aborto no obligamos a los antiabortistas a abortar. Hagan ellos lo mismo y no arrebaten un derecho en nombre de sus convicciones privadas. Si hay restricción del derecho al aborto será por vía coactiva, represiva, no discursiva. Y frente a esto, la consigna de Femen es lo más contundente.
Sí, señoras, señores, curas, ministros y carcundas de todo pelaje machista, el aborto es sagrado. Y los hombres, los hombres feministas, tenemos que estar con las mujeres, movilizarnos con ellas en la lucha por sus derechos porque solo cuando ellas alcancen la plena propiedad y disposición sobre sus cuerpos, que los hombres llevamos siglos negándoles mientras consagramos las nuestras, recuperaremos una dignidad que ahora no tenemos (pues somos cómplices de esta injusticia) y estaremos en el camino hacia la igualdad entre los sexos.
(La imagen es una captura de un vídeo de El País).