La política española está dominada por tres problemas duros, ásperos, difíciles de abordar, tanto más de resolver y que, para poner una nota de romanticismo y suspense en el asunto, llamaremos la triple C. Cataluña. Comisión de la verdad. Corrupción. Tres ces como tres castillos, que son tres embrollos de muy distinta naturaleza pero que tienen algo en común: quien ha de resolverlos es un gobierno y un partido con un talante autoritario, nada proclive a la negociación, muy ideológico y hasta radical, según reconoce ya el presidente de ambos en una entrevista de hoy en el Kurier austriaco. Siguiendo su costumbre de decir fuera lo que no dice dentro.
Cataluña. Los organizadores de la concentración por la unidad de España en la Plaza de Cataluña, en Barcelona, reconocen que pincharon. Los varios miles de manifestantes no son nada comparados con los cientos de miles de los independentistas. Y el pegote franquista con los energúmenos luciendo la parafernalia facha no contribuye a hacer simpática su causa. Probablemente la plataforma de la monja Forcades y el economista Oliveres en pro de un proceso constituyente en el Montjuich ha reunido más gente que el PP y Ciutadans. Por la vía de los números callejeros, el unionismo lleva las de perder. Quizá sea un buen momento para pensar en un referéndum que nos diga cuál es la fuerza de cada cual. Pero de referéndums, ni se habla. Al contrario, se recuerda que ya hay un referéndum cada cuatro años en forma de elecciones en donde cada cual vota lo que quiere. Probablemente sea el argumento que haya llevado a Mas a postular ese extraño híbrido, ese hipogrifo de unas elecciones plebiscitarias. Con la cuestión de los votos, que me parece insoslayable, se mezcla ahora la de la financiación, tema que solivianta a otras comunidades autónomas, singularmente Madrid que se considera a sí misma como un Estado dentro del Estado. Y, si consigue variar la ley antitabaco, que es ley estatal, habrá de reconocerse que lo es. Es preciso separar la cuestión independentista de la de la financiación si queremos llegar a algún acuerdo medianamente civilizado. En contra de lo que el gran estratega de La Moncloa dice creer, esta oleada independentista ya no se para con un nuevo acomodo financiero especial para Cataluña. Ahora hay que hablar en términos políticos.
Comisión de la verdad. Ayer mismo la iglesia beatificaba a quinientas víctimas de la guerra civil, asesinadas, se dice, por su fe religiosa, cosa que no es cierta. Muchos de ellos fueron asesinados por ser pistoleros. Lo cual tampoco es una razón para asesinar sin más a nadie pero, desde luego, poco tiene que ver con la fe. De distintos lugares llegaron al Papa con anterioridad peticiones para que, antes de la beatificación, la iglesia pidiera perdón por haber apoyado un régimen genocida, uno que luego se autamnistió con una ley de punto final. El Papa es argentino, pero se ha callado. Puede que no sea tan progre como parece o puede que, habiendo tomado nota, deje para otro día un enderezamiento de la situación. Porque la situación está muy torcida. Se les debía caer la cara de vergüenza de beatificar a unos teniendo a más de cien mil de los otros sepultados de cualquier forma por las cunetas de España. Los enviados de la ONU se han ido pidiendo al gobierno que aplique la Ley de la Memoria Histórica, una ley a la que el gobierno ha dejado sin financiación. La oposición, por su parte, reclama de ese mismo gobierno que constituya una Comisión de la Verdad sobre los crímenes del franquismo; del que se niega a considerar delito la apología del franquismo. Por más que el gobierno quiera ocultarlo, silenciarlo, este es un problema que tendrá que encarar y, para vergüenza nuestra, por presión exterior. Hace falta ser bruto e ignorante para decir que a la gente no le importa en dónde y cómo estén enterrados los suyos. Todo el drama de Antígona, probablemente la pieza de teatro de mayor trascendencia política, gira en torno a la orden de Creón de que uno de los hermanos de Antígona, el atacante, quede sin sepultar, a merced de los perros y los buitres. El culto a los antepasados es algo intrínseco a la naturaleza humana. Y, mientras los de las fosas comunes y anónimas siguen ahí, cada vez son más notorios y vociferantes los seguidores y descendientes de quienes las llenaron de cadáveres, obviamente con no otra intención que mostrar que están dispuestos a hacer lo mismo.
Corrupción. La tercera C, la más siniestra. La política del gobierno de negar la evidencia no funciona ni puede funcionar. El asunto Bárcenas está tan presente como el primer día. No hay forma de acallarlo porque discurre por los meandros de un proceso que da sorpresas continuas. Así se discute sobre la conveniencia de llamar a declarar como testigo a Rajoy como se imputa al gerente del PP en Castilla La Mancha y se abre la posibilidad de que Cospedal vuelva ante el juez de nuevo como testigo y quién sabe si como imputada. Faltan 200.000 euros de un presunto cohecho y en algún lugar estarán. Si se emplearon para financiar la campaña electoral de Cospedal el 2008 es mal asunto, pero si no se emplearon en eso, el asunto es peor. La corrupción lo engulle todo. De los ayuntamientos no hace falta hablar. El último en incorporarse a la reata, el de Melilla, con su doble condición de municipio y ciudad autónoma. Las comunidades autónomas, gestionadas con auténticas golferías. Y el gobierno del Estado en manos de un señor que cobraba suculentos sobresueldos con cargo a donaciones presuntamente ilegales; el mismo señor que se permite decir, siempre fuera, claro, que no solamente condena la corrupción sino que la combate, una afirmación que solo puede colar en el extranjero pues aquí cualquier puede ver que tanto él como su partido hacen lo posible por obstruir la acción de la justicia. Es una sinceridad tan notable como la de Cospedal quien, por cada paso procesal que la atrae de nuevo ante el juez en el asunto Bárcenas, dice alegrarse lo indecible. Dejemos también de lado la tambaleante monarquía. Ese sainete de las tarjetas de crédito, las declaraciones de Hacienda, las transferencias bancarias, las simulaciones, las mordidas, las comisiones, se han llevado por delante el escaso prestigio que le quedaba a la Corona.
La maldición de la triple C.