dimecres, 11 de setembre del 2013

Vísperas catalanas


Ya está aquí el día D. La Diada. La historia se hace presente. Trescientos años después de una derrota, los descendientes de los vencidos se niegan a admitir el hecho histórico como un destino. Y tienen planteada una jornada simbólica en cuyo efecto fían mucho para lograr su objetivo de una Cataluña independiente. Sus esperanzas son altas, alimentadas en el orgullo de haber sembrado y luego recogido un generalizado espíritu de renacimiento nacional, de nueva y decisiva Renaixença, de Risorgimento que parece haberse extendido por toda la sociedad catalana.

Ese orgullo nace no solamente de una afirmación de identidad nacional sino también, en muy buena medida, de haberla impuesto por medios pacíficos, tolerantes, dialogantes, democráticos, a diferencia de lo que durante incontables años intentó hacer el independentismo vasco. Siempre se ha dicho, con razón, que el recurso a la violencia etarra era el principal aliado del nacionalismo español más centralista y retrógrado. A la vista está una vez más. Silenciadas las armas, el nacionalismo se hace político y demuestra tener un vigor, un apoyo social y un discurso moral que no cabe ignorar. Muchos nacionalistas españoles detectan en el deseo catalanista de escisión motivaciones egoístas e insolidarias. Es posible pero, al margen de que tampoco sea evidente que el nacionalismo español esté animado por acrisolado altruismo, debe reconocerse que en un movimiento tan amplio como el actual secesionismo, habrá todo tipo de motivaciones. El problema no son las intenciones más o menos ocultas o no; el problema es la reclamación de independencia en sí. La realidad es esa; no la otra. 

Justamente el gobierno español es especialista en la materia; en ignorar la realidad. Incluso algo peor: negarla, reprimirla. Y una vez más, esta actitud irresponsable, negligente, casi delictiva, basada en la seguridad de la fuerza, tendrá unos malos resultados para el fin que se persigue: acallar, neutralizar, eliminar la cuestión catalana. Frente a una reivindicación más o menos justa, mejor o peor argumentada, pero muy difundida y defendida por amplios sectores catalanes, tanto personas como instituciones, muy exhibida y popularizada en el extranjero y, desde luego, muy trabajada, el nacionalismo español no tiene literalmente nada que contraponer, salvo un rotundo "no" sin matices del gobierno central. 

La mentalidad autoritaria de la derecha considera suficiente tener clara y decidida la posición: No. Los socialistas, algo más enterados de la complejidad de los problemas, medio ofrecen un nebuloso federalismo. Ni ellos mismos parecen muy entusiasmados con la idea ni, en todo caso, están en situación de ponerla en práctica, pues no gobiernan.

El "No" como inicio de una negociación tiene la ventaja de su claridad y la desventaja de que, cualquier cosa que se acuerde en tal negociación será siempre una concesión. Como posición de partida del jugador es poco inteligente porque desde ya está claro que el gobierno cederá y lo que se discute no es si debe o no ceder, sino cuánto y en qué cederá. 

El independentismo catalán tiene la iniciativa porque se la ha ganado jugando limpio. El nacionalismo español está a la defensiva, en una posición incómoda y, además, carece del apoyo social unitario que, justamente, envidia en los catalanes. Al margen de las barbaridades que se leen en las redes sobre los putos catalanes (a veces en tuits de políticos), el nacionalismo español carece de todo proyecto nacional incluyente capaz de ofrecer una vía de entendimiento con el catalán.  Como, al final, tendrá que encontrarlo porque no están los tiempos para bombardear Barcelona, habrá de contentarse con lo que buenamente consiga -si consigue algo- en una situación de falta de autoridad moral, de crédito y de habilidad para proponer soluciones. 

Sea cual sea el resultado de la jornada de hoy, algo debe quedar claro: cualesquiera negociaciones se entablen habrán de hacerse a plena luz, con debate público en los órganos colectivos, tanto institucionales como espontáneos. No pueden plantearse como un pacto secreto producto de unas intrigas a las escondidas entre Rajoy y Mas, como si fueran los hacedores de milagros. 

El país está en una encrucijada y es inadmisible confiar decisiones que pueden tener consecuencias incalculables a alguien como Rajoy, más procupado por sus problemas de corrupción que por otra cosa y un hombre de quien jamás se sabe qué se propone hacer porque no suele saberlo ni él.