Dice Rajoy que la sensación de asfixia que había hace un año ya no existe. Su asesor de comunicación le ha dicho que ha de mostrar optimismo, ser triunfalista, pero sin pasarse. Así que no es que no nos asfixien, sino que no tenemos sensación de ello. Pues será porque no lee los periódicos, ni escucha la radio, ni ve la televisión, ni habla con los amigos en el bar. Sensación de asfixia, de agobio, de incredulidad, desconcierto. Las noticias se suceden en cascada, abrumando al personal. La gente se suicida más, los niños empiezan a pasar hambre, los recortes de servicios pasan factura por todas partes. Hay espectáculos hospitalarios que pensábamos no iban a reproducirse. La sensación de esfixia es total.
Hay cosas inverosímiles. Esa historia de la supuestas ventas de la Infanta es increíble y raya en lo alucinante que ni Hacienda ni nadie haya dado una explicación medianamente razonable a un país estupefacto. Y que, además, se teme lo peor. Esto es, que se trate de otra trama, esta vez de blanqueo de capitales. Sin duda este tipo de cosas abracadabrantes suceden de vez en cuando en todas partes. Pero no vienen en racimos, como en España, en donde el tesorero del partido del gobierno hasta hace nada ha acumulado, al parecer, una fortuna en Suiza; en donde un empresario avispado y jefe de la cofradía empresarial supuestamente saqueaba Cajamadrid con la anuencia y activa colaboración de su entonces presidente, hoy en la cárcel; en donde un "emprendedor" aun más avispado, había creado una red de empresas que vivían presuntamente de expoliar el presupuesto público durante años mediante compadreos ilícitos con los dirigentes y gobernantes del PP de muchos lugares, a bastante de los cuales, además, obsequiaba regiamente, bien en directo o por intermedio de "El bigotes".
Lo que muestra este espectáculo casi circense de una multitud de personajes dedicada a saquear las arcas públicas, repartirse el botín a lo grande y enchufar en la administración a parientes, deudos y amigos es que la vida pública española esta dominada por la codicia, para satisfacer la cual, muchos no paran en barras. Se ha generado una especie indiferencia colectiva, se han soslayado los criterios morales y hasta del buen gusto. Un alto cargo de la Generalitat, el nº 2 de la sanidad catalana, contrata con empresas de las que es apoderado. Que se sepa está bien; que se tomen medidas, mejor; pero lo asombroso es que se produzcan cosas así. ¿Cree el viceconsejero que no lo descubrirán nunca? ¿O cree que, si lo descubren, no pasará nada? Exactamente, ¿qué cree?
Y lo mismo cabe preguntar al presidente del gobierno, algún ministro y muy relevantes personalidades del PP. Al parecer, la acusación en el proceso por los papeles de Bárcenas ya ha cuantificado el monto total de los sobresueldos que se repartieron amigablemente los más altos dirigentes del PP en concepto de "gastos de representación". El más aventajado, según la acusación, es Rajoy, con 1.500.000 euros, seguido de cerca por su amigo Bárcenas, con 1.400.000 o así. Vienen luego gentes en torno a los 700.000/800.000 euros, como Aznar o Ana Mato y siguen otros con cantidades golosas, como Arenas o Álvarez Cascos. Lo primero que va a pedir la acusación particular es saber si esas cantidades se declararon a Hacienda. Nuevo baile de declaraciones que se prometen, sí, pero casi nunca aparecen o lo hacen incompletas. Luego hay que ver si el cobro de sobres es legal. Eso lo decidirán los jueces. Lo que está clarísimo, lo que es evidente en la opinión pública más palpable es que es inmoral. Que hayan estado cobrando sobresueldos dudosos quienes luego mermarían y recortarían los ingresos de los demás, clama al cielo. Que se subieran sus retribuciones un veinte por ciento cuando reclamaban que bajaran las del prójimo, no tiene nombre.
Por supuesto esto es, cuando menos, un asunto de honor, siempre muy sutil; de honor y de dignidad, que son los dos factores que fundamentan la autoridad del gobierno. La pregunta a un presidente que no aclara si recibió o no sobresueldos por valor de 1.500.000 euros es si cree que tiene alguna autoridad. Eso en lo que hace a él. En lo que hace a los ciudadanos, seguimos teniendo la sensación de asfixia y agravada por su comportamiento.