Se le llenaba la boca de Dios a Rajoy en la campaña electoral de 2011; y antes. Había que hacer las cosas con sentido común, sin ocurrencias; él era un hombre previsible, que llamaba al pan, pan y al vino, vino; pensaba, además, gobernar como Dios manda. Ignoro cómo mandará Dios; pero, si me fío de lo que sus creyentes dicen de él, supongo que mandará se gobierne con justicia y sin iniquidad. Supongo, porque hay dioses y dioses. El mismo de los cristianos tiene momentos que ya, ya. Supongo asimismo que mandará gobernar con honradez y atendiendo a la cosa pública pero no para apropiársela. Aunque aquí el que manda puede ser el gigante Caco, que ve con buenos ojos hurtos y robos.
En todo caso, si Dios manda gobernar causando aflicción a los gobernados, permitiendo que los priven de sus casas; retirando subvenciones a los parados, medicamentos a los enfermos, becas a los jóvenes, salarios a los trabajadores, sisando la pensión de los viejos; si ordena salvar bancos y grandes empresas en ruina (como las autopistas de Madrid), mientras hay millones de personas viviendo por debajo de la línea de la pobreza y miles de niños pasan hambre; si no hay dinero para que coman los niños en las escuelas pero sí para restaurar la basílica del Valle de los Caídos; si esto es así, su sentido de la justicia parece contradecir todas y cada uno de los obras de caridad que su iglesia ordena. Y no hay Teodicea que lo salve.
El punto de la honradez es insoslayable. No cabe pensar que Dios mande lucrarse en el gobierno o en el partido. Y, sin embargo, es lo que ha sucedido, a tenor de los papeles de Bárcenas. Según estos documentos, para muchos dirigentes, ser del PP es un chollo. Además del sueldo que te paga el Estado -o sea, los contribuyentes-, el partido te astilla una pasta en forma de sobresueldo, aunque disfrazado contablemente como gastos de representación que, en el fondo, también pagan los contribuyentes bien de modo directo (pues los partidos tienen financiación pública) bien indirecto e incluso posiblemente torticero, a través de donativos de empresarios que obtienen luego jugosas contraprestaciones. Lo que sucede es que los contribuyentes ignoramos estar pagando también los sobresueldos. Los que los cobran, o han cobrado, lo niegan o lo ocultan o lo admiten a regañadientes, prueba evidente de que también a ellos les parece mal, algo reprobable.
El caso de Rajoy es diáfano. Niega haber recibido sobresueldos, pero los papeles de Bárcenas hablan de un millón quinientos mil euros en varios años. Y eso que no está en política por dinero, según propia confesión. Si llega a estarlo, más que el presidente del gobierno, sería el Tío Gilito. Rajoy no puede seguir ignorando esta situación. Tiene que hacer una declaración pública y dimitir. Eso es lo democrático por mucho menos.
Pero llega el pacto que hoy firmarán los dos lideres principales españoles. Se presenta como un acto de responsabilidad. Los dos principales partidos se unen frente a Bruselas. No son los dos grupos de irresponsables que llevan meses, años, insultándose de modo permanente, lo que les acarrea la mala opinión de la ciudadanía. Desde luego, no somos así: tomamos en cuenta los intereses del país. Tenemos visión de Estado.
Es una operación de imagen. Parece haberlo propiciado asimismo el Rey, con lo que se transmite una imagen institucional, de triunfo del Estado, de España. Quedan fuera, como siempre, los rojos y los separatistas, a quienes se presentó el acuerdo pro forma para que nadie se queje de no haber sido invitado. Teniendo en cuenta la estrecha vinculación de los tres pies del pacto con la iglesia, sin duda andan bajo el mandato de Dios. Ahí, el que parece estar más fuera de campo es Rubalcaba. Pero su presencia es precisamente su gran baza: aparecer como partido de Estado, necesario incluso cuando está en la oposición. Es una imagen muy del turnismo decimonónico, con el Rey propiciando una operación que le permita recuperar el prestigio perdido por sus devaneos y tonterías.
Pues sí, como Dios manda.