Aznar comparecerá hoy en no sé qué televisión, jaleado por entrevistadores de la fiel infanteria, a dar, al parecer, su versión de los papeles de Bárcenas y el consiguiente desbarajuste. Hasta ahora ha reaccionado con contundencia ante las revelaciones que apuntaban a su persona, querellándose con El País a las primeras afirmaciones de este, ampliando luego la querella cuando el diario precisó las acusaciones. Algo bastante insólito en el PP, en donde se amenaza mucho con querellas, pero luego estas se desvían a demandas, o se olvidan o, simplemente, ni se plantean, como es el caso de Rajoy.
Al comienzo del escándalo Bárcenas -y antes de que enlazara con la Gürtel- Aznar reapareció en 2010 como un Moisés iracundo, reunió en Sevilla a la Ejecutiva del PP de 1990, los suyos, y recordó, adusto, que el PP era incompatible con la corrupción. Veinte años. Allí se celebraba el vigésimo aniversario de la incorruptibilidad del partido. En la foto de familia, sin embargo, había algunos que llevaban muchos de esos años de incorruptibilidad cobrando substanciosos sobresueldos de muy problemática naturaleza. En la afirmación aznarina de que el PP era incompatible con la corrupción había tanto de verdad como en la otra de que el Irak rebosaba de armas de destrucción masiva. Créame decía con su habitual engolamiento. Pero era falso; no había armas de destrucción masiva. Tan falso como lo de la incompatibilidad con la corrupción. De momento, tres años después de aquella soflama, y mientras no se demuestre lo contrario en sede judicial y sin hacer trampas, con lo que el PP parece incompatible es con la honradez.
En el momento en que el polo Bárcenas ha contactado con el polo Gürtel, ha saltado la chispa que ha iluminado los tenebrosos recovecos de la corrupción, la chanchullería, la mamandurria y el latrocinio más descarado. No sé qué dirá Aznar de los papeles de Bárcenas pero estos semejan billetes de baile al lado del hecho, hoy revelado, de que, al parecer, la trama Gürtel y el inenarrable Correa sufragaron parte de los gastos de la boda del Escorial, en la que se tiró la casa por la ventana. La casa ajena por la ventana propia. Y si es Alejandro Agag, el propio yerno del ilustre mandatario quien reconoce los hechos, no se me alcanza cómo puede lidiar este toro el héroe de las Azores. ¿Le meterá una querella a su yerno? No creo. Entonces, ¿qué? ¿Se da por bueno que, cuando uno es un ungido de los dioses, puede uno montar una boda neoimperial, supuestamente con dineros procedentes de la corrupción pero que, no se olvide, salen siempre del bolsillo de la mayoría silenciosa y sorda y ciega?
Hay algo simbólico, aniquilador, en esta oleada de corrupción en que se engolfan el partido del gobierno, el gobierno mismo y, según parece, al de su compañero predecesor. Algo tan tradicional y típico de la tierra que resulta casi alucinante. En veinte años y de ser ciertos los papeles de Bárcenas y lo que va sabiéndose de la Gürtel, el PP ha jugado sucio sistemáticamente en todos los planos: se ha beneficiado de financión ilegal; ha tolerado, amparado, fomentado y explotado en provecho propio todo tipo de actividades corruptas entre empresarios y cargos públicos, muchas de ellas presuntos delitos; ha vaciado de contenido las instituciones o ha cambiado la ley para adaptarlas a sus conveniencias; ha dinamitado el funcionamiento eficiente de la administración pública, entre otras vías a base de llenarla de enchufados, cargos de libre designación, clientes y parientes. En resumen, no solo pretende cargarse el Estado del bienestar sino que se ha cargado el Estado de derecho.
Y todo esto, en mitad de una crisis pavorosa que genera paro, desahucios, suicidios, emigraciones, etc., mientras muchos de los cargos más importantes del PP se embolsaban jugosos sobresueldos de origen supuestamente corrupto hasta el extremo que, más que de partido, cabría hablar de máquina de reparto de sobres y prebendas. Un partido pensado no para administrar el bien común sino para saquearlo en provecho propio y de los allegados, pelotas y mamandurrios, que son legión. Una legión de parásitos. Una plaga. Una plaga que dispone de medios de comunicación, muchas veces pagados con el dinero de todos para hacerse propaganda y una iglesia, también parasitaria, para bendecir sus tropelías.
Realmente, el país vive en una situación crítica. Tanto que, en una monarquía parlamentaria normal ya estaría hablándose de la conveniente intervención del Rey. Pero España no es normal ni en su monarquía parlamentaria. Tanto por el origen de su magistratura como por el uso que de ella ha hecho, el Rey no tiene prestigio suficiente para intervenir en modo alguno por desesperada que sea la situación. Y lo es la de un país regido por un gobierno que tiene toda la autoridad de una mayoría absoluta parlamentaria pero en el que no confía el 85% de la ciudadanía.