A estos de Metroscopia cualquier día les cierran el chiringuito. Pero, hombre, ¿a quién se le ocurre ir a preguntar a la gente lo que quiere? ¡Si es la última en saberlo! Para eso está el magisterio de la Iglesia que conoce mejor que los creyentes lo que les interesa para la salvación de sus almas. No se entiende cómo, cuando está en juego algo tan trascendental, se pretende acudir a técnicas demoscópicas, en el fondo populistas, que ennoblecen el vano sentir de las muchedumbres, siempre atolondradas, cuando no desquiciadas. Hace muy bien el legislador imponiendo una norma contra el sentir mayoritario del gentío. El príncipe cristiano atiende siempre a la salud espiritual de sus súbditos, aunque ellos no quieran.
Desde luego, es llamativo. Un gobierno con mayoría parlamentaria sólida tiene en contra de una de sus principales medidas una enorme mayoría social. Y luego hay quien se extraña cuando los del M15M dicen que no nos representan. Desde luego que no. Hasta los votantes del PP no quieren implantar la religión como asignatura evaluable en los planes de estudio. Los electores están más en el mundo que los elegidos y los elegidos, a su vez, seguramente más que los gobernantes. El gobierno es de tal clericalismo que a veces España parece una teocracia: el ministro de Justicia quiere eliminar el aborto, el del Interior se la tiene jurada al matrimonio homosexual y el de Educación impone la religión en la enseñanza. Por supuesto, el de Hacienda no toca los privilegios fiscales de la Iglesia y el de Defensa sigue pechando con el clero castrense.
Este parasitismo del Estado por la Iglesia arranca de la posición cerrada del clero español, que sigue con la mentalidad de la Contrarreforma. Cuando Rouco quiere reevangelizar el país, lo que quiere es acabar con las formas civiles de vida, con las corrientes de pensamiento no ya socialistas o democráticas sino liberales, volver al Syllabus, de ser posible, a Trento. Se ve claramente en la convencida indignación con que la jerarquía niega que la religión, la enseñanza y el culto religiosos hayan de reducirse a la esfera privada de los ciudadanos, de forma que estos no tengan que encontrársela en la escuelas, los hospitales, los cuarteles o el registro civil. Eso es el pernicioso relativismo que nos corroe, claman los obispos. Al contrario, la religión, el culto, son públicos, forman parte de la esencia cultural nacional española. El Concordato de 1953, cuya situación es típicamente ambigua, pues sobrevive en los Acuerdos con la Santa Sede de 1979, sigue fijando la religión católica, apostólica y romana como la oficial de España. Contradice la Constitución, pero eso es irrelevante pues está inspirado en la Ley de Dios, que prevalece, como se ve. Es, pues, justo y conveniente que la iglesia decida cómo se casa la gente, cómo se reproduce, lo que estudia, lo que lee y lo que ve. ¿No dice la TVE que rezar ayuda a sobrellevar la crisis y no sostiene la ministra de Empleo que este es cosa de la Virgen del Rocío? ¿Por qué no imponerlo, ahora que su partido ha ganado las elecciones?
Hacer comprender al clero español que la Iglesia será tanto más fuerte y auténtica cuanto más separada esté del Estado y de las cosas del siglo es inútil. El catolicismo español sigue siendo el nacionalcatolicismo de la Cruzada.